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Londoño vs Suárez Vacca

Si Londoño creía que su versión era verdad, tenía que probarlo o dejar que lo metieran a la cárcel por obligarlo a rectificar contra sus principios

Semana
1 de marzo de 2003

El inmortal soneto endecasIlabo de Juan Lozano y Lozano sobre la catedral de Colonia, viene que ni pintado para el lamentable episodio protagonizado la semana pasada por el Ministro del Interior y de Justicia.

Porque en todos los hechos de marras Londoño se equivocó de principio a fin. O como dice el poema de Lozano, las equivocaciones de Londoño comenzaron "desde el arco ojival de la portada", ante los ojos incrédulos de los colombianos y la complacencia de un sector de la clase dirigente, para la que "mandar al diablo a un juez" era un espectáculo exquisito.

No me parece, francamente, que haya sido valiente la actitud del Ministro al atreverse a desafiar las instituciones desacatando durante casi una semana una orden judicial. En el pasado ha habido casos célebres -el de Juan Carlos Pastrana, por ejemplo, o el del rector de la Universidad de los Andes, Arturo Infante-, que prefirieron que los metieran a la cárcel antes de que una tutela los obligara a decir o a hacer algo que iba en contra de sus conciencias.

Esa sí me parece una actitud valiente. En cambio Londoño, alegando que la justicia "no me puede obligar a que yo crea o no crea", prefirió dejar pasar los días sacándole el cuerpo a la orden de rectificar, no una opinión, óigase bien, sino una información que equivocadamente dio acerca de un funcionario judicial. En otras palabras, el Consejo Superior de la Judicatura no podía obligar a Fernando Londoño a que dijera que le gustaba un juez que no le gusta, sino a que demostrara, y si no podía, que rectificara, actuaciones concretas que le endilgó a ese juez.

Todo comenzó en el recinto de la Pontificia Bolivariana de Medellín. Allí, picarescamente, el Ministro les dijo a los presentes que "aquí entre nos, aprovechando que no hay periodistas", les iba a contar que el juez Suárez Vacca "ejerció su profesión en Cali y se destacó como miembro muy obsecuente del bufete de abogados al servicio del cartel de Cali...".

Primer error: Londoño contó secretos en público.

Segundo error: los secretos que contó fueron desmentidos por el juez Suárez Vacca, quien aseguró que jamás ha ejercido como abogado y que nunca ha estado en Cali.

El ministro Londoño no es el único colombiano muy molesto con la actuación de un juez que decreta la libertad de un narcotraficante basado en un principio de discrecionalidad y que de paso le rebaja una millonaria multa decretada en su contra. A muchos de nosotros tampoco nos gusta el juez Suárez Vacca, y ese sentimiento de desconfianza no es tutelable ante el Consejo Superior de la Judicatura.

Pero las afirmaciones de Londoño, basadas en hechos aparentemente inexistentes, sí eran tutelables.

Y ahí radica el tercer error del Ministro. Antes de rectificar, caricaturizar una rectificación procedente. Decir que el juez Suárez Vacca es el "jurista más eminente que Colombia ha conocido" distaba mucho de lo que verdaderamente debió rectificar.

Pero si él todavía creía que su versión sobre el pasado del juez era verdad, tenía dos caminos: o probarlo, o dejar que lo metieran en la cárcel por obligarlo a hacer una rectificación que era contraria a la verdad y que iba en contravía de sus convicciones.

A cambio, Londoño se convirtió en el protagonista de una parodia que desgastó tremendamente la institucionalidad del país.

El caso de Suárez Vacca me recordó el de O.J. Simpson. Es evidente que Simpson mató a su esposa y al amante de ésta. Pero quedó libre porque el policía del caso aseguró que no era racista, lo que quedó desmentido cuando le sacaron 20 grabaciones con la palabra nigger incluida.

En el caso del juez colombiano, una evaluación objetiva de su proceder -la de si actuó o no en derecho o fue sobornado o amenazado- quedó opacada con la afirmación temeraria de Londoño.

Al final de la semana, después de todo el circo anterior, pasó lo inevitable. Que Londoño tuvo que reconocer que no tenía pruebas de sus afirmaciones. ¡Cuánto habríamos podido evitarnos si hubiera hecho eso, lo correcto, desde el primer momento!

Pero su tardía rectificación no pudo evitar lo inevitable: que sobre el escenario hayan quedado tendidos un juez héroe. Un ministro de Justicia desacatador. Un narcotraficante libre. Un sistema judicial caricaturizado.

O, como diría el poema de Juan Lozano, "una parálisis del viento".

ENTRETANTO? ¿No les parece que el que sí debería estar en la cárcel es el que se inventó la palabra 'conversatorio', y que debería haber una multa para todo el que la usa?

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