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El luto y la fisiología

Semana
14 de abril de 2011


Iba en un taxi escuchando Amor Prohibido de Tito Cortés -para quien no está familiarizado con esta canción magnífica le sugiero consultar este link: http://www.youtube.com/watch?v=9Q9ALrznacc-, una feliz coincidencia porque en esos días redactaba este blog sobre lutos. Y los duelos ante las pérdidas no son solo amores desdeñados. Tampoco son frivolidades. Siempre se está avocado a confrontar adversidades: desde la juventud y la salud que se van, hasta desgracias de todo tipo, ataques terroristas, guerras, terremotos, un tsunami, en fin, toda clase de eventos desdichados. Sucesos que sorprenden y desorientan. Acontecimientos que nadie quisiera padecer, pero que no se pueden evitar. Así es el infortunio.

 

Sin embargo, la mayoría se recupera de las experiencias traumáticas. Hasta el punto que alguna vez, en una entrevista radial, alguien me preguntó cuál era la importancia de las implicaciones psicológicas de las pérdidas cuando la realidad concreta era tan apremiante, por qué preocuparse por sentimentalismos. En la actualidad hay gran interés en descubrir maneras de hacer gente más tolerante a las vicisitudes, en especial en colegios y universidades, en las fuerzas armadas y en el mundo corporativo. Así que se busca la fisiología de la adaptación a la tozudez de los hechos, la clave genética y los neurotransmisores que intervienen en el estoicismo, tratando de construir programas que vacunen contra la desgracia, incluso desarrollar pruebas de laboratorio para identificar a quienes serían más vulnerables y eventualmente, drogas que promuevan la capacidad de afrontar el duelo. Incluso el ejército de Estados Unidos inició un proyecto para las tropas y sus familias en pos de sobrellevar mejor los desenlaces adversos, un programa que cubre a más de un millón de personas, y se considera la intervención psicológica más grande en la historia.

 

Desde principios del siglo XX se estudia la elaboración del duelo, empezando por las publicaciones de Sigmund Freud. Se trata del proceso psicológico que recupera el afecto y el interés que una vez estuvo ligado a aquello que ya no está, los mecanismos que restauran el equilibrio emocional frente al desastre, la capacidad de asumir los avatares para regresar a la habitualidad luego de un evento infausto. Es la elasticidad requerida para superar el sufrimiento aprendiendo a partir de la experiencia, construyendo alternativas y oportunidades para seguir adelante con satisfacción. Aun cuando de todas maneras, no es posible superar la infamia y quedar incólume, como si nada.

 

  Las personas tienden a adaptarse, y luego la vida regresa a su curso normal. La mayoría supera la crisis con solvencia, a cambio de cierta sabiduría y experiencia, tal vez hasta desconfianza y escepticismo, pero nada grave que haga imposible la vida en comunidad. Así que la tristeza es normal durante el luto, diferente de la depresión persistente, ya que la mayoría no se queda estática en la melancolía. Hay una tendencia al equilibrio, verbigracia, entre sobrevivientes al abuso sexual, al once de septiembre en Nueva York, a la epidemia de SARS en Hong Kong, a la guerra en Bosnia, a los afectados por el huracán Katrina y seguramente a los damnificados del invierno prolongadísimo en Colombia. Al principio son frecuentes las alteraciones del sueño, con ansiedad y memorias traumáticas intrusivas, pero unos meses después, esos síntomas solo perduran en un diez por ciento de las personas. Además hay otras maneras inconscientes de negociar con la nostalgia, otras estrategias para superar el luto: algunos optan por la manía -es decir, las percepciones grandiosas de sí mismo, los pensamientos omnipotentes, ríen, parrandean, en fin, conductas que en otras circunstancias se tomarían como formas malignas del narcisismo-; además hay quienes reprimen los pensamientos negativos y las emociones, actuando como si nada; pero también otros se vuelcan en actividades reparatorias como el heroísmo, el altruismo y otras acciones comunitarias, las prácticas religiosas, por ejemplo. Además se confirmó una vez más que los desastres en la infancia dejan secuelas en la personalidad del sobreviviente, como en el caso del personaje de Gabriel García Márquez a quien nada importante le sucedió en su vida luego de que su mamá murió cuando tenía ocho años. Así que este problema legítimo de investigación plantea el tema arduo de cómo se diferencia una respuesta normal de una anormal, junto con las dificultades enormes de hacer ciencia a partir de la conducta humana.

