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En vísperas de no sabemos qué

Tragedia, comedia, teatro del absurdo y mucho suspenso hemos tenido sin que todavía se conozca la reforma tributaria

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
14 de diciembre de 2018

Durante la reciente campaña electoral el lema del candidato Duque y su partido fue “más salarios, menos impuestos”; nunca se explicó el alcance exacto de este enunciado, que pudo ser entendido por los votantes como si, en efecto, el ingreso disponible de las familias fuera a mejorar como consecuencia de reducciones impositivas e incrementos salariales. Los otros candidatos estuvieron más o menos en la misma película sin que se elevaran voces dotadas de suficiente volumen y credibilidad para decirle al país que esa era vana esperanza, salvo que se entendiera que si la carga efectiva sobre las empresas se redujera; ellas, en conjunto o en promedio, crecieran y la productividad del trabajo aumentara, podríamos esperar un ciclo prolongado de bienestar para los colombianos.

El Centro Democrático, que anda, como cualquier otro partido político, en trance electoral, y que, en rigor, no gobierna (no, al menos, como en las épocas doradas de Uribe) no comparte esta versión modulada y reticente de su lema de campaña. Como la carga tributaria de las empresas va a bajar (así ello no ocurra de inmediato) quiere mejores salarios ya. Por eso propuso una ley para ordenar un incremento extraordinario del salario mínimo haciendo caso omiso del mecanismo de concertación existente y de que, a falta de acuerdo entre los voceros de trabajadores y empresarios, el Gobierno goza de la potestad de fijarlo.

De manera discreta la Casa de Nariño tuvo que actuar para ponerle encima una campana de vidrio a ese fuego voraz. No contaba con la persistencia del Presidente Uribe que, como Don Quijote, insiste, sean cuales fueren los obstáculos, en salir  por estos campos de la Mancha, o de las breñas de nuestra Antioquia natal, rescatando viudas, deshaciendo entuertos y repartiendo beneficios. Para cumplir tan loable propósito presentó una iniciativa aún más radical: la creación (“por arte de birlibirloque”, digo yo con mucha pena) de una prima de servicios, es decir, un aumento generalizado de las remuneraciones de buena parte de los trabajadores del sector formal. La incertidumbre que esa propuesta genera dificulta las decisiones sobre el salario mínimo para el próximo año; y erosiona un valor al que, con razón, ese connotado líder denomina “confianza inversionista”. Es difícil invertir si se vaticina una espiral de precios jalonada por un incremento artificial del poder de compra de los consumidores, que el Banco Emisor tendría que contrarrestar encareciendo el crédito y restringiendo la demanda.   

De nuevo lamento que se haya hundido la propuesta de expandir el IVA a todos los bienes y servicios que integran la canasta familiar, garantizando la anulación de su impacto en el consumo de los sectores populares a través de un mecanismo compensatorio cuya implementación es por completo factible. Se ha perdido, por ahora, una posibilidad de aumentar el recaudo en cifras importantes y de hacer más progresivo el sistema tributario. El argumento para hundir esa fórmula es inadmisible: que es necesario mantener las clases medias por fuera de la tributación. No es ese un paradigma adecuado. Al margen de que los sectores pudientes tengan una carga mayor, como lo plantea la ley de financiamiento, es menester que la clase media, que tanto ha crecido en años recientes, aporte su concurso para hacer factible la sociedad de bienestar que hemos venido construyendo. “Pobrecitos los ricos; ellos solos no pueden”, diré medio en broma, medio en serio.

Los análisis preliminares de la reforma, en la versión aprobada en primer debate, muestran un deterioro del recaudo a partir del 2020, lo cual nos llevaría a una segunda reforma tributaria durante el actual cuatrienio,  camino que el presidente Duque, sin duda, no querrá transitar. ¿Qué hacer para reducir un riesgo que de todos modos es alto?

En el cortísimo plazo le recomiendo eliminar o acotar las gabelas tributarias previstas en el proyecto de ley en curso. El principio de equidad tributaria exige que todas las rentas, sea cual fuere su origen, tengan una carga impositiva igual.  No es conveniente que el Estado escoja ganadores, ni tampoco que interfiera, por la vía fiscal, en la canalización de los flujos de inversión hacia unos sectores específicos en vez de otros. El rezago relativo del sector agropecuario no obedece a que soporte gravámenes elevados; de hecho, casi no paga impuestos. Lo que necesita es seguridad física y jurídica, y bienes públicos de calidad. Por ejemplo, vías terciarias para conectar la producción con los centros de consumo, y redes troncales para acceder  a los puertos a fin de que podamos desplegar todo nuestro potencial exportador. No que le perdonen los impuestos.

Como guarda silencio mientras le suelto esta retahíla, sigo: abra un proceso de negociación con las regiones sobre el uso de las regalías. No puede ser que tengamos recursos ociosos que de ellas provienen mientras las finanzas de la Nación se encuentran en precaria condición. Apúrele a la reestructuración de la DIAN, a la implementación de la factura electrónica y el régimen simplificado de impuestos que mucho pueden ayudar a elevar el recaudo. Piense en la recomposición del portafolio de inversiones empresariales del Gobierno para darle un gran impulso a la infraestructura. Madrúguele, al despuntar el año, a resolver el grave problema de desfinanciamiento de la salud que, en buena parte, obedece a que el plan de prestaciones no es el que definen las leyes sino, caso por caso, los jueces. Le va tocar sacar -ignoro de dónde- algo así como cinco billones de pesos para sanear los balances de aseguradoras y hospitales. Un esfuerzo de esas magnitudes no puede ser recurrente.

Termino con una obviedad, querido Presidente. Mire a ver cómo consolida una alianza que le facilite la tarea de gobernar. Recuerde que varios partidos hacia usted confluyeron en segunda vuelta, razón por la cual es comprensible que quieran tener participación política. Hacerlo es posible sin arriesgar sus férreos compromisos en la lucha contra la corrupción y el clientelismo.  

Briznas poéticas. He aquí la selva amazónica, la vorágine que atrapó a Arturo Cova, personaje central de la novela de José Eustasio Rivera: “Sobre el musgo reseco la serpiente tranquila / fulge al sol, enroscada como rica diadema; / y en su escama vibrátil el zafiro se quema, / la esmeralda se enciende y el topacio rutila”.