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Todo lo contrario

Desaparecido el miedo a la revolución social, el capitalismo pudo retornar, ya sin frenos ni controles, a los métodos despiadados y brutales de sus inicios.

Antonio Caballero
12 de mayo de 2012

Ojalá haga Frannçois Hollande en Francia lo que prometió su estrechamente victoriosa campaña presidencial: o sea, todo lo contrario de lo que han venido haciendo los gobiernos europeos bajo la doble batuta de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy desde que reventó la crisis. Ojalá cumpla Hollande -si lo dejan: es decir, si los socialistas ganan las legislativas de mediados de junio-, y abandone la política de austeridad suicida, para así recuperar el crecimiento de la economía francesa y empezar a revertir la decadencia de toda Europa.

Pero no será fácil. Porque en realidad no ganó Hollande las elecciones, sino que las perdió Sarkozy. Como las han perdido todos los que estaban en el poder durante la crisis: Los socialistas en España y Gran Bretaña, la derecha berlusconiana en Italia, etcétera. Y, gracias a Dios, en la propia Francia no pudo ser candidato del partido socialista Dominique Strauss-Kahn, como estaba previsto. ¿Un 'socialista' venido de dirigir el Fondo Monetario Internacional? Qué desvergüenza. Junto a eso, la presunta violación en el hotel de Nueva York es una travesura de niño.

Porque el problema está precisamente en las recetas 'de ajuste' del FMI, que son las mismas de la canciller alemana Merkel y del Banco Central Europeo. Hace unos meses, a finales de octubre del año pasado, escribí para el periódico español Público (hoy desaparecido a causa de... de la crisis), un breve artículo explicando la crisis actual como resultado de la aplicación del mismo modelo impuesto por el FMI a los países latinoamericanos hace veinte años por el 'Consenso de Washington'. Se titulaba 'Modelo Siglo XXI', y un mes más tarde lo amplié para el semanario alemán Die Zeit bajo el título de 'Tres Mundos en uno', que allá tradujeron como 'Die Dritte Welt ist überall" (el Tercer Mundo está en todas partes). Me permito citarlo a continuación:

La llamada crisis del capitalismo en que estamos metidos ha sido provocada por el retorno a los métodos del capitalismo primitivo: liberalización financiera y comercial, libre circulación de los capitales y de las mercancías, aunque no de las personas, privatizaciones de todo lo público, desregulaciones para todo lo privado. Menos Estado y más sector privado. Son exactamente las exigencias dictadas hace veinte años a los países de América Latina por el llamado Consenso de Washington. Que no fue, como pudiera parecer, un consenso voluntario entre quienes iban a verse afectados por sus recetas económicas, sino un acuerdo entre quienes las imponían: las agencias financieras multinacionales con sede en Washington: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo. Su aplicación -mediante los llamados 'planes de ajuste'- sumió uno tras otro en la crisis a los países de capitalismo dependiente, y obediente, de América Latina, de década perdida en década perdida.

Las consecuencias las pueden ir a mirar allá los 'indignados' que ocupan la Puerta del Sol en Madrid, la Plaza Syntagma en Atenas y Wall Street en Nueva York: son las mismas que los tienen indignados a ellos, que están descubriendo, asombrados, que ya no hay empleo, que tampoco hay seguro de desempleo, que se reducen las pensiones, que se recorta la seguridad social, que se acaban la educación pública gratuita y las vacaciones pagadas. En resumen: que llegó el fin del Estado de Bienestar instalado en Europa (y menos, aunque también bastante, en los Estados Unidos) durante los años de la posguerra mundial y el ascenso de la socialdemocracia.

Pero con el debilitamiento de los sindicatos y los partidos obreros, y con el hundimiento del socialismo real, desapareció el principal elemento disuasorio para el capitalismo real: el miedo a la revolución social. Y con ello, el capitalismo pudo retornar, ya sin frenos ni controles, a los métodos despiadados y brutales de sus inicios. Que son precisamente los impuestos por el Consenso de Washington. Y así la América Latina, que había llegado tarde al banquete del capitalismo con rostro humano de la segunda mitad del siglo XX, se convierte paradójicamente en el modelo del capitalismo globalizado del siglo XXI: el del estado del malestar.

(Y concluía, en el artículo ampliado de Die Zeit):

La globalización no ha traído a un Primer Mundo idílico a los otros dos, el mundo socialista desmantelado y en ruinas y el emergente Tercer Mundo. Sino que, por el contrario, ha tercermundizado a los tres.

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