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Nace una estrella

Con Egan nace una estrella, una maravilla hecha realidad que derrotó a los mejores del ciclismo mundial; un ejemplo a seguir para las nuevas generaciones, pero también para los adultos: cada una de sus palabras es meditada y pensada; de sus labios solo brotan humildad y reconocimiento para un país que él mismo, entre líneas, sabe que necesita de estos triunfos para desahogar sus frustraciones y desbloquear sus esperanzas.

Javier Gómez, Javier Gómez
29 de julio de 2019

No se trata de esos guiones cursis a los que nos tiene acostumbrado Hollywood en donde los sueños, de la noche a la mañana, se vuelven realidad, como por arte de magia; se trata de un guion ceñido a la realidad, de esos que tocan la fibra todos los días, que no da espera y cotidianamente golpea a tu puerta: el de superar la pobreza, las dificultades, el agobio económico y espiritual y, a partir de allí, escribir un libreto esperanzador que, con suerte, algún día se hará realidad. 

Esa es la historia de Egan Bernal Gómez y su familia, y la de millones de colombianos. Son muchas las apuestas que a diario se hacen y pocas las que llegan felizmente a su fin, porque los proyectos son individuales no colectivos y porque las oportunidades son tan cortas que hacen que los triunfos sean escasos y las ilusiones perdidas. 

Sin embargo hay hechos que de un momento a otro cambian la historia, y a partir de Egan esperamos que ello ocurra. Ganarse el Tour de Francia, como lo hizo Bernal, es abrirle una autopista al ciclismo colombiano, sendero que Nairo ya había señalado con sus triunfos en el Giro y la Vuelta España. No queremos emocionarnos para que esos éxitos, en lugar de volverse costumbre, sean efímeros, flor de un día.

El mensaje que nos envían los cuatro colombianos en esa postal en plena carrera -Henao, Nairo, Egan y Rigo- no solo resume la importancia del ciclismo como deporte nacional, es también la narrativa de un país que parece lamentar que pese a la exclusión social y económica no se amilana y le apuesta a la gloria antes que jugársela por el dinero fácil derivado del narcotráfico y la corrupción. “La vida no consiste en encontrarte a ti mismo, consiste en crearte a ti mismo”, decía el polemista y dramaturgo George Barnard Shaw: esa parece ser la idea que ronda a estos cuatro titanes del ciclismo colombiano y mundial. 

Tanto Egan como sus socios de carrera saben de qué están hechos: vienen de hogares humildes que lo sacrifican todo para llevarle alegría a un país que en muchos casos los abandona a su suerte. Eso es verdad; y a la vuelta de cada triunfo no faltan los mecenas de papel. Qué bofetada para esas instancias de poder que se cuelgan la medalla de un éxito del cual no hicieron parte. 

Bien por Egan, por su aplomo personal a pesar de su corta edad -22 años-, por su elocuente humildad que expresa en pocas palabras. “Es un triunfo de Colombia. Nos merecíamos ganar el Tour hace muchos años”, lo dijo generosamente a sabiendas que el camino recorrido se lo debe a él mismo, a su dedicación, sacrificio y disciplina y, por qué no decirlo, a las virtudes  innatas de un deportista fuera de serie. 

Con Egan nace una estrella, una maravilla hecha realidad que derrotó a los mejores del ciclismo mundial; un ejemplo a seguir para las nuevas generaciones, pero también para los adultos: cada una de sus palabras es meditada y pensada; de sus labios solo brotan humildad y reconocimiento para un país que él mismo, entre líneas, sabe que necesita de estos triunfos para desahogar sus frustraciones y desbloquear sus esperanzas.

@jairotevi