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PELIGROS DEL SNOBISNO PACIFISTA

Semana
2 de enero de 1984

"¿No has sentido el deseo de casarte con Dwight? Quiero decir, aún cuando todos vayamos a morir en septiembre"...
"On the beach", 1957
Dos amigas conversan en el Jardín de la casa de una de ellas, mientras el sol se oculta premonitoriamente tras el horizonte de la ciudad de Melbourne, en Australia. Ambas forman parte del escaso grupo de sobrevivientes de un holocausto nuclear que arrasó con todos los habitantes del planeta. Pero saber que tampoco ellas podrán escapar de la nube radioactiva que se aproxima hacia la ciudad. Parece que llegará en septiembre. Apenas transcurre julio. En dos meses todo habrá terminado para la humanidad.
Esta era la dramática historia de una novela que conmovió a millones de lectores a finales de la década de los años cincuenta. El novelista australiano Nevil Shute se había propuesto imaginar, con todo el dramatismo del caso, de qué manera podrían transcurrir los últimos seis meses de los sobrevivientes de una guerra nuclear total: el resultado no pudo ser más sobrecogedor. Y aun cuando nada tan tremendamente fatalista ha sucedido en el planeta durante estos 20 años, muchos sienten la morbosa necesidad de aferrarse al convencimiento de que la humanidad tiene escasas posibilidades de transcurrir impune otros 20 años sobre el planeta.
"The day after" puso nuevamente el dedo sobre la llaga, en momentos en que EE. UU. y la URSS miden su capacidad armamentista en torno a una mesa de conferencias en la ciudad suiza de Ginebra. En esta película filmada para la TV. norteamericana, -que vieron hace tres semanas 100 millones de aterrorizados televidentes-, muy pocos anunciadores quisieron comprar un aviso. Y no precisamente por su costo -135.000 dólares medio minuto de propaganda-, sino porque tendría las dimensiones de un suicidio comercial hacerle publicidad a una crema rejuvenecedora en medio del espectáculo ofrecido por miles de personas que deambulaban con la piel de la cara desprendida por efectos de la explosión de una bomba nuclear.
En términos de "ratings", sin embargo, la película fue un rotundo éxito. De entrada tenía asegurada la atención que le dedica la humanidad a las mentiras que le cuentan con la garantía de que en cualquier momento pueden convertirse en verdad. Pero en términos políticos, por desgracia. Los resultados de la película no pueden ser más inútiles, y por el mismo motivo, más descorazonadores.
Pienso que no hay dos cosas más susceptibles de ser explotadas con ínfulas "snobistas" que los vinos franceses y los movimientos pacifistas. Así como es elegante conocer la intimidad de algunas cosechas vinícolas francesas, pero pedante hacer alarde de dicho conocimiento, también existe una gran diferencia entre el legítimo temor que tiene derecho a manifestar un ser humano frente a la posibilidad de convertirse en víctima de una guerra nuclear, y la actitud de hacer alarde de dicho temor.
Así, los movimientos pacifistas occidentales vienen utilizando la idea del fin del mundo como un arma "snobista" de doble filo.
Lo más grave es que sus militantes se han acostumbrado a analizar las cosas a través de su miedo, y no a pesar de él. Desde que Einstein inventó la ecuación básica E=mc2 nació inevitablemente la perspectiva de una catástrofe nuclear. En un mundo mortalmente dividido por la desconfianza política es inútil aspirar y estúpido invertir tiempo en la campaña del desarme, equivalente a pedirle a los países que renuncien a su derecho de defensa. Un Estado desarmado tiene menos posibilidades de defender a sus habitantes que uno adecuadamente provisto. Un planeta desarmado implicaría, necesariamente, un planeta armónico.
Partiendo de la base de que desaraciadamente no lo es nuestro planeta, la única esperanza descansa en conversaciones tácticas como la de Ginebra, donde se negocie el control armamentista y las potencias se sientan amarradas militarmente por la evidencia de encontrarse equilibradamente armadas. Este equilibrio, es exactamente lo que acaba de lograr EE.UU. al colocar una nueva generación de misiles en Europa Occidental.
Sólo existe un riesgo que no queda cubierto por esta especie de seguro de vida que constituye el equilibrio armamentista, y es el de que un error ponga a funcionar esta mortífera infraestructura nuclear. Se trata de un riesgo, sin embargo, que nos vemos obligados a enfrentar, y que muchos años más tarde quizás sea reivindicado como el dramático sello de nuestra generación. Aprender a convivir con él es apenas uno de los requisitos de estar vivos.
Y es que al fin y al cabo todavía lo estamos, y quizás se lo debamos, irónicamente, a ese empleado al que le paga cada una de las potencias del planeta para que tenga el dedo puesto sobre un botón, en espera únicamente de que le llegue la orden de oprimirlo.

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