MARTA RUIZ

¡Que se las quiten!

Que Colombia es un país racista lo demuestra la actitud de los colombianos frente a quienes pertenecen a nuestras etnias ancestrales.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
22 de marzo de 2014

Colombia es un país racista. A quien le quede duda, que vaya a cualquier lugar del Pacífico, o a los barrios pobres de Cartagena, para que vea cómo viven los afrocolombianos. En Buenaventura, por ejemplo, por años se habló de que había una bomba de tiempo a punto de explotar. Y explotó. Ya no por la guerrilla, ya no por los paramilitares, ni siquiera por los narcos. Sino por todos ellos y por la miseria que campea. La violencia social se salió de madre, como se demuestra con los constantes descuartizamientos de jóvenes.

Que Colombia es un país racista lo demuestra la actitud de los colombianos frente a quienes pertenecen a nuestras etnias ancestrales. No es sino que los indios y los negros se ganen un derecho para que a ciertos sectores les parezcan privilegios exagerados. La consulta previa, por ejemplo, ha sido estigmatizada y asumida con mala gana y pésimos métodos por sectores del Estado y de la empresa privada.

A los indios les ha costado sangre recuperar la tierra que a punta también de sangre les han expoliado. Basta ver la indeclinable lucha por algunas fincas en Cauca, cuya titulación ha demorado más de 20 años. Y a las comunidades negras, que poco las había tocado la guerra insurgente de la segunda mitad del siglo XX, no fue sino que les hicieran una ley para darles títulos de tierras para que comenzara el exterminio a mediados de los 90. Muchos estudios demuestran que guerrilla y paramilitares, y empresarios y multinacionales, se interesaron en los territorios de los afrocolombianos, justo cuando empezaron a ser entregadas a ellos. Los unos para sembrarla de palma de aceite, los otros por el oro y los metales preciosos que subyacen en ellos.

Ahora quieren hacer lo mismo con sus derechos en el Congreso. La Constitución Política de Colombia reconoció unas curules especiales para los indígenas y los afros, para estimular su participación en la política, de manera menos desigual. No siempre han elegido a los mejores. Muchos senadores indígenas han sido una decepción para sus pueblos. Pero les ha ido mucho peor a los afrocolombianos. No sólo no han logrado unas organizaciones fuertes, que compitan entre ellos, sino que las curules les han sido usurpados por politiqueros de la peor laya. Eso viene sucediendo hace tiempo, sin que la institucionalidad se pellizque. Hace cuatro años ya se vislumbraban las argucias de Yaír Acuña para hacerse a esos cupos. Denunciado mil veces, pasó impávido por el Congreso. Ahora no sólo él sino otros politiqueros sin escrúpulos se robaron literalmente la representación de los pueblos afros en Colombia. De los más pobres, de los más llevados por la violencia y el olvido.

Esta vez fue la tapa. María del Socorro Bustamante y Moisés Orozco, con sus caras pálidas, están usurpando un bien democrático, un bien colectivo, porque las curules de los negros son un mecanismo para equilibrar las iniquidades de un país que se niega a ser pluralista de verdad. Se están robando un logro de generaciones que han luchado por el reconocimiento de la diversidad. Y tienen el descaro de celebrarlo. Bustamante, cuyos vínculos con la 'Gata' se dan por descontado en Bolívar, se fue a celebrar su triunfo a San Basilio de Palenque, aupada por un sector minoritario de esa comunidad que estuvo dispuesta a vender el voto; mientras la mayoría de la gente, aunque humillada, guardaba silencio.

Las curules de estos dos impostores de las negritudes son una afrenta y se las deben quitar. En eso la Procuraduría, que, según dice, demandará esta elección, debe recibir todo el respaldo ciudadano. A ver si esta vez es tan veloz y draconiana como lo fue con Petro.

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