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Nacionalidades

Lo de la doble nacionalidad no es malo en sí mismo, sino bueno. Temo, sin embargo, que pueda suscitar problemas de doble lealtad

Antonio Caballero
9 de septiembre de 2002

Mientras sigan existiendo las patrias -y eso parece ir para largo- es mejor tener varias. Los excesos criminales de los nacionalismos nos lo enseñan a diario en todas partes. Tanto el de los pequeños -los vascos que asesinan en nombre de Euskal Herría o los tigres tamiles que matan en nombre de la Patria Tamil- como el de los grandes: los rusos que aplastan a Chechenia, los chinos que se tragan al Tíbet. Y, por supuesto, también el más arrogante y poderoso de todos: el nacionalismo norteamericano que impone sus intereses sobre los del mundo entero: tanto en lo grande -el calentamiento global del planeta- como en lo pequeño -los aranceles del acero-; y hasta en lo inmoral: la exigencia de la firma de ese tratado que garantiza la impunidad penal de los norteamericanos en el extranjero. Todos los nacionalismos son dañinos, sean independentistas o imperialistas. Por eso, mientras las nacionalidades existan, es bueno tener más de una.

Yo mismo, sin ir más lejos, tengo por lo menos dos: la colombiana de nacimiento y la española de adopción, que obtuve al cabo de muchos años de vivir y trabajar en España. Creo que tengo incluso tres, pues me parece que sigue vigente aquel privilegio de ser también paraguayos que nos dio a todos los colombianos el mariscal Solano López cuando Colombia fue el único país que (verbalmente) apoyó al Paraguay en su desproporcionada guerra contra la Triple Alianza del Brasil, el Uruguay y la Argentina, que era en realidad una guerra, aun más desproporcionada, contra el Imperio Británico. Tengo tres, y me gustaría tener una cuantas más, pues la multiplicidad de nacionalidades es muy útil para la vida diaria. Sobre todo ahora, cuando gracias a que Andrés Pastrana recuperó la dignidad de Colombia ante el mundo (¿no es eso lo que dicen?) a los colombianos nos reciben a patadas en casi todos los países de la tierra. Por lo visto, incluso Panamá nos quiere exigir visa. Gracias, doctor Pastrana.

Pero esta vez mi tema no es Pastrana, sino uno de sus hombres: Luis Alberto Moreno, confirmado como embajador de Colombia en Washington por ser también hombre de Alvaro Uribe. O bien por ser "nuestro hombre en Washington". ¿No es eso lo que dicen?

Y no entiendo por qué lo dicen, pues es más bien lo contrario: el hombre de Washington aquí. El otro día leí en esta revista una nota admirativa contando cómo, gracias a sus dotes de persuasión diplomática, Moreno convenció a un grupo de industriales colombianos de que en adelante no compren en Colombia su trigo y su cebada, como antes, sino en el estado norteamericano de Montana. No sé qué pensarán los cerealeros colombianos de nuestro hombre en Washington, pues la revista no lo dice; pero sí dice lo que piensan los cerealeros norteamericanos de su hombre aquí: "Como resultado (de la gestión de Moreno), Baucus (senador de Montana y presidente del comité de finanzas del Senado de su país) quedó feliz".

Y es que, a diferencia de lo que opina (también en esta revista) la columnista María Isabel Rueda, Moreno no es "made in Colombia": sería mejor definirlo como "born in the USA". Tiene incluso la nacionalidad norteamericana. Y aunque me dicen que renunció a ella, parece ser que tal renuncia es imposible en los Estados Unidos: por eso el joven fundamentalista islámico John Walker, que nació norteamericano, es el único combatiente talibán capturado por los norteamericanos en la guerra de Afganistán que tiene derecho a un juicio con garantías procesales. O a escapar al juicio, de acuerdo con el ya mencionado tratado de impunidad para los norteamericanos que en estos días se dispone a firmar en nombre de Colombia la canciller Carolina Barco. A propósito: otra de las altas funcionarias del actual gobierno que, a falta de ser paisa de nacimiento, tiene al menos, también ella, nacionalidad norteamericana.

Insisto: lo de la doble nacionalidad no me parece malo en sí mismo, sino bueno. Temo, sin embargo, que en determinados casos pueda suscitar delicados problemas de doble lealtad, sobre todo en lo referido a la potencia imperial norteamericana. Recuerdo el de un ministro de Hacienda del Uruguay, hace años, en tiempos del presidente Bordaberry, la primera vez que quebró aquel país. En el Congreso le criticaron sus inclinaciones excesivamente pronorteamericanas, que algunos consideraban inconvenientes para los intereses uruguayos. Y respondió indignado:

-No es que yo sea pronorteamericano. Es que soy norteamericano.

Y, a propósito de los ministros de Hacienda: ¿qué nacionalidad tiene Roberto Junguito? Porque tampoco él es paisa. Tiene cara de haberse hecho ciudadano de adopción del Fondo Monetario Internacional, como todos nuestros ministros de Hacienda.

Bueno. Pero a lo mejor eso les sirve a todos ellos después, para no tener que responder de sus actos de gobierno, de acuerdo con el inminente tratado de impunidad. Desde el principio de este artículo vengo diciendo que tener varias nacionalidades es muy útil.

Y si no, vean a Fujimori. O al ya nombrado ex combatiente talibán Walker.

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