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La salud del vicepresidente

Tengo la esperanza de que en las elecciones de 2018 la disputa se dé alrededor de la mejor oferta para tramitar el posconflicto y la reconciliación, y ahí la voz de Vargas Lleras será de enorme importancia.

León Valencia, León Valencia
20 de febrero de 2016

Lo voy a decir de una manera cruda: algunos dirigentes políticos se alegran del grave tropiezo que ha tenido la salud del vicepresidente. Lo he sentido así en comentarios que he oído. Me produce una enorme molestia respirar ese aire de mezquindad. Fue un gran acierto de Santos poner a Germán Vargas Lleras en la tarea de superar el gran atraso en las vías del país.

Es difícil encontrar tanta energía, tanto liderazgo y tanta eficacia en una persona. Esas cualidades y los cuantiosos recursos que ha recibido para desarrollar su labor lo han convertido en un competidor duro para las elecciones presidenciales de 2018. Tendrá mucho que mostrar, tendrá mucho que decir.

Eso es bueno para Colombia. La fortaleza de una democracia se mide, en buena parte, por la calidad de quienes compiten por liderarla, por las virtudes de quienes disputan los puestos de honor en la vida pública. Los rivales o críticos de Vargas Lleras deberían congratularse por tener a un competidor de sus condiciones en la arena política. Es de lamentar cualquier percance que disminuya su actividad y vulnere sus aspiraciones. Por fortuna, según los partes médicos y lo que me ha dicho su esposa Luz María, su recuperación va por buen camino.

No se me escapa lo controversial que es la figura de Vargas Lleras. Quienes tienen ahora la ilusión de aclimatar la paz mediante la firma de los acuerdos y el cumplimiento irrestricto de lo pactado pueden sospechar que Vargas Lleras, en una eventual Presidencia, no será fiel a los compromisos. Quienes abogan por una renovación de la política y por una superación del clientelismo y la connivencia con factores de ilegalidad y mafias tendrán cuestionamientos al vicepresidente.

Le pregunté de manera directa por los diálogos de La Habana cuando estos apenas comenzaban. Me dijo que no sería protagonista en ese tema, que sería muy discreto, pero en caso de que le correspondiera algún papel se la jugaría para que la paz tuviera éxito y, sin duda, honraría todo lo que Santos acordara. Con esa convicción me ha respondido cada vez que he pedido su ayuda o su consejo.

Alguna vez me sorprendió Piedad Córdoba con una afirmación. Me dijo que era evidente que ella tenía muchas diferencias con Vargas Lleras, pero tenía una gran confianza en su palabra, que era de una sola pieza y cumplía punto por punto sus acuerdos y promesas. Que a ella le parecía un gran interlocutor político y un competidor leal.

Digo todas estas cosas, que pueden sonar a lambonerías impropias de un columnista que se dice independiente, porque tengo la esperanza de que en las elecciones de 2018 la disputa política se dé alrededor de la mejor oferta para tramitar el postconflicto y la reconciliación nacional, y ahí la voz de Vargas Lleras será de enorme importancia. Será también imprescindible en las discusiones sobre la modernización del país: en vías, puertos, urbanización y nueva vocación productiva.

Esta valoración de Germán Vargas Lleras no me ha llevado a callar las críticas a su partido, a la manera como componen las listas y otorgan los avales, a la forma de hacer política en las regiones, a la presencia de personas cuestionadas en sus filas. Se lo he dicho en público y en privado y creo que, en algunas oportunidades, he contribuido a tomar medidas contra jefes políticos comprometidos en alianzas poco deseables. Ahí tiene un gran reto Vargas Lleras para hacer honor al inicio de su vida política, a su bautizo en el movimiento que lideraba Luis Carlos Galán, principal impugnador de la corrupción a finales del siglo pasado.

La competencia con el vicepresidente hará más exigente la política para quienes fueron los protagonistas directos de la paz. Para el Partido Liberal que tiene en sus manos las negociaciones de La Habana y la planificación del posconflicto y abriga a Humberto de la Calle y a Juan Fernando Cristo con sus aspiraciones in pectore; para el Partido de la U si encuentra un candidato en sus filas o se decide por uno de los liberales.

Para la izquierda y la guerrilla que ya han empezado las aproximaciones en busca de uno o dos candidatos en un ramillete que tiene muchos nombres: Clara, Robledo, Petro, Claudia López, Navarro, Iván Cepeda, quizás el propio Timochenko.

Pero también para el Centro Democrático y sectores del Partido Conservador que han estado en el banco de los críticos al proceso de paz y se la jugarán a ponerle condiciones al cumplimiento de los acuerdos en procura de capitalizar el descontento de franjas de la población por las concesiones hechas a las guerrillas. Ahí están Marta Lucía Ramirez, Alejandro Ordóñez, Óscar Iván Zuluaga, Carlos Holmes Trujillo y quizás alguien nuevo como el senador Iván Duque.

Y para los independientes en los cuales se destaca Sergio Fajardo que arranca temprano su recorrido por el país para mostrar sus realizaciones en Antioquia y su filo crítico contra la corrupción; y quizás Carlos Caicedo, quien, amparado en su éxito en la ciudad de Santa Marta, quiere hacer política nacional.

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