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Vacas, palma y petróleo: Ganaron la Guerra

“El modelo” está pasando aceite y seguirá igual.

Álvaro Jiménez M, Álvaro Jiménez M
29 de diciembre de 2017

Saliendo desde Bogotá hacia Cali, se queda uno prendado del verde de nuestro país.

Un verde de tonos cambiantes a medida que se asciende o desciende la geografía. Un verde que se enfría o calienta, dependiendo de si las ruedas lo llevan a uno por las planicies del Tolima con su calor abrasador o si sube las empinadas cuestas de “la línea”, emblemática palabra que generación tras generación ha puesto de presente que en este país, todo es cuesta arriba.

La región cafetera de Caldas y Quindío no es equitativa, pero felizmente refleja actividad económica a lo largo de la cinta asfáltica que se recorre, una venta allí, otra más allá y muchas casas más o menos dignas, que hablan de riquezas idas, de prosperidades nuevas, unas líneas de transporte intermunicipal que conectan vidas, risas y quebrantos de manera ininterrumpida por décadas.

Esa fue la Colombia de los sesenta en las que entre violencias y paz bipartidista se construyó lo que se conoce como economía cafetera y que influyó en la consolidación del llamado triángulo de oro (Bogotá, Cali y Medellín).

Y ahí quedaron las fincas, los willys, las escuelas, acueductos y electrificación rural de la Federación Nacional de Cafeteros, ahí quedaron las vías de las veredas y municipios.

Al tiempo, una cultura productiva con comercio fuerte, también con bares, prostitutas y familias extensas consolidadas y funcionales en su mayoría.

No es que todo tiempo pasado fue mejor, pero allí hay una ventanita para ver el país de antes y los frutos de esa consolidación, que seguramente pudo ser mejor.

Más abajo, Risaralda y el Valle del Cauca que abrasa y abrazan con su calor y belleza.

Las piñas dulces.

La vibrante Pereira, donde la huella de la economía del narcotráfico aún se siente y sirve de abrebocas al Valle del Cauca, mezcla de poderosas economías lícitas e ilícitas, donde el desarrollo industrial alrededor del azúcar borró la producción de granos, algodón y pan coger de la parte plana,  arrinconando el minifundio campesino a las estribaciones de las cordilleras Central y Occidental, de las que los fines de semana bajan a las plazas de mercado de Cartago, Tuluá, Buga, Palmira y Cali entre otros, todo tipo de productos.

En este tramo se aprecia una economía dinámica que de seguro no incorpora a todos, pero se siente y se mete por los ojos, el bolsillo y la boca de quienes por allí transitan.

En contraste, si decide viajar al noroccidente desde Bogotá hacia Santa Marta por la ruta del Sol, maldecirás la conocida corrupción de Odebrecht, y sus aliados en los 16 años de Uribe y Santos, y la no menos grave de la concesionaria del Magdalena Medio –COMMSA-, durante los 8 de Samper y Pastrana.

Ver:  https://goo.gl/1J7cQB

Sí.

La historia no se repite. Es un continuo.

Desvergüenzas, politiquería, corrupción y sobornos con los mismos protagonistas de principio a fin.

En esta dirección podrá apreciar en un tramo de más o menos 700 kilómetros entre Guaduas, La Dorada, Pto Boyacá, Pto Serviez, La Fortuna, San Alberto, San Martín, Aguachica, La Gloria, Bosconia, Pailitas, Fundación y casi hasta Ciénaga llegando a Santa Marta, kilómetros y kilómetros en los que solo aprecia vacas, pozos de petróleo y palma africana o aceitera.

Transitando por allí, uno se pregunta: ¿A dónde se fueron los campesinos de estas zonas?

Unos migraron a la Venezuela de los setenta y ochenta.

Otros, están malviviendo en las estribaciones de las serranías de San Lucas y del Perijá, cultivando pancoger, raspando coca, excluidos de la modernidad que pasa indiferente y rauda por la carretera en el plan y otros desplazados en Valledupar, Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga.

A la altura de Pailitas, dos mujeres bruñidas por el sol inclemente del mediodía “ofrecen” papagayos coloridos que exhiben en una de sus manos mientras con la otra, apretados y enjaulados ofertan diez loritos por 220.000, por cada papagayo 180.000: es precio “pa´negociá” señor.

Es prohibido comercializar animales sentencia el viajero, citadino, ambientalista con aires de modernidad y justicia.

Es “la necesidá señor”, suelta la señora.

El Cesar siembra, programa impulsado por los gobiernos nacional y departamental aún está lejos de ser solución.

La Drummond, empresa que no resuelve ni su pasado oscuro como el carbón que extrae desde 1990 ni su presente enfrentado a defensores de derechos humanos y ambientales especialmente en Europa. Continua allí tragando tierra.

“El modelo” está pasando aceite y seguirá igual.

Solo se avizora empeoramiento de la situación.

Mientras tanto: ¿la política y el Gobierno? bien, gracias.

Especulando sobre las grandes ciudades y sus demandas al tiempo que los pobladores rurales y el campo colombiano se marginalizan, empobrecen y criminalizan más.

El presente gobierno y los pasados gobiernos no asumieron que en el modelo económico está la esencia de nuestros problemas, los colombianos debemos entender que, solo democratizando la política, lo social y lo económico en el mundo rural, podremos convertirnos en una nación de verdad.

Adenda: un momento de los ciudadanos en las democracias es el electoral. Deseo que el año nuevo sepamos ponerlo en función de los más vulnerables. Feliz año, y mil gracias a los lectores por acompañar esta columna cada semana.

ajimillan@gmail.com

@alvarojimenezmi