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Enrique Gómez Martínez Columna Semana

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Vía crucis

A la manera de la pasión de nuestro señor Jesús Cristo, Colombia se ha visto sometida a un largo e inacabado martirio por parte del presidente Petro. Las catorce estaciones de sufrimiento del Salvador se ven lamentablemente replicadas en la realidad nacional de los últimos 19 meses.

1 de abril de 2024

Enumerar estos padecimientos debe servir para que los colombianos tomen conciencia de la necesidad de emprender labores políticas cotidianas para la restauración de la democracia y para que, unidos en el espíritu pascual, entendamos que la luz vence a la oscuridad, el bien vence al mal y el amor vence al odio.

La primera estación del calvario petrista, sin duda, es la cultura del odio y el resentimiento social. Se expresa en la búsqueda incesante de dividir con el discurso, resentido, mentiroso y altanero a la sociedad en clases sociales, estigmatizando a todos y negando los méritos de todo.

Sigue la destrucción de la imagen de nuestra democracia, expresada de manera cotidiana, denostando de todos sus logros sociales y de sus instituciones. Se tergiversa su pasado, se distorsionan y falsean sus defectos y se le desconoce cualquier virtud.

Se ha roto, efectivamente, la confianza. El Estado de derecho es una quimera. La arbitrariedad presidencial puede caer sobre todo y sobre todos. No hay sector económico que no tema el cambio arbitrario e injusto de reglas o sufra de anuncios desaforados e inconvenientes.

El ahogo fiscal, puesto en marcha con una reforma tributaria alcabalera, ha frenado la actividad económica y ha roto la competitividad internacional de nuestra economía.

Con la misma herramienta se ha socavado la independencia petrolera, alienando a los inversionistas en un sector con múltiples opciones a nivel global y cuya recuperación es siempre lenta, por la complejidad de asegurar y desarrollar nuevas reservas.

En gran telón de fondo, la ruptura consciente e intencional de las capacidades y vocación de brindarles a los ciudadanos la seguridad que merecen y necesitan desde el estado. Descabezar los estamentos militares y policiales, someterlos a órdenes confusas e inviables, limitar sus capacidades materiales y socavar la integridad de la tropa mediante adoctrinamiento y división.

De la mano de lo anterior, se empieza socavar el prestigio incólume de nuestro Ejército como pilar de la democracia y se le reclama perversa sujeción al aspirante a tirano en lugar de la lealtad suprema a la Constitución.

Romper el sistema de seguridad social en salud a cualquier costo, incluso el de vidas humanas, con tal de apropiarse de sus recursos y utilizarlos para el proyecto de ruptura democrática. La ruptura lograda con la cínica e intencional desfinanciación del sistema actual a la vez que se pone en marcha una sistemática campaña de desinformación a los usuarios.

El flagelo feroz y doloroso de la ‘paz total’. Iniciativa inmoral e inútil que suspende los deberes del Estado en la preservación del orden público para abrirles a los criminales y violentos la palestra de la reivindicación mientras soterradamente acrecientan sus imperios de abuso, extorsión y economías ilícitas.

La incuria y el populismo con el cual se ha manejado el sistema eléctrico nacional, en medio de fantasías ambientales grotescas y proyecciones inviables de energías alternativas, colocan a los ciudadanos y a la economía ante el riesgo cierto y catastrófico del racionamiento eléctrico.

La corrupción, como herramienta de dominación política y expresión de ausencia de límites morales, atrae a cínicos de la política y los negocios y los pone de manera entusiasta a apalancar el proyecto dictatorial, a la vez que envía el mensaje a los funcionarios de todo nivel que robar no importa.

La desilusión, aparejada del engaño constante a través de la propaganda oficial. Para esos que optaron por el prometido cambio, la frustración de ver que la falta de decoro, los excesos y la corrupción de antes se acompañan ahora la incompetencia total y desvergonzada. Para los creyentes e ilusos, una andanada diaria de propagandas desvergonzadas ocultando las realidades del desastre. Para demasiados, el acicate de huir de nuestro país hacia destinos inciertos antes de que se ponga peor.

Con velocidad abrumadora, nuestra nación ha logrado la condición de paria internacional. Por nuestras asociaciones cariñosas con siniestros dictadores, por la justificación de lo injustificable, por la connivencia con el narcotráfico y las mafias, por la adoptada superioridad moral en lo divino y lo humano, por los relatos mentirosos, simplistas y ofensivos con nuestros aliados, Colombia se aísla y pierde la poca vocería e importancia lograda en el pasado.

La burla y persecución constante a nuestra cultura cristiana mayoritaria y sus instituciones sociales y espirituales, no como fuente de orgullo e identidad, sino como supuestos generadores de violencia e injusticia, para lograr una atomización de identidades regresivas, parceladas, odiosas y odiadoras en las cuales germine la semilla de marxismo totalitario y la disolución de la nación, en una rapiña entre razas, minorías auto adjudicadas, regiones, miserias y ensoñaciones.

Faltarán en mi recuento desgracias y flagelos. Falta el impacto de las reformas presentadas al Congreso, medido en desempleo, pérdida de vidas humanas y caída del ahorro y la inversión. Y faltan demasiados días de calvario irredento.

Frente a ello solo invocar el fervor pascual. La certeza de la resurrección de la nación. El carácter que se transforma, se fortalece y se revela para frenar al tirano y retomar el poder para el bien común, en una Colombia que, por sobrevivir al vía crucis, deberá ser más fuerte, unida y seria al momento de forjar su futuro y disfrutar su democracia.

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