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Medios y racismo

Este país no solo tiene grandes dificultades para conectar a los departamentos, sino además poco interés en que se comuniquen las regiones

Poly Martínez
23 de junio de 2020

Poco se ha hablado de la noticia detrás de los titulares del asesinato de George Floyd. Pero empieza a tomar vuelo: el racismo al interior de las grandes casas editoriales, prensa, revistas y contenidos digitales en Estados Unidos. El racismo en los medios de comunicación.

Con las protestas ciudadanas y la durísima discusión nacional e internacional sobre la discriminación, también está llegando la pregunta por el grado de racismo –entiéndase tono de piel que incluye a afros, latinos, mulatos y toda la gama intermedia de prejuicios- en las salas de redacción y en las oficinas de dirección. Las cabezas de los editores empiezan a rodar.

La inmensa Condé Nast, casa editorial de revistas tan famosas como Vanity Fair, The New Yoker y la siempre de moda Vogue, está condenada a revisar seriamente sus políticas laborales, editoriales y existenciales. El lío es de tal tamaño que la famosa editora/directora artística de Vogue, la inglesa Anna Wintour, ya salió a pedir disculpas y reconoció la inequidad al contratar fotógrafos, periodistas, productores y diseñadores “de color”. Y el director de la revista Bon Appetit renunció por cuenta de fotos donde aparecía disfrazado de portorriqueño y burlándose. En el mundo editorial gourmet, aunque presente las cocinas del mundo, persiste un regusto a discriminación.

Sí, claro, como todo lo políticamente correcto, esta multinacional de la información y entretención –súmenle Wired, Architectural Digest, Allure, Glamour, GQ, Epicurious-  tiene escritas en el papel sus políticas pro diversidad y no discriminación, hoy mucho más visibles en su página web, que anoche aparecía llena de imágenes de personas afroamericanas, con un toque de gente blanca y una cuota de otras etnias, incluido un indio en portada (de la India, para los colombianos que solo saben insultar con esa palabra).

Pero el papel a veces es solo para dar una mejor impresión mientras los microrracismos, inmensos y cotidianos, subsisten. Las denuncias van desde la imposibilidad de tener representación étnica en el grupo de la dirección editorial, hasta diferencias en pagos –o mejor, ningún pago- por contenidos que, si son hechos por empleados blancos, tienen remuneración.

El debate contra el racismo también ha traspasado las páginas de The New York Times. El editor de opinión James Bennet –uno de los cargos más poderosos de la prensa estadounidense- tuvo que renunciar y disculparse ante la presión de la redacción que cuestionó la publicación de una columna en la que el senador Cotton pedía la entrada del ejército para controlar las protestas a como diera lugar, cosa que también miles de lectores leyeron como una invitación a profundizar la violencia racial. El Washington Post no se salva, confrontado por sus políticas de restringir el debate racial en redes por parte de sus empleados.

¿Y aquí en Colombia, qué? ¿Pasada la página de la noticia, qué queda en los medios detrás del #BlackLivesMatterColombia o #LasVidasNegrasImportan? ¿Qué rodillas invisibles, pero evidentes, le quitan aire y espacio a la discusión sobre nuestro racismo?

Una campaña en redes cuestionaba por qué vemos la violencia contra George Floyd y no contra Anderson Arboleda. De pronto porque tampoco la leemos lo suficiente en las páginas editoriales y mucho del cubrimiento noticioso se queda en lo folclórico, no sale del reporte de orden público o judicial; porque se organizan foros mediáticos virtuales en los que hablan solo blancos o, mejor, criollos variopintos, de negros y racismo; de lo indígena, ni hablar. La poca presencia en las redacciones, en los programas de debate de radio y televisión tampoco permite escucharlos.

Me refiero a columnistas permanentes –que sí los hay, pero muy pocos-, no a colaboradores de ocasión que son llamados para un especial vendedor. Bien me lo dijo Alberto Salcedo: “El negro es una voz de efemérides”. El video que sacó La Pulla, por ejemplo, habla de racismo, da cifras de su impacto en temas como salud, educación, acceso a empleos, prejuicio judicial y social, pero no habla de la discriminación en los medios de comunicación.

¿Al menos hay políticas editoriales contra la discriminación? ¿Hay determinación por buscar columnistas o cronistas afro o indígenas, así como alguna vez entendieron la importancia de incluir voces de mujeres para superar los temas “femeninos”? ¿Con qué criterio se editan las fotos o se hacen las producciones de especiales? Hice el recorrido por las páginas editoriales de varios diarios del país, revisé las nóminas de columnistas y hablé con gente de diferentes regiones, y aunque hay representantes de la comunidad afro en columnas y uno que otro editor (la voz indígena es casi transparente), el balance repite los índices de exclusión que asuelan a las comunidades étnicas, imprime cotidianamente los microracismos y blanquea la conversación.

Este país no solo tiene grandes dificultades para conectar a los departamentos, sino además poco interés en que se comuniquen las regiones. “El diálogo nacional, la conversación es poquísima; en realidad, solo Bogotá trata de hablar con los demás. En la costa jamás hablamos con el Amazonas”, me dijo también Salcedo.

Y en ese vacío de palabras es donde se reproduce la segregación, como dice José Navia, otro de los grandes cronistas que ha dado este país: “Al indígena se le mira peyorativamente, hay señalamientos y reproducción de estereotipos: es vago, no trabaja la tierra y es guerrillero”. Por eso, comenta, en los medios existe “el racismo de la incredulidad al periodista étnico. Todos los que me leen y no me conocen me imaginan blanco -se lo comentan cuando lo ven, además-, como si el indígena solo supiera de mochilas, artesanías y todo fuera pacha mama. Esa es una forma de racismo extendida, inclusive en sectores ilustrados o progresistas del país: el racismo de la incredulidad”.

“Si pretendemos erradicar esta vieja enfermedad debemos trascender los comunicados académicos, las cartas abiertas, la indignación a través de las redes sociales o las lecturas críticas en círculos de expertos. Esas son expresiones esporádicas que poco inciden en la vida concreta de los y las racializados. Necesitamos acciones antirracistas todos los días”, escribió hace poco José Antonio Caicedo, profesor de la Universidad del Cauca y columnista del diario El Liberal de Popayán.

Y necesitamos que la discusión editorial, en las redacciones, no se quede en el periódico de ayer.

 

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