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Muñequitos de plomo

Siguiendo la lógica de Iván Márquez y Jesús Santrich, habría entonces que crear agrupaciones guerrilleras en la totalidad de los países del Continente.

Yezid Arteta
4 de septiembre de 2019

Cuenta George Orwell que durante sus años de pordiosero frecuentaba un bistro en el que se reunía la canalla de un populoso distrito de París. Allí conoció a un tal Fureux, obrero de una cantera, que cuando estaba sobrio era comunista y cuando se emborrachaba se volvía un iracundo patriota. En ese entonces Orwell se buscaba la vida como friegaplatos en un asqueroso restaurante parisino. Después se fue a combatir al lado de los republicanos en la Guerra Civil española. En el frente de Huelva recibió un balazo en el pescuezo. Un año antes de morir publicó 1984, un libro futurista que describe a una sociedad alienada como la que ocurre hoy día.

Fureux, el personaje que menciona Orwell en su opúsculo Sin blanca en París y Londres, me pareció verlo encarnado en Iván Márquez y su prédica de 32 minutos. Tres minutos habló como un comisario de Lenin y diecinueve como edecán de Simón Bolívar. Comunista y patriota. A su lado, Jesús Santrich, con un AK-47 de culatín retráctil en bandolera. Cuando hice de instructor de tiro entre los ríos Pato y Coreguaje les explicaba a los combatientes del Bloque Sur que ese modelo de Kalashnikov era el apropiado para el combate en espacios reducidos y guerra suburbana. No creo que sea el arma adecuada para Santrich, más con sus problemas de visión. 

Márquez y Santrich, por ingenuidad o charlatanería, cayeron en una trampa tendida por la DEA. No tenían escapatoria. Huyeron. Buscaron aliados entre mandos medios a los que el Estado no puso atención y la fiscalía acorraló. Escribieron un memorial de agravios y se autoproclamaron libertadores. Anunciaron una segunda Marquetalia. Iván Márquez protagonizando el papel de Manuel Marulanda Vélez y Jesús Santrich el de Jacobo Arenas. Iván Márquez, que a duras penas reunió unos cincuenta mil votos en las elecciones de 2018, se designa como jefe supremo de la insurrección popular. El “Paisa” Oscar, Romaña, Aldinever, el “loco" Iván y Walter escuchan sin convicción el palabrerío delirante de Márquez. Saben, por pragmatismo y conocimiento del abecé de la guerra, que lo que hace Márquez no es más que una escenificación. Una pantomima que los llevará a ninguna parte. No tienen más remedio que aparecer en la foto. Cuando no hay salida hasta la voz de un comediante cae bien. 

Márquez habla por los indigenas pero no es indígena. Habla por los afrodescendientes pero él no lo es. Habla por los ambientalistas pero él no lo es. Habla por la comunidad LGTBI a la que no pertenece. Habla en nombre de los guerrilleros traicionados, pero estos dejaron claro que no creen en pájaros preñados. Los indigenas, los afros, la comunidad LGTBI y los guerrilleros que permanecen en los espacios territoriales tienen voz, organización y formas de lucha propias. No le han dicho a Márquez que los represente, ni que les indique cómo deben organizarse y luchar por sus derechos. Márquez y sus problemas personales se representan a sí mismo. 

En los tiempos que corren es un truco exhibir a la lucha armada como el remedio infalible a los males que aquejan a Colombia. El asesinato de líderes sociales, la desigualdad, el desempleo y un largo etcétera de males ocurren en toda América Latina. Siguiendo la lógica de Márquez y Santrich, habría entonces que crear agrupaciones guerrilleras en la totalidad de los países del Continente. La lucha armada hizo época y épica en tiempos en los que no había otra manera de luchar contra las brutales dictaduras y democracias restringidas apoyadas por Washington. No faltan los friquis de izquierda que se frotan las manos y sueñan con insurrecciones y ofensivas. Si estos sueños los hacen felices por qué no dejarlos. Al fin y al cabo soñar sale gratis.   

La convocatoria de Márquez nació muerta. Fue rechazada de forma unánime dentro y fuera de Colombia. Fue mero barullo. El país está en modo electoral. Los medios se refieren a Márquez y su grupo como a una “banda”. Llamarlos “banda” trae muchísimos problemas a quienes la integran. Es difícil que el gobierno retome los diálogos con el ELN si éstos llevan en el mismo bus al grupo de Márquez. Están muy solos. Una soledad que los puede convertir en juguetes. Juguetes de cuerda en manos de niños traviesos.

En la zona veredal de Agua Bonita, Caquetá, más de doscientos excombatientes de las Farc han creado una comuna que práctica la democracia, trabaja y reparte en forma equitativa los beneficios. Una comuna socialista que se instruye y progresa políticamente. Una cofradía de excombatientes que guarda sus ideales y establece una forma de organización colectiva conforme a los principios por los que lucharon. Lo que están haciendo los exguerrilleros en Agua Bonita es muchísimo más eficaz y potente que la monserga de Iván Márquez. La política alternativa que recorre al mundo va en la dirección de Agua Bonita.

Aviso: Es un buen momento para que el partido Farc cambie de nombre, cambie de logo, ajuste su programa y estatutos a las nuevas realidades, se abra a nueva gente y promocione nuevas caras. Tienen hacia donde crecer y arraigarse si saben pulsar las teclas correctas. Aprovechen.   

(*)Escritor y analista político

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