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La venganza de Moctezuma

Semana
22 de junio de 2011

?Mi vida cambió de la noche a la mañana. Dio un giro de 180 grados, porque son esos, y no 360 como comúnmente dicen algunos, los que se necesitan para terminar parado al otro lado del camino de lo que parecía ser una existencia rutinaria, normal, por no decir más. Una mujer de 29 años (que en ese momento se acercaba furiosamente en cuestión de días a los temidísimos 30) casada hace 10 meses, con un trabajo estable y divertido que la hacía feliz y una familia envidiable.

 

2011 parecía otro año más, de rutina, en el que seguiría mi trabajo de lunes a viernes y disfrutaría del descanso de los fines de semana. Pero no. A solo dos meses de comenzar el año todo cambió y de un momento a otro me vi envuelta en una aventura junto con mi esposo, embarcándome hacia un país lejano.


Ese país lejano, resultó no ser tan terriblemente lejano. Se trata de México. Durante el primer mes en el distrito federal viví en un cuarto de hotel, y saqué cada tanto ropa muy arrugada de mis maletas en las que tuve que guardar lo poco que pude traer y que es el resumen de 29 años de existencia y acumulación. Claro, debo agradecer a mis papás quienes amablemente permitieron dejar otra buena parte de mi existencia, y de la de Santiago mi esposo, en su casa.


Pero no crean que esta experiencia es mala, al contrario, la deseábamos mucho. Desde hace años soñábamos con poder ‘volar del nido’ y tener la vivencia de residir en otro país. Y esta era nuestra oportunidad. Por eso la tomamos sin pensar demasiado y en menos de cuatro semanas desarmamos casa y vendimos, feriamos y regalamos todo lo que teníamos desde hacía dos años, cuando nos mudamos juntos.


Llegué al D.F. dos semanas después de que lo hiciera mi esposo. La ciudad me recibió con los brazos abiertos. Hermosa, ruidosa, contaminada, imponente y llena de olores deliciosos, casi todos de comida. Las jacarandas la pintaban de lila y los cafés de cada esquina le daban un aire parisino, bohemio, que no tiene mi amada pero descuidada Bogotá.


Encontramos un ‘departamento’ precioso que nos gustó de inmediato, pasamos papeles. Y mientras esperábamos respuesta positiva a nuestra oferta de ‘renta’ yo probaba toda la comida que podía. Sin mentir, creo que subí tres kilos en tres días. Todo sabia glorioso, todo me parecía fabuloso.


O sorpresa la que nos llevamos cuando la dueña del apartamento decidió que por ser extranjeros y llevar solo dos semanas en la ciudad, más allá del respaldo de la empresa en la que trabaja mi marido y de las buenas referencias, no le despertábamos suficiente confianza. Entonces, así, sin querer siquiera conocernos, nos negó el arriendo. Primer golpe, directo al vaso. Como dolió.


Sólo horas antes de la terrible noticia habíamos estado explorando la ciudad. Comiendo, como raro, porque todo es irresistible. Y después de ver hombres voladores de Veracruz en frente del Museo de Antropología (experiencia hermosa de turista en México en su máxima expresión) me antoje de un mango con chile y limón, porque acá a todo le echan esos dos condimentos. El lugar se veía lindo, limpio, muchas personas habían comprado su vasito de fruta ‘fresca’ ahí. La señora muy querida, nos dio a probar varias de las cosas que vendía para que escogiéramos.


Nos habían advertido que no comiéramos en la calle. Pero ¿qué tan malo puede ser un mango? ¡Por Dios! Si yo en Bogotá a cada rato comía mango verde de la calle, de ese que el vendedor corta con el cuchillo que limpia contra el pantalón y empaca con la mano con la que recibió la plata. Porque, seamos honestos, uno se puede preparar un mango verde con sal en la casa, echarle limón, meterlo en la bolsita, batirlo igual, y con todo y eso el de la calle siempre sabe más rico. ¿No? ¿Qué tan peligroso puede ser un manguito?


Menos de tres horas más tarde me estaba replanteando esa pregunta. Y digamos que el golpe al vaso del apartamento fue una bobadita comparada al dolor generalizado de barriga que empezó en ese momento. Solo digamos que esa noche es la más horrible que recuerde de mi vida. Caí desmayada en el baño de lo descompensada que estuve y Santiago tuvo que ir al otro día a trabajar sintiendo que moría, pobre. Le llaman la venganza de Moctezuma, y al parecer a todos los recién llegados al país les pasa. Es como una gran advertencia que dice: si claro, todo muy lindo y muy querido pero tu no eres de acá y las reglas no las conoces. Ay, ay, ay, ay, canta y no llores…¡con sentimiento compadre!