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Moralmente impedido para mostrar el trasero

¿Valdría la pena un Congreso sin Uribe? ¿ante quién intentará lucirse Paloma Valencia? y sobre todo: ¿cómo caminarán por el recinto todos los anónimos senadores de su bancada, pollitos sin gallina que ni siquiera sabrán en cuál curul anidar?

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
28 de julio de 2018

No ha sido una semana sencilla para el Presidente Eterno, libertador absoluto de esta pequeña Patria: en apenas siete días, y en plena convalecencia por la fisura de una de sus costillas (extraída por Papá Lindo para obtener de ella a Iván Duque), el Gran Colombiano tuvo que redactar 64 trinos contra Santos; poner like a la foto en bikini que María Fernanda Cabal publicó en su cuenta de Facebook; aguantar una conspiración internacional en que la Corte Suprema de Colombia, en alianza con el enmermelado James Bond, pretende meterlo preso; recibir el llamado a indagatoria; renunciar a su curul; y verle el derrière a Antanas Mockus en vivo y en directo y a pocos metros de distancia: y verlo, valga decirlo, sin sentirse impedido moralmente para hacerlo.

Sin embargo, de todo lo que ha debido soportar el mayordomo mayor del Ubérrimo, observar de cerca el trasero del profesor Mockus pudo ser una de las experiencias más difíciles (y, por eso mismo, más formadoras) de su semana. Mi sugerencia ahora es que, en lugar de renunciar a la manera tradicional, imite en algo al senador del Partido Verde: si va a renunciar a la investidura, que lo haga de esa manera; que haga él también una desvestidura.

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No sería descabellado, como lo es –descabellado– el trasero liso del profesor Antanas. Tan pronto como observé que se bajaba los pantalones de nuevo, me santigüé: ¿a qué volver a mostrar el culo cuando podría sorprender con otra parte?, supuse en voz en alta, como si aún fuera director de la revista SoHo. Pero al final le concedí la razón. No seré yo quien critique a Mockus por repetirse, como ya lo dije antes. Unas tres o cuatro veces. Prefiero rescatar la trayectoria del profe antes que la exhibición de su nalga. Porque ha sido firme, y no ha tenido una sola mancha. Y su trayectoria tampoco.

El mismo uribismo protestó airado por el culo aireado de Mockus, cuando lo cierto es que el profesor es de los pocos que puede darse el lujo de exponerlo: habría que ver si el doctor Gerlein, en caso de que continuara en labores, sería capaz de bajarse la bragueta para mostrar las tetillas como acto de protesta: hasta allá le suben los pantalones; o si algún congresista de las Farc destapa su caleta, por decirlo en términos metafóricos.

¿Valdría la pena un congreso sin Uribe? ¿ante quién intentará lucirse paloma valencia? y sobre todo: ¿cómo caminarán por el recinto todos los anónimos senadores de su bancada, pollitos sin gallina que ni siquiera sabrán en cuál curul anidar?

En cambio, el profe, orondo, mostró de nuevo su trasero. Incluyente, como es, en la tonalidad de la piel se reconocía un homenaje al voto en blanco; en la del calzoncillo, un guiño a los conservadores. Y sí: a lo mejor resultaba redundante la exposición de semejante parte del cuerpo para exigir que un senador de apellido Cepeda fuera escuchado (no Cepeda Iván: Cepeda Efraín). Pero el suyo fue un desnudo artístico, dijéramos: una imagen que, en lugar de mostrar, insinúa. Y los congresistas sí que saben de insinuaciones.

Indignado, el bachiller Ernesto Macías, presidente del Senado, dice que castigará el gesto para sentar un precedente. Pero acá lo importante no es que se siente un precedente, sino que se siente Mockus. Y que su gesto sea adoptado –retomo la idea, ahora sí– por Álvaro Uribe.

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Y a eso voy: no tiene sentido que la plenaria del Congreso acepte la renuncia del doctor Uribe. Bastaría con convencerlo de que, inspirado en Antanas Mockus, proteste como él: que exhiba ante el país el rulé de caballista, su posadera eterna. Ni que fuera una declaración de renta para mantenerla oculta.

Vaya pues la invitación para que, en lugar de marcharse, como cualquier Iván Márquez, el Presidente Eterno demuestre que legisla a calzón quitado; que no tiene nada que esconder. En la cruzada para pedir que continúe en su curul debemos comprometernos todos, empezando, claro, por el Presidente Efímero, quien no ha pronunciado las palabras famosas de “quien la hace, la paga” que tanto repitió en campaña, para que no se tomen como un amago de traición, pero de quien urge una declaración en que repita las palabras que aprendió de su patrono:

–No renuncie, Presidente Eterno: vote mis iniciativas antes de que lo metan preso…

¿Valdría la pena un Congreso sin Uribe? ¿Quién se robará, en adelante, el mecato que lleven los de su bancada? ¿Ante quién intentará lucirse Paloma Valencia? ¿A qué mujeres increpará Carlos Felipe Mejía para congraciarse con un patrón ausente? Y sobre todo: ¿cómo caminarán por el recinto todos los anónimos senadores de su bancada, pollitos sin gallina que ni siquiera sabrán en cuál curul sentarse, en cuál anidar?

No vale la pena. Pido, pues, al Congreso, que no acepte la renuncia de su senador más votado y que, a cambio, se expida una moción, esta vez sin censura, para que pueda imitar a Mockus, así sea a manera de protesta (y que lo haga antes de que el nuevo ministro de Defensa la regule). Que se ponga de pie en el bullicio de una plenaria y se baje el pantalón hasta los Crocs. De esa manera demostrará ante el país que no está impedido moralmente para exhibir el trasero; y que, contrario a lo que pretende señalar el agente 007, no tiene rabo de paja.

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