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Nuestras Fuerzas Armadas: músculo para la política exterior

Si Colombia aspira a ejercer un rol de trascendencia en la comunidad internacional, y tiene la oportunidad de apoyarse para ello en sus Fuerzas Armadas, sus inaceptables comportamientos deben erradicarse por completo para mantener la legitimidad de las instituciones.

Aníbal Fernández de Soto
4 de agosto de 2020

Las Fuerzas Armadas colombianas son un referente mundial, no solo en materia de seguridad y defensa, sino por la impresionante manera como proyectan sus capacidades en función del desarrollo del país en múltiples aspectos que van mucho más allá de su rol tradicional. Ejemplos de ello son los logros alcanzados en materia de desminado humanitario, restitución de tierras y provisión de bienes públicos rurales en zonas afectadas por la violencia en donde la fuerza pública ha sido por décadas la única manifestación, si acaso, de la existencia del Estado. También ha sido notable el aporte del sector en el desarrollo empresarial, como lo prueba el caso de Cotecmar, astillero que ha generado una industria naval que construye buques a la medida de las necesidades de la Armada Nacional y que por su excelente calidad, innovación y desarrollo tecnológico son apetecidos por países de la región con los que se han cerrado significativos negocios en los últimos años.

Los colombianos siempre nos hemos apoyado en nuestros soldados y policías para superar las más complejas adversidades. Gracias a su capacidad de adaptación se han podido atender las consecuencias de los desastres naturales y se ha podido brindar apoyo ante emergencias ocurridas en países vecinos. Cuando la conflictividad social se torna violenta y se bloquean las vías, es la fuerza pública la que garantiza el suministro de bienes de primera necesidad a la población afectada. Hoy, en medio de la pandemia, vemos cómo Satena, otra de las entidades del grupo empresarial del sector defensa, se activa para movilizar equipos de salud requeridos en hospitales de todo el país.

Los esfuerzos en investigación y ciencia del sector también son destacados. Las expediciones a la Antártida, por ejemplo, lideradas por la Armada con el apoyo de la FAC, abren un escenario de estudio de temas tan relevantes como el cambio climático, integrando esfuerzos de la academia y el sector privado en propósitos de interés nacional y mundial.

Estas distintas dimensiones y aristas se fueron consolidando mientras la efectividad de las Fuerzas Armadas llevaba a las Farc a negociar un acuerdo de paz con el Estado, se han fortalecido al tiempo que se libra una lucha constante contra el narcotráfico y el crimen organizado y han evolucionado en medio de la necesidad de generar nuevos planes y acciones en temas tan complejos y novedosos como ciberseguridad y ciberdefensa, la lucha contra la extracción ilícita de minerales o la deforestación y protección de ecosistemas estratégicos.

Todo esto sumado es un valor admirado en el ámbito internacional. Colombia es requerida insistentemente en las Cumbres de Ministros de Defensa de las Américas o en las reuniones de Ministros de Seguridad Pública de la OEA por países que buscan cooperación en estos temas. Hasta 2018, más de 42.000 militares y policías de 74 países habían sido entrenados por la fuerza pública colombiana, destacándose especialmente el trabajo con Centroamérica, en donde se hizo una especial labor en el Triángulo Norte (Honduras, Guatemala y Salvador) a través de un programa tripartito con los Estados Unidos. Existen más de 60 instrumentos de cooperación en seguridad y defensa con distintos países que convierten a Colombia en líder en seguridad regional.

 

Cuando la ONU decidió acompañar la implementación de los acuerdos de paz y se creó la Misión de Verificación, por primera vez en este tipo de acompañamientos se aprobó que el mecanismo incluyera un rol activo de las Fuerzas Armadas del país donde se haría el seguimiento al desarme, desmovilización y reincorporación. Jean Arnault, Jefe de la Misión, siempre fue enfático en afirmar que esto se debió no sólo a las probadas capacidades de Colombia, sino al profesionalismo y seriedad de los integrantes de las distintas fuerzas. Fueron estas capacidades las que permitieron, por ejemplo, adecuar las vías de acceso y construir las zonas veredales transitorias para la normalización a donde llegaron los miembros de las FARC para iniciar el proceso de dejación de armas. Y fueron las mismas FARC las que apelaron al profesionalismo de nuestros soldados y policías para establecer mecanismos que les brindara garantías de seguridad para iniciar su proceso de desmovilización y reincorporación a la vida civil. Esta experiencia, además, demostró todo el valor que Colombia puede aportar en operaciones de mantenimiento de paz en el mundo.

Todo esto también explica los motivos que llevaron a la Otan a recibir a Colombia con entusiasmo como el primer latinoamericano con estatus de socio global, categoría que comparten países como Australia, Japón o Corea del Sur. En la primera sesión del Consejo de la Otan en la que participó formalmente una delegación colombiana, en enero de 2018, la agenda incluía el rol de las Fuerzas Armadas en los desastres naturales, las amenazas del crimen organizado transnacional y los desafíos de la migración en el mundo; tres temas en los que nuestro país tiene, quizás, la más probada y relevante experiencia. 

 

Dicho de manera clara, las capacidades, logros y potencial de nuestras Fuerzas Armadas se han constituido en el músculo más importante de Colombia en materia de política exterior. Gracias a ellas, nos convertimos en un cooperante confiable para muchos países de la región y hemos accedido a instancias multilaterales del más alto orden donde tenemos peso y mucho que aportar. Ha sido un esfuerzo que se inició con el Plan Colombia hace más de veinte años, que se ha convertido en una ejemplar Política de Estado, ajena a los vaivenes políticos, construyendo sobre lo construido a lo largo de varios gobiernos bajo diferentes liderazgos civiles, militares y policiales.

Sin embargo, todo se derrumba cuando se expiden confusas directivas operacionales que desconocen el DIH. Todo pierde sentido cuando se conocen recurrentes interceptaciones ilegales motivadas por razones políticas. Se pierde credibilidad con los aberrantes casos de corrupción. Se cae en desgracia con las denuncias de intolerables casos de abuso sexual cometidos por uniformados.

Si Colombia aspira a ejercer un rol de trascendencia en la comunidad internacional, y tiene la oportunidad de apoyarse para ello en sus Fuerzas Armadas, estos inaceptables comportamientos deben erradicarse por completo para mantener la legitimidad de las instituciones. Debe entenderse a la fuerza pública como la primera y más importante defensora de los derechos humanos. Y debe impulsarse con vigor la agenda internacional del sector defensa, la cual parece haberse estancado.