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Amenaza filantrópica

Las intervenciones de la CIA y los cuartelazos propiciados por los Estados Unidos nunca han reducido un flujo de refugiados, sino que los han multiplicado.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
17 de febrero de 2018

Por cientos de millares los venezolanos huyen de su país: a pie, pues desde hace dos años las fronteras están cerradas por decisión del presidente Nicolás Maduro; sin equipaje, porque la Guardia Nacional Bolivariana lo incauta. No son los ricos, que ya se fueron cuando el comandante Hugo Chávez empezó a confiscar empresas y haciendas y edificios en nombre de los pobres.

Ahora son también los pobres, porque no tienen trabajo, ni medicinas, ni alimentos. No escapan de una guerra civil ni de un cataclismo climático, de una sequía, de un maremoto: huyen de la ineptitud corrupta de sus gobernantes, que en veinte años de fallida “revolución bolivariana” han conseguido reducir a la ruina al país más rico de América Latina.

Es una inmensa tragedia humana, o, como dicen ahora, humanitaria. Y también un gigantesco problema práctico para los receptores de los cuatro millones de personas que se calcula que están saliendo: todos los países latinoamericanos, y más allá las tierras prometidas de España y los Estados Unidos. En primer lugar, Colombia, que en dos años ya ha recibido 550.000 refugiados según cifras oficiales, o tal vez, con los ilegales, un millón, y espera por lo menos dos. Colombia, que no ha podido –en buena parte por la corrupción e ineptitud de sus propios gobernantes– absorber todavía a los ocho millones de desplazados de su conflicto interno, pese a haber expulsado hacia fuera a nada menos que otros cuatro millones: a la propia Venezuela cuando era rica, a los Estados Unidos, a España, al Ecuador, a Panamá a través de la áspera frontera selvática del Darién.

¿Qué hacer ahora con los cientos de miles que vienen de Venezuela, sin siquiera un morral, a veces con un inútil colchón al hombro, o con una maleta llena de todavía más inútiles bolívares que no valen ni su peso de papel?

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Recibirlos. Pero Colombia es incapaz. Lo muestra el irrisorio (¿aunque qué más podía?) anuncio hecho por el presidente de que se va a construir en la frontera de Cúcuta un albergue para dos mil de los quinientos cincuenta mil refugiados hasta ahora registrados. Pero la recepción en campos de refugiados, como lo muestra la experiencia del mundo en África y en Asia, en el Oriente Medio y en Europa, es una mala receta: en Birmania, o entre Francia e Inglaterra en el canal de la Mancha, o en Turquía. El caso extremo puede ser el de los campos de concentración de palestinos desterrados por Israel en el Líbano, que tienen décadas de existencia y han sido teatro de sublevaciones y matanzas.

De todos modos, Colombia es incapaz. Y lo seguiría siendo aún si fueran reales los auxilios ofrecidos hace unos días en su visita a Bogotá por el secretario de Estado de los Estados Unidos, que al día siguiente fue dejado en ridículo por su presidente Donald Trump cuando este dio la orden de recortar drásticamente los fondos de la “ayuda” destinada a Colombia.

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Por su parte los Estados Unidos han sugerido otras formas de ayuda directa en alimentos y medicinas, poco creíbles porque chocan de frente con su política de estrangulamiento de Venezuela mediante sanciones económicas, financieras y comerciales, que agravan la situación de escasez causante del éxodo masivo. Y en todo caso poco creídas por el gobierno venezolano, que rechaza la oferta por considerarla más política que filantrópica: una amenaza.

No le falta razón. Ya dos altos funcionarios norteamericanos, el director de la CIA, Mike Pompeo, hace unos meses, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, hace dos semanas, han dado puntadas en ese sentido. Pompeo insinuó la puesta en marcha de una operación encubierta internacional en colaboración con los gobiernos de México y Colombia, diciendo que la CIA hablaba con ellos para “tratar de ayudarles a entender las cosas que podrían hacer para tener mejor resultado en su porción del mundo y en nuestra porción del mundo”. Y Tillerson dio a entender que se trataría de un golpe militar contra Nicolás Maduro: “En la historia de Venezuela y los países de América del Sur –dijo– muchas veces los militares son agentes de cambio cuando las cosas están muy mal y los líderes ya no pueden servir al pueblo”.

Lo que no dijeron ni Tillerson ni Pompeo es que las intervenciones de la CIA y los cuartelazos propiciados por los Estados Unidos nunca han reducido un flujo de refugiados, sino que los han multiplicado. n

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