 

Entonces vinieron estudios de imágenes de alta tecnología del funcionamiento cerebral de quienes padecían. Trabajos que además revelaron que la experiencia del dolor emocional se acompañaba de la activación de las regiones a donde se procesaba el dolor físico. Así que el dolor emocional era tan real, tan orgánico, como el físico. Estudios que además se acompañaron de la búsqueda de marcadores genéticos y de encuestas, partiendo de la base de que hay factores bioquímicos, de conducta y ambientales implicados en el duelo normal y anormal. 

 

Y desde el ángulo de la fisiología se encontró que ante una amenaza, el hipotálamo -centro cerebral que integra el sistema nervioso con el funcionamiento del cuerpo a través de diversas hormonas- generaba una señal de alerta -la hormona liberadora de corticotropina-, cuyo efecto era preparar el cuerpo para luchar o huir, elevando la liberación de cortisol en las glándulas suprarrenales. Sin embargo, si el nivel de cortisol persistía alto, lesionaba los órganos, y hay innumerables enfermedades vinculadas al estrés, que en el caso particular del cerebro afectaba el hipocampo y la amígdala, regiones ligadas a la memoria y los afectos. Además había una serie de moléculas, como la DHEA –dehidroepiandrosterona- y el neuropéptido Y, que actuaban en contra de las hormonas del estrés, eran protectoras, atenuaban la aflicción.

 

Aun cuando falta mucho por descubrir sobre la bioquímica de la gallardía, en un experimento con soldados yanquis con niveles elevados de neuropéptido Y, toleraron mejor los ejercicios bajo presión psicológica; rasgo que también se relacionó con un menor riesgo de trastorno por estrés postraumático. Por otra parte, la proteína DeltaFosB protege a los mamíferos, incluso al hombre, del sufrimiento que genera el aislamiento, la soledad, el sentirse amenazado por otro miembro de la misma especie, y funciona activando un grupo de genes para desencadenar la síntesis de proteínas que moderan la ansiedad; molécula que además se ha encontrado más activa entre los aguerridos, mientras está disminuida entre los deprimidos. Por otro lado, hace poco se creyó que el gen 5HTT estaba en la base de la tolerancia a la frustración, que predominaba en quienes parecían tener mayor resistencia a la depresión, hasta el punto que prometía una prueba comercial para detectarlo y predecir la templanza; sin embargo, pronto vino la desilusión -lo cual es común cuando se intenta atribuir conductas complejas a un solo gen-, hoy se sabe que la psicobiología del arrojo es independiente de este gen.

 

Así que una interacción compleja entre neurotransmisores y hormonas es lo que llamamos ansiedad, angustia y estrés, en todo caso, un penar que moviliza a quien la padece, a la vez que, el ascetismo también es un fenómeno bioquímico complejo. Entonces, tal como sucede siempre con lo psicosomático, el salto cualitativo de la neurofisiología a la experiencia personal, es enorme.

 

Y sucede que, de todas maneras, alrededor del diez por ciento de las personas quedan sumidas en la melancolía. La capacidad de elaborar duelos también es una conducta que se aprende desde la infancia más temprana en relación con los padres y el medio ambiente, a donde la biografía de cada uno tiene mucho que ver con el desarrollo psicológico, con la construcción de la madurez. Además los lutos del presente se elaboran según los pasados, así que la vida adulta parecería ser un constante ensanchar la capacidad de tolerar y negociar con la adversidad, después de todo, el tiempo pasa, las circunstancias cambian, envejecemos, la probabilidad de enfermar aumenta y la única condición para morir es vivir. Como todo el mundo sabe: una cosa es prepararse para la muerte de un ser querido, y otra, vivirlo en la práctica. Además es una meta muy, muy, lejana que la industria farmacológica del porvenir logre desarrollar drogas que favorezcan la bioquímica de la bizarría y no se ha encontrado una sola estrategia que aumente preventivamente la tolerancia a la adversidad. Solo hay tratamiento psicoanalítico para los trastornos del duelo, parafraseando a Freud, para quienes enfermaron recordando.

 

Así que el infortunio siempre nos asaltará, pero no hay que echarse a la pena por eso.