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Trump, Maradona y el poder del propósito compartido

Trump hizo todo lo que no hay que hacer, pero conectó y fue auténtico. Aplicó dos normas nuevas y altamente letales, y sumergió a los demócratas en una humillante pero no tan inexplicable derrota.

Semana.Com
12 de enero de 2017

Uno es alto y el otro tirando a retacón. Uno, con piel casi naranja y el otro ya vino bronceado. Uno es rubio y el otro tiene pelo azabache. Sin bien son polos opuestos y a ninguno le gustaría verse reflejado en el otro, el presidente electo de los Estados Unidos y Diego Maradona son parecidos. Aman la provocación. Los dos saben el poder que tiene esa arma y la disparan como si de eso dependiera su existencia.
 
El exastro del fútbol mundial provoca todo el tiempo sin saber por qué ni para qué. Tiene una fascinación por estar muy presente en su país, aunque vive en Dubai. La provocación lo pone en los titulares y en las redes sociales, pero sin ningún beneficio; todo lo contrario: los auspiciantes no quieren vincularse con él y a la FIFA le da terror cada vez que dice que se quiere acercar a ellos. Donald Trump, en cambio, provocó siempre, pero este último año y medio lo hizo con un objetivo claro: convertirse en el hombre más poderoso de la tierra. Y tan mal no le fue.
 
Los medios se sienten responsables y llaman a un mea culpa. Le dieron espacio a cada una de las provocaciones de Trump y las acrecentaron en paneles y discusiones. La elección presidencial del 2016 era un “Gran Hermano”, pero en todos los canales. Pero lo que era gracioso y subía los ratings y las ventas publicitarias terminó llevándolos a replantearse la profesión y su responsabilidad con los ciudadanos.
 
El país en general, pero también los dos partidos políticos se están preguntando, ¿cómo ganó Trump?
 
Ganó porque, entre otras cosas, logró usar la confrontación y su peculiar figura para generar atracción, pero en vez de quedarse, como Maradona, en el conflicto, lo conectó con un propósito compartido.
 
“Make America Great Again” (Hagamos que América sea grande otra vez), decía el magnate, y vinculaba toda su propuesta a ese propósito, bien coordinado con su campaña, que invirtió apenas un tercio de lo que gastaron los vencidos. Un interés común de alto nivel con el que muchos están de acuerdo, sobre todo en el mundo de hoy.
 
El propósito compartido es un concepto nuevo e indispensable para producir engagement y Trump es la prueba viviente de su efectividad. “Make America Great Again” conectó maravillosamente con millones de votantes, porque hablaba de un anhelo que les era propio. Con su propósito compartido, Trump abrazó a muchos a pesar de que su vida pasa muy lejos de la realidad de los habitantes de los pequeños pueblos que hacían colas de varias horas para verlo como si fuera una estrella de rock.
 
Esa invitación a construir un nuevo país es un propósito de alto nivel en el que millones convergen - un propósito compartido. ¿Cuántos en este país quieren que Estados Unidos sea protagonista y vivir mejor en un lugar parecido a Disneyworld, como propone Donald Trump?  Millones. Por eso, entre otras cosas, ganó.
 
En cambio, Hillary Clinton y su campaña usaron el método publicitario antiguo basado en un mensaje que se repite hasta el cansancio. Este mensaje decía “Stronger Together” (Juntos somos más fuertes) y alternaba con otro que simplemente señalaba “I’m with Her” (Estoy con ella), buscando generar conexión sin ningún éxito.
 
Estos slogans publicitarios fueron creados para un mundo que no existe más, un mundo donde había que persuadir a través de la repetición en la era de la supremacía mediática. Hoy, en cualquier actividad que uno se proponga hay que generar engagement.
 
Trump, además de presentar un interés común o propósito compartido, fue auténtico. Mostrarse como es generó un engagement genuino, a pesar de que todo el oro que lo rodea y su narcisismo desmedido lo separan de las masas que lo votaron en todos los centros urbanos de menos de 100 mil personas. Ser auténtico y tener un propósito compartido fue su fórmula.
 
Trump también entendió que vivimos en medio de conversaciones, no monólogos, y que la sociedad ya no permite que le taladren el cerebro con lo que no quiere.
 
Los que desestiman a Trump por populista se quedan en este concepto y no ven el bosque. Hizo todo lo que no hay que hacer, pero conectó y fue auténtico. Aplicó dos normas nuevas y altamente letales, y sumergió a los demócratas en una humillante pero no tan inexplicable derrota.
 
Esta semana un dirigente republicano me decía: hasta hace un mes y medio, el Partido Republicano estaba en terapia intensiva, estábamos todos peleados y divididos. Ahora, este hombre nos unió y nos está haciendo caminar a todos en fila, detrás de su propósito.
 
Un final de película que se dio en la vida real.
 
*Presidente y CEO de Newlink