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¿Pan o espacio?

Millones de habitantes del primer mundo saldrán deprimidos por los estragos de la pandemia. Necesitarán más psicólogos, psiquiatras, alcohol y droga para sobrellevar sus existencias. Colombia es, por ahora, el primer productor de cocaína en el planeta. A pesar de todo.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
2 de abril de 2020

Peter, traductor y caro amigo, entró al banco enmascarado. El guardia de seguridad no disparó contra él, ni el cajero oprimió el botón de pánico. Su intención no era la de atracar el banco. Iba a una diligencia de rutina. Peter reside en Carintia, la región sureña de Austria. El Gobierno austriaco, liderado por el derechista Sebastian Kurz, obliga a los ciudadanos a entrar con mascarilla en los locales públicos. La medida simplifica la acción de los asaltantes de bancos. Será difícil diferenciar entre los que van a retirar dinero con sus tarjeta y quienes lo harán con pistola en mano. El covid-19 persiste en desbaratar el “sentido común” que hasta hace unos días predominaba en la tierra.

Mientras Peter seguía su rutina en Carintia, un banquero anunciaba la donación de veinte millones de dólares al Gobierno colombiano. Luis Carlos Sarmiento Angulo es su nombre. Ocupa, según Forbes, el puesto 123 entre los más ricos del mundo. La plata es para darles de comer a los pobres, comprar kits de detección del coronavirus y respiradores para las UCI. Filantrocapitalismo del siglo veintiuno, lo llamó el editor de la revista The Economist. “Barones ladrones”, bautizó el New York Times a los magnates del siglo diecinueve que hicieron su fortuna en los Estados Unidos mediante el clientelismo y la corrupción. Filantropismo para unos. Hipocresía para otros. La pandemia es una negrísima noche que hace que todo se vea de un mismo color. 

Antes de la pandemia, Ecuador, Chile y Colombia eran teatros de masivas revueltas sociales cuyo móvil era la feroz desigualdad económica. Es un expediente abierto que está sin resolver. La pospandemia en Latinoamérica augura tiempos terribles. España, con una relación laboral más o menos regularizada, ha perdido casi un millón de empleos en dos semanas. En Brasil, el Comando Vermelho, la organización criminal más poderosa del país, decretó el confinamiento en las favelas de Río de Janeiro. En poblaciones de Colombia se han visto saqueos en supermercados y emboscadas a camiones que transportan alimentos. En El Salvador se han formado kilométricas filas de personas que reclaman una teórica ayuda anunciada por el Gobierno. En Guayaquil, los cuerpos de personas muertas por el covid-19 son tirados a la basura porque no hay quien los recoja. Para colmo de males, el Gobierno de los Estados Unidos despliega una fuerza naval cerca de las aguas de Venezuela. América Latina es ahora mismo una bomba de relojería. 

Cuenta Camus en La Peste que en las paredes de Oran se podía leer la consigna: “Pan o espacio”. Las medidas de confinamiento tomadas por las autoridades para detener la peste estaba matando de hambre a los pobres. Y los pobres eran la mayoría. Como lo son en Latinoamérica. Como lo son en Colombia. Los pobres viven de lo que bien o mal que les ofrece la calle. La casa solo es para dormir. La formalidad laboral es un lujo en Latinoamérica. La mayoría social carece de ese lujo. 

Los gobiernos de la región tienen miedo de lo que vaya a pasar en los próximos meses. La mayoría de operadores políticos son incompetentes. Una cosa es enfrentar movimientos sociales más o menos organizados y otra enfrentar hordas de desesperados. Esa masa plebeya, caótica, que los medios llaman “turbas” puede volverse una realidad en Latinoamérica e incluso puede sustituir a los movimientos sociales. La cocaína, como lo ha hecho en otras ocasiones, puede salvarle el pellejo a la economía colombiana. Así ocurrió en los ochenta. Mientras Brasil, México, Argentina, Perú y Ecuador quebraban, el Banco de la República de Colombia creó una inquietante “ventanilla siniestra” mediante la cual los dólares provenientes de la actividad del narcotráfico eran diligentemente lavados y planchados. Millones de habitantes del primer mundo saldrán deprimidos por los estragos de la pandemia. Necesitaran más psicólogos, psiquiatras, alcohol y droga para sobrellevar sus existencias. Colombia es, por ahora, el primer productor de cocaína en el planeta. A pesar de todo.  

Esta, Viejo Topo, es mi última columna en la Revista SEMANA. No me han echado, pero quiero puyar el burro, como dicen en el Caribe colombiano. La próxima columna irá en otro portal. No sé cuál. Pero irá. Ciao. 

* Escritor y analista político