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Corre que te cojo

Los mandatarios locales de todas las agrupaciones políticas colombianas reciben a una fuerza policial entrenada, educada y dirigida por otros. Son meros convidados de piedra.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
22 de enero de 2020

Giangiacomo Feltrinelli fue un hombre millonario que se volvió guerrillero. Miembro de una dinastía aristocrática. Capitalista como los Agnelli, los Pirelli o los Volpi. Murió destrozado por una bomba de relojería. Iba a derribar una torre de alta tensión cerca a Milán. Giangiacomo fundó la Editorial Feltrinelli, la más emblemática de Italia. Publicó Doctor Zhivago de Boris Pasternak (Premio Nobel 1958) desafiando a la censura soviética. Editó los Diarios del Che en Bolivia. Volvió mítica la foto del Che tomada por Korda durante un sepelio en La Habana. En las librerías Feltrinelli se podían encontrar botes de spray con la leyenda: “Pinta de amarillo a tu policía”.

La literatura comunista veía un futuro sin policías. Los anarquistas no querían ver policías ni en pintura. Los ladrones sueñan con un mundo sin policías.“Quedarán abiertas de par en par las puertas a la extinción completa del Estado”, sentenciaba Lenin a guisa de colofón en su folletín El Estado y la Revolución. El mundo del siglo XXI tiene más de distopía que de utopía. En Suecia, por ejemplo, el paraíso nórdico en el que antes era noticia de primer plano el accidente de un alce, ocurren tiroteos a menudo. 41 muertos y más de 100 heridos en 2019. El año pasado hubo en el país escandinavo 230 ataques con explosivos. Guerra entre traficantes. Lucha entre pandilleros. Amenazas. Extorsiones. En Malmö, unida por un puente-túnel con Copenhague, la realidad es cada vez más parecida a El Puente, la popular serie escandinava que trata de policías maniáticos y criminales melancólicos.

La policía colombiana está en el ojo del huracán. Como lo están las de Santiago, Beirut, Quito, Barcelona, Bagdad, Cochabamba, París, Teherán, Caracas, Rabat, Hong Kong y un largo etcétera. Palizas. Tuertos. Asesinatos. Arbitrariedades. Lo que está ocurriendo en Bogotá, está ocurriendo en todos los lugares de la tierra en los que hay cientos de miles reclamando en las calles. Reclamando algo. En distintos lugares del mundo suceden manifestaciones multitudinarias en las que no hay un solo incidente violento. A veces una manifestación pequeña acaba en choques con la policía, destrucción del inmobiliario público y pillaje. Esto no es nuevo ni tampoco es de este siglo. La lucha de barricadas y las cargas policiales en París o Petrogrado están documentadas en la literatura marxista. Los Miserables de Víctor Hugo y El acorazado Potemkin de Eisenstein dan cuenta de esto.

El uso de la fuerza policial y el derecho a manifestarse es tratado de manera infantil por los operadores políticos en Colombia. Patética la imagen de Luis Ernesto Gómez, secretario de gobierno de Bogotá, mediando entre policías y manifestantes. Patéticas las descalificaciones hechas por los operadores políticos sobre el protocolo a seguir ante la dualidad manifestación-represión. Los mandatarios locales de todas las agrupaciones políticas colombianas reciben a una fuerza policial entrenada, educada y dirigida por otros. Son meros convidados de piedra. Argumenta, parcera, a partir de esta realidad.

El problema de fondo es otro. Tiene que ver con la dirección, rol y doctrina de las Fuerzas Militares y de Policía en una democracia. En Colombia ningún político se ha tomado este asunto en serio. Las Fuerzas Militares y de Policía son un poder al que temen. Pasan de puntillas sobre este asunto. Prefieren hablar de derechos humanos o “manzanas podridas” tal como si fueran miembros de una oenegé y no gobernantes elegidos por voluntad popular.

Temen a las Fuerzas Militares y de Policía, Viejo Topo, porque fueron estas las encargadas de salvarle el trasero a los oligarcas colombianos. Cuando Pablo empezó a matarlos. Cuando los paramilitares iban por sus asientos en el Ejecutivo y el Legislativo. Cuando la guerrilla los puso en jaque. La derecha colombiana guarda una actitud perruna y contemporizadora ante las Fuerzas Militares y de Policía, hasta el punto de pasar por alto el vínculo que han tenido con estructuras asesinas, los seguimientos ilegales a los opositores y alguna cosa más. La izquierda solo ve “tombos” en los uniformados, amén de guardar una idea pastoril sobre el uso de la fuerza. El llamado centro, en cambio, se relaciona con el aparato militar y de policía con la credulidad de las oenegés. Es recurrente que los operadores políticos solo vean el bailoteo de los títeres. No ven las manos que halan los hilos.


* Escritor y analista político
En Twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: En el puente: a las seis es la cita

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