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Poder, arrogancia y fiscal

Estamos en la Edad de la Impunidad, hija de la arrogancia del poder, en la que la rendición de cuentas es cada vez menos importante para los gobiernos y poderosos.

Poly Martínez, Poly Martínez
6 de julio de 2020

La arrogancia es pésima consejera.  Aún más cuando la persona considera que ocupa “el segundo cargo más importante de la nación”. Precisamente esta relación cada vez más evidente y peligrosa entre poder y arrogancia se ha convertido en un lugar común para muchos gobiernos del planeta que operan dentro del cascarón democrático y sus líderes e instituciones pretenden actuar con poca vigilancia y contrapeso de la sociedad. ¿Estamos entrando de lleno a la era de la arrogancia del poder? ¿Qué significa o cómo se identifica?

El exministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, el laborista David Miliband, dio hace un año la conferencia central de la Fulbright Legacy Lecture,  un espacio de reflexión auspiciado por la Asociación Fulbright, en alianza con las universidades de Edimburgo y Oxford, y el King’s College de Londres. Por ese mismo lugar, para hablar de tendencias globales, han pasado premios nobel, líderes mundiales, académicos y expertos en temas que le interesan al fiscal Barbosa, como lo ha dejado saber al explicar su impresionante trayectoria académica y profesional.

La tesis central de Miliband es bastante sencilla e identifica una tendencia global, que llama la Edad de la Impunidad, en la que la rendición de cuentas es cada vez menos importante para los gobiernos y poderosos, como también es cada vez menos eficiente la presión internacional para frenar los abusos de los estados sobre otros países,comunidades vulnerables e incluso personas.

“La Edad de la Impunidad nace del cambio político y refleja giros muy serios en la geopolítica. Hay una emergencia política, así como hay una emergencia humanitaria. El cambio sustancial en la política, especialmente a partir de 2005, radica en que los límites al abuso del poder se vienen debilitado a un mismo tiempo tanto internacional como nacionalmente”, dice Miliband.

Luego explica que ese vacío de contrapesos hace que hoy las guerras civiles sean más largas, el número de refugiados aumente, la población civil sea coto de caza para los grupos armados ilegales y se recurra al odio o polarización para mantener vivos los conflictos. Y finaliza anotando que esta nueva “embriaguez con el poder” y su arrogancia, en un contexto de instituciones democráticas debilitadas, es lo que caracteriza a esta Edad de la Impunidad que vivimos.

Las justificaciones de los seguidores y copartidarios del fiscal –que en el avión hay cupo para varias personas y cuesta lo mismo; que un cargo como el de fiscal general de la nación limita el feliz ejercicio del rol de esposo y padre de familia; que en pocos meses ha adelantado una gestión excelsa y esto es acoso de sus opositores- configuran precisamente el aval a esa arrogancia del poder.

El fiscal no necesita defensores. Lo que necesitaba inicialmente era dar el paso y contar la historia completa, sin justificaciones y sin la arrogancia de que del tema no vuelve a hablar. El portazo no es la mejor actitud, ni tratar de dar el giro de que quieren apedrear a un padre amoroso, además de que no hay restricciones en el uso de los aviones oficiales para llevar a familia y amigos. Así es como se empieza a trazar, precisamente, la línea gris entre la arrogancia del poder y la Edad de la Impunidad.

De nada sirven los libros escritos, las cátedras dictadas, los títulos y estudios especializados, declararse único en su generación por llegar al cargo a su edad si no se tiene la madurez suficiente, más allá de los años, para desempeñarlo.

Y si es por edad, el fiscal Barbosa debería poder leer mejor lo que está diciendo el país. En la más reciente encuesta Gallup los colombianos gritan en todas las gráficas que no confían en su dirigencia: el 79 por ciento considera que las cosas van por mal camino, el 85 por ciento señala que la corrupción está desatada, que la economía empeora, el desempleo está aumentando y de allí que el 80 por ciento perciba una mayor inseguridad. Todas las instituciones -fuerzas armadas, iglesia, gobierno y Congreso- quedan rajadas por los colombianos. Los liderazgos individuales pierden terreno.

¿Esto no le dice algo al “segundo cargo más importante” y al primero y a los demás que consideran que ocupan el Top 20 del poder en este país? Estas no son “dinámicas exóticas” sino evidencia de que la sociedad colombiana está mutando. La llegada del coronavirus ha destapado duras realidades y ha acelerado la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones, en la grandilocuencia y en la soberbia.

La arrogancia del poder, en estos tiempos, se traduce en la decreciente disposición de los líderes de toda clase a rendir cuentas, en un parco ejercicio del “accountability”, en cierta pereza o displicencia para dar razón de su gestión. La ciudadanía sí tiene la mano puesta en el corazón, en lo que le duele a ella, y ahí es donde está la diferencia.

En el discurso de posesión que dio en febrero pasado, Francisco Barbosa dijo que sería el fiscal de los ciudadanos. Entonces, que los oiga y mire bien qué es lo que esta ciudadanía menos estudiada, preparada y fogueada en cosas del poder está diciendo.