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TOMARSE A BOGOTA

Semana
16 de noviembre de 1998

Bogotá no ha podido ser tomada aún. El 9 de abril del 48 se la tomó 'la chusma', como se decía entonces. Y aun así sólo fue el centro de Bogotá: comercio saqueado, conventos violados; el nuncio, señor Beltrami, huyendo de la Nunciatura vestido de civil (hoy los eclesiásticos tendrían que disfrazarse de eclesiásticos, para no ser reconocidos); casa y periódico, del jefe conservador, quemados y, salvo el palacio presidencial, todo en poder del desorden. Que se tomó a Bogotá. Desde entonces la ciudad no ha podido ser tomada, ni siquiera por la Fuerza Pública. Creció descomunalmente y permanece vacía de seguridad policial por todos sus costados. De repente encuentra uno a toda la policía arrumada en un solo sitio o al comienzo de Peñalosa, recorriendo las calles en ocho motocicletas, de a dos uniformados en cada una, sin rumbo fijo. Solos, ni p'uel chiras; esa gracia de ir solos únicamente la realizan los ciudadanos que se aventuran a llegar a sus casas por calles desocupadas y oscuras. Los CAI, de atinada creación del alcalde Sánchez, se fueron extinguiendo. Quedan muy pocos, el de San Diego, por ejemplo, que es acorazado y el de la Occidental, que se acompaña del resto de vigilancia privada de los grandes negocios. El ciudadano, que no tiene grandes negocios, tampoco tiene mucho qué perder, debe pensar la Policía, salvo su vida.En la noche, 28 indigentes (por dar un número) se toman la ciudad. Es una toma, hasta cierto punto, pacífica. Ellos no quieren y no pueden regresar a la vida discreta de tantos otros vergonzantes. Porque la miseria cunde. Los miserables de Víctor Hugo, la Corte de los Milagros. Veintiocho, sí, siete vigilan la parte norte, siete el sur hasta la salida a Bosa; siete al oriente y siete al occidente, hasta el aeropuerto. Las centrales obreras no pueden tampoco tomarse a Bogotá. Llenan la Plaza de Bolívar, lo que ya es un gran reto. Son, por elección, inermes y sus directivos, excepto cualquier frase de altivez demostrativa, bastante sensatos. El palo no está para cucharas. La injusticia social es enorme, pero la mezcla de propósitos, de remuneración y de reformas estructurales del Estado, disuelve todo en un despropósito. No hay todavía razones para hacerle la vida imposible a un gobierno de 70 días, a menos que no se acepte el cambio de poder y se añoren los ajos y las cebollas de Egipto, esto es, las reivindicaciones sociales prometidas a granel, sin posibilidad de ser cumplidas, por el gobierno pasado. Que, al parecer, giró sin fondos sobre la cuenta de Andrés Pastrana. Tampoco la guerrilla se toma aún a Bogotá. Además de las tropas acuarteladas, vendrían refuerzos de todas partes del país. Se combatiría en las calles, lo cual no se descarta que vaya a ocurrir algún día, si las excursiones de paz de Pacho Santos, con la 'sociedad civil' roncando bajo un cambuche, no logran la indispensable conciliación. Por ahora, el único con propósitos de tomarse a Bogotá, al menos en su Parlamento y simbólicamente es el propio don Manuel Marulanda, 'Tirofijo', autorizado ya por el Congreso para hacer presencia, vestido de general en el Salón Elíptico. No creo que lleve para la ocasión el traje de camuflaje, pues no es de uso en el salón de la democracia. Se le verá con guerrera de paño verde o azul oscuro, con gorra de visera acordonada y lazos y condecoraciones, todo de uso privativo de los alzados en armas, revolucionarias o no, pues ya no se distinguen.Nadie se toma aún a Bogotá, salvo los contratistas de ICA en las horas pico y los indigentes de la noche. El alcalde no se toma aún a Bogotá ni se toma la molestia de subirse a un bus, como lo hacía a diario en la campaña, y es de esperarse que no sea conocido después como el alcalde del 'pico y placa', tan poca cosa. En este orden de ideas, Antanas fue el alcalde de los pasos de cebra y de la pretendida educación ciudadana; Jaime Castro, el del escritorio y las finanzas; Juan Martín Caicedo, el de la troncal y el carcelazo que le regalaron los concejales asediantes; Andrés Pastrana, el del puente de la 92, la primera troncal y el agua en los barrios; Julio César Sánchez, el de los CAI; Augusto Ramírez, el de las ciclovías y así por el estilo. A Bogotá no la abarca ni Enrique Peñalosa con los brazos extendidos. Es una ciudad sin forma ni carácter, sin policía de barrio ni de tránsito. Sin servicios sanitarios (a no ser los mismos que usó la 'sociedad civil', en los caños del suroriente antioqueño), con peligroso gas domiciliario, donde el desatino para hurgar en el pavimento es la pauta y actualmente con pésimo servicio de teléfonos. Por cierto que en estos días descubrí que lo mejor de la telefonía celular suplente, en la cual fui tumbado por ser uno de sus primeros pacientes, es, ni más ni menos, el servicio de grúa.

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