Home

Opinión

Artículo

Nación

Reclutar, reclutar y reclutar

Lorenzo Morales, politólogo y consultor en temas de seguridad, escribe sobre la deficiencia en las estrategias de seguridad del Estado, que se han mantenido a lo largo de varios gobiernos con teorías como el incremento del pie de fuerza pero no de su fortalecimiento, o la importancia de su presencia en todo el territorio nacional como sinónimo de eficacia.

Semana
16 de febrero de 2003

No sólo las modelos se preocupan por su peso, los buenos boxeadores también.

Ellos saben que la contundencia de sus golpes y la agilidad en el cuadrilátero depende de la relación perfecta entre la masa y su estatura, por eso se andan pesando todo el día. Demasiado flacos ganan velocidad pero pierden fuerza, demasiado gordos se vuelven lentos y sosos. En ambos casos malos boxeadores.

En la actual confrontación militar, que se parece mucho a una pelea de boxeo, buena parte de la sociedad colombiana, empezando por el actual gobierno, considera necesario fortalecer a las Fuerzas Militares. Sin embargo, a falta de una discusión profunda y por la -histórica- falta de claridad y especificidad de la estrategia del Estado para afrontar el conflicto, el sentido común ha llevado a la idea de que fortalecer es sinónimo de agrandar y así nos hemos dedicado a engordar y engordar a nuestro boxeador.

Al menos en los últimos 10 años la presencia ha sido el eje rector de la estrategia político-militar empleada por el Estado para enfrentar a la subversión, modalidad que tuvo su auge con la iniciativa del presidente Gaviria y que se prolongó hasta finales de la década. Su principio es elemental: ubicar físicamente a las tropas a lo largo y ancho del territorio, como forma de ejercer control. Sin embargo, la realidad demostró que aumentar el pie de fuerza para dispersarlo tiene como resultado unas fuerzas que a pesar de estar en todos lados, son militarmente débiles en muchos de ellos. La guerrilla identificó rápido esta debilidad y se dedicó a golpear donde más dolía obteniendo ruidosas victorias militares como los de Puerres, Las Delicias, Patascoy o El Billar. La concentración de fuerzas fue la respuesta lógica de los militares a esta encrucijada: contrarrestar la debilidad de la dispersión con la fortaleza de la agrupación. No obstante, si bien la concentración espacial de tropas ha reducido la probabilidad de nuevos descalabros militares, cabe decir que es un esquema de lenta, compleja y costosa implementación

El incremento indiscriminado del pie de fuerza, aunque aumenta lo que los militares conocen como la masa, no necesariamente aumenta la capacidad de combate de un ejército. Como les pasa a muchos boxeadores grandotes pero sin fundamentos técnicos y pésimo estado físico, el aumento de la masa, sin el proporcional aumento en recursos de apoyo, como equipos de transporte, armas o munición puede redundar en una situación paradójica: un ejército temible por su tamaño pero inofensivo por lento, vulnerable e insostenible por largo tiempo en el combate. Las limitaciones de la interpretación que aboga por que más es mejor, pueden ilustrarse con un dato sencillo e incontrovertible:

Si uno mira en un gráfico el total de acciones armadas de la guerrilla por años, se puede observar que éste ha evolucionado casi de manera proporcional al aumento del pie de fuerza en las Fuerzas Militares. Esto lo que quiere decir en pocas palabras, es que el aumento del pie de fuerza no se ha traducido en una reducción de la capacidad ofensiva de las guerrillas y que, en últimas, en el pulso militar no le ha significado ninguna ventaja clara al Estado.




Fuente: Sala de Estrategia Nacional y Ministerio de Defensa

La idea de aumentar el pie de fuerza sólo responde a una visión de superioridad entendida a partir de comparaciones sobre el número de combatientes en cada bando y deja por fuera consideraciones sobre las ventajas cualitativas que pueden ofrecer otras variables como la calificación del personal, la incorporación del elemento tecnológico o el poder del control del espacio aéreo, solo por citar algunas. Llenarnos de soldados es como rendir la sopa con agua: tal vez se llene la olla, pero se le quita sustancia.

Las limitaciones ya mencionadas de las políticas que buscan fortalecer las Fuerzas Militares y que sólo ven a través del lente del aumento del pie de fuerza, en parte son la consecuencia de la falta de claridad de objetivos estratégicos y tácticos por parte del Estado, así como de una concepción errada del enemigo al que se está enfrentando.

¿Cuántos batallones se necesitan para evitar que explote un carro bomba? ¿Cuántos soldados armados con granadas, fusiles y punto 60 se necesitan para atajar los miles de millones de dólares que alimentan a guerrilla y paramilitares y que circulan por el estrecho cable del sistema financiero? Sería preferible quizás una oficinita discreta con cinco oficiales competentes y un teléfono. La decisión de la Comisión Nacional de Regalías de nombrar un ejecutor para la plata de Arauca y frenar así la irrigación de la guerrilla con el erario público (576.000 millones en los últimos seis años), es un botón de lo duro que se puede golpear a la guerrilla sin disparar un solo tiro.

El punto es insistir en que si se establecen prioridades y se emplean mejor los recursos, no se necesitará un enorme aumento del pie de fuerza para lograr una superioridad militar frente a los grupos armados ilegales. En este sentido hay por lo menos cuatro asuntos a los que la política de seguridad debería meterle el diente. Uno, la reorganización de los aparatos de inteligencia del Estado (en lo que ya está trabajando); dos, el nivel de alistamiento de los equipos de transporte aéreo de las tropas el cual sigue siendo la piedra en el zapato a la hora de darle más movilidad al Ejército; tres, la coordinación de operaciones conjuntas y, cuatro, la redistribución del pie de fuerza actual a lo largo y ancho del territorio, que como se ha hecho hasta hoy no siempre ha tenido una justificación estratégica convincente.

Hasta ahora el énfasis y el mejoramiento de la capacidad de combate a partir del aumento del pie de fuerza se ha convertido en un fin en sí mismo, y no en un medio para alcanzar los objetivos de la política. En este sentido el crecimiento sostenido del pie de fuerza en los últimos años no se ha traducido en un giro en la correlación de fuerzas que favorezca al Estado y por el contrario se ha convertido en una inversión costosa, dolorosa e inefectiva para superar el conflicto. Es importante abrir el debate sobre cómo vamos a fortalecer a nuestro boxeador, no sea que cuando nos despabilemos ya estemos tendidos en la lona.

*Politólogo, consultor en temas de seguridad

Noticias Destacadas