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MODAS QUE HACEN MODOS

Semana
11 de febrero de 1985

Es tan insignificante el papel que cumplen las mujeres soviéticas en la política, que se necesitó que se muriera Andropov para que el mundo occidental pudiera confirmar que estaba casado, y con la misma mujer, hacía más de 30 años: una gordita viejona que, vestida de riguroso luto, lloraba desconsoladamente su muerte. Por eso sorprendió el brillante debut en sociedad que hace poco hizo en Londres, con la complicidad de la prensa occidental, Raisa Gorbachev, esposa del segundo hombre del Kremlin: una pelirroja joven, elegante, graduada en filosofía, que logro demostrar que no todas las mujeres soviéticas son gordas, que no todas usan vestiditos estampados o adustos sastres de tela de cortina, que no todas amarran sus cabezas con pañoletas arrugadas. Tan sorprendente sería la elegancia de Raisa que Margaret Thatcher, siempre sobria en sus trajes de primera dama, no pudo evitar en varias oportunidades quitarle unos cuantos segundos de atención a los problemas del mundo para dedicárselos a las indumentarias de Raisa, regalándole siempre al final una mirada de aprobación.
La visita de los Gorbachev se vio prematuramente suspendida por la muerte del Ministro de Defensa soviético, pero la prensa inglesa despidió cariñosamente a la pareja refiriéndose a ellos como "los camaradas Gucci". Un apelativo que aunque suena en principio antipáticamente consumista, contiene la picante descripción de lo que quizás será el estilo y personalidad de una nueva generación de líderes rusos: menos acartonados, menos prevenidos, menos...soviéticos, y quizás tan proclives como los occidentales a eso de darle rienda suelta al espíritu complaciendo los caprichos de la vanidad.
La moda y las ideologías poseen vínculos insospechados. Una de las más vistosas consecuencias de la revolución china fue la de haber uniformado a mil millones de personas de gris ratón. Pero, al reves, lo más vistoso de la apertura política que Deng Xiaoping está intentando implantar, son las fotografías que hoy se encuentran frecuentemente publicadas en las revistas internacionales, de chinas adolescentes recorriendo las calles de Pekín enfundadas en trajes de alegres colores, y con tantos deseos de tragarse las vitrinas de los almacenes como cualquier adolescente colombiana en la carrera 15 de Bogotá.
Al parecer Deng, empeñado en desestancar la revolución china, consideró que de una vida tan gris no podía salir nada brillante. Por eso una de sus primeras reformas fue la de permitir que los chinos se vistieran "común y corriente", lo que no significa otra cosa que el permiso de que luzcan bien. Curioso, si se tiene en cuenta que los chinos no se "tragaron" jamás a Brezhnev, precisamente por su manía de querer lucir bien: adoraba los paños ingleses, las corbatas de seda y las colonias francesas. Ahora, gracias a la apertura de Deng, gustos como los anteriores se han vuelto un problema personal y han dejado de serlo de ideología. La revolución china continuará hacia adelante, pero conducida por un pueblo más hermoso.
En Colombia la izquierda también tiene sus entendederas con la moda. Sus diversos matices están más caracterizados por la forma como se visten sus seguidores que por las ideas que trafican. Uno puede distinguir a un miembro del Partido Comunista de un militante del Moir, y a un militante del Moir de un trosco, por detalles claves de su indumentaria. El primero será el más parecido de los tres a un joven búlgaro o alemán oriental; corte de pelo moderno, maletín de cuero y traje "sport elegante". El segundo es rápidamente identificable por sus blue-jeans amorosamente desteñidos, su americana y su mochila al hombro y, en general, por una apariencia descuidada, pero no con el descuido de un intelectual sino con el de un obrero. Y por último están los trotskistas, que cultivan el estilo parisino. Gafas redondas, bufanda, gaban y afros moderados; lo importante es que tengan la apariencia de ser personas que estudian mucho, fuman mucho y toman mucho café. Hay quienes piensan, por este motivo, que si la izquierda colombiana llega algún día a uniformarse, probablemente desaparecería la mitad de sus diferencias ideológicas.
Pero la guerrilla colombiana no se queda atrás, en materia de moda. Sus trajes de camuflaje, cuidadosamente embarrados, han resultado irresistibles para nuestra burguesía, entre la que está de moda la línea cese al fuego . La primera en inaugurar la nueva moda fue, como no, Gloria Zea que causo sensación cuando recorrió los medios de comunicación en una fotografía en la que aparecía vestida de swinging safari, brindando con champaña en compañía de una guerrillera. Entre los hombres, la línea cese al fuego permite muchas liberalidades. Ahí están el sombrerito tirolés del ex ministro Bernardo Ramírez, las chaquetas a cuadros de Emilio Urrea, las botas media caña y las ruanas chiquinquireñas. Lo importante es parecer un veraneante de La Mesa, Cund., con ese tufillo urbano que no pierde jamás el turista de la gran ciudad.
El anterior recorrido demuestra que la forma de vestir esta íntimamente relacionada con la manera de ser o de pensar. Actualmente el mundo está dividido entre los que quieren vestirse bien para lucir mejor, y entre quienes se visten bien para lucir mejor lo que piensan. Hasta hace poco lo primero, o sea lucir mejor, estaba considerado como una aberración capitalista por aquellos que, como los chinos, estaban acostumbrados a lo segundo, es decir a vestirse de lo que eran, de comunistas.
Hoy las cosas se estan enredando. Algunos burgueses desean vestirse de comunistas para parecer más burgueses, y los comunistas vestirse de burgueses para parecer menos comunistas. Es cuestión de enrrollarse una bufanda en el cuello o aplicarse una gota de perfume. Dos cosas que, en el futuro, jamás podrán volver a considerarse totalmente inofensivas.

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