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NOSTALGIA DE GOYENECHE

Semana
6 de junio de 1994

EN LAS EPOCAS DEL COLEGIO HABIA una escena que se repetía con frecuencia: un alumno pasaba al tablero, el profesor le hacía una pregunta, el pobre estudiante -que no sabía la respuesta- contestaba cualquier cosa y todos los compañeros, en coro, empezaban a gritar: ¡Goyeneche, Goyeneche, Goyeneche...! La palabra Goyeneche, además de ser un apellido, fue hace años un genérico que servía para calificar las actitudes torpes, los comentarios estúpidos, las propuestas absurdas o los planteamientos incoherentes. Pero el célebre Goyeneche era en realidad un político. Se trataba de un deménte protegido por los estudiantes de la Universidad Nacional, quienes lo exhibían como su dirigente de cabecera en una demostración de crítica hacia los políticos del país y, por supuesto, como una forma de distraer el tedio académico mamando gallo.
Goyeneche en medio de los estudiantes, como Jesús entre los doctores contestaba toda clase de preguntas sobre la realidad nacional y explicaba sus tesis de gobierno con una seriedad que daba lástima, mientras los universitarios se revolcaban de las carcajadas después de cada una de sus ocurrencias. Entre las muchas tesis de Goyeneche que se volvieron célebres están la pavimentación del río Magdalena para convertirlo en una autopista que cruzara el país de arriba abajo; la construcción de una gran marquesina sobre Bogotá para protegerta de las inundaciones; la promesa de que durante su gobierno todas las carreteras se harían en bajada para ahorrar combustible, y la colocación de un inmenso paraguas metálico sobre el canal de Panamá como protección contra un eventual bombardeo, fuera éste ruso o estadounidense.
Ese recuerdo de Goyeneche, el candidato, regresó automáticamente con las apariciones en televisión de los aspirantes a la Presidencia de la República de Colombia. El primero, Jorge Guillermo Barbosa, con su atuendo negro y su sombrero llanero de paño -una mezcla de el 'Zorro' y el 'Indio Amazónico' (un zorro lobo)-, irrumpió en la escena con una perorata incomprensible en la que se mezclaban todos los temas, al cabo de la cual quedaba uno sin saber si el candidato estaba describiendo los problemas del país o las soluciones de su propuesta. Los antecedentes políticos de este personaje se limitan a una candidatura al Concejo de Bogotá en la que logró la impresionante cifra de 800 votos.
Después vino otra payasada en versión diferente, a cargo de un filòlogo fervoroso, quien confesó que un buen día tuvo una revelación divina, a través de la cual el Señor le indicó el camino adecuado para salvar a la humanidad. Con todo el respeto que merecen las palancas que pueda tener este hombre con el más allá, sus 15 minutos en televisión tenían más de culebrero del parque Santander que de estadista.
La siguiente fue Gloria Gaitán, cuya aspiración presidencial me abstengo de comentar por respeto a la memoria del mártir del 9 de abril de 1948. Y así sucesivaniente: un político cuyas credenciales políticas son haber nacido en la misma cuadra de Jorge Eliécer Gaitán, y que dice inspirarse en las virtudes del palo de Siete Cueros; una fanática religiosa que tiene como guía uno de los capítulos de Isaías; un futbolista pacifista que ni siquiera se toma el trabajo de fingir que jamás será presidente... y de ahí en adelante hasta completar la inverosímil cifra de 18 candidatos a la Presidencia, al lado de los cuales Regina Once parece Margaret Thatcher. Docena y media de candidatos constituyen una cifra exorbitante si se tiene en cuenta que con apenas dos de ellos, Samper y Pastrana, ya estamos encartados.
Esto hace evocar con nostalgia a Goyeneche, pues estoy seguro de que en medio de estos candidatos el político de la Universidad Nacional sobresaldría como un dirigente con talla de estadista.
Todo eso estaría muy bien -e incluso serìa divertido- si se redujera al nivel de chiste de estudiantes ociosos; pero es un irrespeto al país que ese espectáculo suceda a través de los canales de la televisión, en horario triple A, con presupuesto oficial y con la presunción de seriedad que le da a todo eso el respaldo oficial del Estado. Por ese camino el país va a terminar tan saturado de estas campañas de opereta, que un día vamos a acabar eligiendo masivamente al candidato que ofrezca que no volverá a haber elecciones nunca jamás, como lo prometió Hitler en los años 30.

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