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Llamado a la resistencia civil en la U de A

Es necesario pasar de la reflexión a la acción civil pacífica y romper la dictadura violenta que imponen ‘las capuchas’ y ‘los cascos´ en el Alma Mater.

Semana
23 de abril de 2012

Rafael Sebastián Guillén Vicente, el mítico guerrillero conocido como ‘Subcomandante Marcos’, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), dijo en alguna ocasión con relación al pasamontañas que “no importa lo que está detrás de la máscara, sino lo que simboliza”, dejando claro que más allá de la identidad individual hay una identidad colectiva que representa, en su caso, la lucha indígena en México.

No puede decirse lo mismo de los ‘capuchos’, aquellos supuestos estudiantes que tanto traumatizan la vida académica de la Universidad de Antioquia y de otras instituciones de educación superior de carácter pública del país, y que con sus acciones provocadoras han causado tanto daño, dolor y muerte.

La legitimidad que tiene el ‘Subcomandante Marcos’ no tiene discusión. De acuerdo con Roger Ángela, de la Universitat de Barcelona, la significación del pasamontañas usado por el ‘Subcomandante Marcos’ surgió en una convención zapatista: “Marcos pregunta si quieren que se quite el pasamontañas y ellos responden que no. El hecho de no poder identificar el movimiento con una fisonomía concreta permite que cualquiera pueda ponerse un pasamontañas para adquirir el rostro del zapatismo y asumir sus planteamientos”.

De tal legitimidad carece el ‘capucho’ universitario, pues su significado y trascendencia no ha sido fruto del consenso, ni de discusiones democráticas, ni de debates amplios, ni de convenciones estudiantiles que les haya otorgado representatividad; a mi juicio, son una imposición arrogante y violenta de unos pocos que solo se representan a sí mismos y carecen de planteamientos serios y concretos.

En un mensaje que recibí de una estudiante sobre los últimos hechos de violencia, se resume, incluso, la incomunicación de ‘los capuchos’: “todos estábamos muy confundidos porque no sabíamos por qué estaba pasando todo. Llegué a pensar que era por el día de la tierra, o el día de la marihuana, o que se estaban desquitando porque el día del agua estábamos en vacaciones o algo así. Después, salieron con que era por el TLC y hasta por la Ley Lleras, pero su mensaje nunca fue claro”.

La Universidad de Antioquia tiene problemas internos y externos que no se pueden ocultar, que son extensivos a otras universidades públicas en todo el país; asimismo, hay realidades sociales, políticas y económicas a nivel regional y nacional que requieren de una amplia discusión. Pero no es con el aturdimiento que producen los artefactos explosivos como se van lograr los consensos necesarios para encontrar las salidas adecuadas. La sensibilidad social y profesional no pasa por el número de veces que se participó en una pedrea o por la cantidad de explosivos que armó, sino por el conocimiento que le dejaron las lecturas, la experiencia y el debate académico.

Vuelvo y repito: los ‘capuchos’ carecen de toda legitimidad y su soberbia es de tal magnitud que pierden de vista que sus ataques con explosivos artesanales y armas no convencionales no sólo generan pánico, rabia y angustia, sino que provocan lo que podría calificarse como “represión legitimada”, que se desborda y afecta a una multitud que es ajena a la confrontación. Es lo que algunos analistas llaman “la psicología de la vendetta”.

Ahí es cuando entra en acción la Fuerza Pública, ‘los cascos’ (por sus atuendos), que en su afán de recuperar lo que llaman el “orden”, pierden la noción del “enemigo” y recurriendo también a estrategias que carecen de proporción y medida, afectan a toda la comunidad universitaria que, en los momentos de choque, hace presencia en el campus.

Hay aspectos significativos en los que coinciden tanto los ‘capuchos’ como ‘los cascos’ en el momento de la confrontación: la negación de la identidad, dado que ambas facciones se cubren el rostro; la ilegitimidad de sus actos, pues no discriminan entre quiénes hacen parte del “tropel” y quiénes no; y en el poder simbólico de la representación violenta, cuya manifestación teatral cada vez tiene menos sentido y se torna más agresiva.

No cabe duda de que tanto ‘los capuchos’ como ‘los cascos’ gozan de una fuerte vitalidad: los unos amparados en su arrogancia, disciplina, preparación armada, apoyos logísticos y en una supuesta ideología; y los otros, respaldados en la legalidad constitucional que, por momentos, es arbitraria e ilegítima.

Quien haya presenciado una pedrea en la Universidad de Antioquia sabrá que no sólo hay ‘capuchos’ en acción; también hay un público presente que los alienta a continuar sus ataques contra la Fuerza Pública, los aplauden, les prestan ayuda, los acompañan con cantos y arengas. Del otro lado, ‘los cascos’ también tienen su corifeo, compuesto por aquellos que reivindican la fuerza extrema contra la comunidad universitaria, que los estimula a usar de manera indiscriminada gases lacrimógenos y otros artefactos explosivos.

Cualquier idea considerada subversiva, en el sentido filosófico del término, se invalida con las acciones bélicas de ‘los capuchos’; por lo mismo, cualquier idea del orden queda en cuestión cuando la Fuerza Pública, a través de sus escuadrones del Esmad, ataca de manera desproporcionada dentro del campus universitario a toda la comunidad universitaria.

Es pues urgente resistirnos a unos y otros, restarles la vitalidad del poder simbólico que dicen representar, abandonarlos, aislarlos, dejarlos solos en sus barricadas sin sentido. No podemos dejar que sigan decidiendo, de manera violenta, las reglas de juego en el campus universitario. Ambos son enemigos de la academia. ‘Papas bomba’ y gases lacrimógenos son expresiones de radicalidad a las que debemos oponernos.

El orden caótico que imponen ‘los capuchos’ y ‘los cascos’ tiene que romperse, desequilibrarse, a favor de la academia, de la ciencia, del debate, de la palabra abierta y transparente, despojada de sus artilugios de guerra y de sus humos asfixiantes. ¿Pero cómo resistir? Hay que salir masivamente a cuestionarlos, utilizando para ello algunas de sus estrategias, como las pintas en las paredes, los panfletos, los espacios abiertos y las llamadas redes sociales; confrontarlos en el debate, pero con el rostro descubierto; no abandonar las clases y evitar el desalojo masivo del campus.

Las jornadas de reflexión convocadas por las autoridades universitarias tendrían sentido si en ellas surgieran propuestas de acción que derroten la inercia contra ‘los capuchos’ y ‘los cascos’, de lo contrario nos veremos enfrentados a lo que escribió Michel Onfray en su libro Política del rebelde: “La inercia sigue siendo una fuerza mientras en frente el enemigo no decida aumentar su presión y acentuar su poder. En ese caso, la inercia ya no basta, y si nos limitamos a ella, perdemos, arrastrados por una fuerza más grande”.

*Periodista y profesor universitario

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