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Francisco José Mejía columna Semana

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Nos está dejando el bus del progreso

Al paso que vamos, si Colombia no cambia, en unos años tendremos un parque automotor obsoleto de gasolina y diésel.

Francisco Mejía
4 de marzo de 2024

Todas las alarmas se han encendido por el nulo crecimiento de la economía en 2023, que fue de 0,6 %, y el aún peor desempeño de la inversión, que cayó un 24,8 %, presagiando recesiones y pobres crecimientos en el futuro. Estos hechos en sí son graves, pero cuando se miran en el contexto geopolítico y económico global, cobran una dimensión mayor porque la oportunidad que estamos dejando pasar es enorme.

El mundo está en el umbral de una transformación económica solo comparable con la invención del motor de explosión y la electricidad. Esa transformación está impulsada por la transición energética derivada de la crisis climática y por la inteligencia artificial.

Pero además, se está dando en un contexto geopolítico de desacoplamiento de Estados Unidos y China, y de pasar de cambiar el concepto de inventario “just in time” (justo a tiempo) con “just in case” (por si acaso) para ilustrar que ahora la única prioridad no es el costo, sino también la resiliencia de las cadenas de suministro, que deben estar más cerca de casa para evitar las complicaciones logísticas que se vieron desde China con el covid-19 o que se ven ahora con el terrorismo en el mar Rojo; es lo que se denomina “near shoring”.

Esta coyuntura es perfecta para un país como Colombia si la supiera aprovechar, pero la realidad indica todo lo contrario.

Para ilustrar el punto me referiré solo a dos industrias: la industria automotriz y el sector agropecuario. Goldman Sacks estima que en 2035 la mitad de los carros que se venderán serán eléctricos, eso significa un crecimiento exponencial en ventas en los próximos diez años.

Por esa razón, la compañía más valiosa hoy en día no es ninguna de las gigantes del pasado, es Tesla, que con 635 billones de dólares casi duplica a la segunda, que es Toyota. Adicionalmente, si bien es cierto que, en apariencia, un carro eléctrico y uno de gasolina lucen iguales, realmente son completamente diferentes, tanto que sus cadenas de suministro no tienen casi nada en común. Por ejemplo, en el carro actual la parte neurálgica es el motor, en el eléctrico es la batería, y partes clave como el sistema de transmisión son diferentes.

Eso quiere decir que toda esa capacidad de producción se está construyendo en este momento, y países como México, donde Tesla y la China BDY están construyendo plantas, se están llevando buena parte del pastel. Además, el carro eléctrico es un computador andante, que gracias a la inteligencia artificial no necesitará conductor. Eso está abriendo una nueva industria de software, cámaras inteligentes y sensores enorme.

Pero hay más, los materiales necesarios para la construcción de estos vehículos son muy diferentes a los del vehículo de combustión; el cobre, el litio, el níquel y el cobalto son fundamentales, y Chile ya está participando en ese negocio con el valor agregado de la refinación.

Acá tampoco Colombia aprovecha, al contrario, estamos ahuyentando la minería legal con ese Decreto 044 que faculta a la ministra de Minas, a quien solo le sirve la minería “ancestral” (o sea la que practican los grupos ilegales con daños ambientales y sin tributar), para declarar a su antojo áreas de exclusión minera en todo el país.

Adicionalmente, el advenimiento del carro eléctrico requiere de grandes inversiones en infraestructura de carga, para no hablar de sensores, inversiones que ya se están dando en el resto de países, con contadas excepciones como el nuestro en que ni propios ni extraños quieren invertir por el susto que producen los desafueros ideológicos de Petro.

Al paso que vamos, si Colombia no cambia, en unos años tendremos un parque automotor obsoleto de gasolina y diésel, que pocos se podrán dar el lujo de mover porque ya Petro nos tendrá importando combustibles caros de Venezuela.

En el sector agropecuario también está ocurriendo una transformación: la robótica, la agricultura de precisión, el uso de drones y los sistemas sostenibles de producción cada vez más necesarios por las crecientes restricciones de acceso a mercados de Europa y Estados Unidos; son necesidades apremiantes del presente para modernizar nuestra agricultura que necesitan enormes cantidades de inversión. Pero el problema es que seguimos acarreando un rezago que también necesita inversión, sobre todo pública, en infraestructura vial y distritos de riego.

Tristemente en nada de eso se está avanzando, los que avanzan son los grupos criminales con su mata maldita, haciendo imposible las condiciones mínimas de seguridad para la producción agropecuaria lícita. Y mientras tanto, el Gobierno -bajo la falsa premisa de los latifundios improductivos y las supuestas causas del “conflicto”- enfoca toda su política agropecuaria en comprar tierras para repartirlas, mientras que los dos millones de campesinos que hoy tienen tierra ven cómo sus condiciones de vida se deterioran porque deben ser invisibilizados por la política pública, ya que su condición de propietarios contradice la narrativa oficial.

Nunca las circunstancias de la economía y la geopolítica global habían sido tan favorables para Colombia, nunca la oportunidad de subirnos al bus del progreso había sido tan clara, pero desgraciadamente, cuando más necesitábamos de un presidente que entendiera estas señales del siglo XXI, y que diera confianza para producir un gran auge de inversión, elegimos a uno que solo sabe agitar las mismas consignas bolcheviques de hace más de cien años, y lo peor, que lo sabe hacer muy bien.

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