ÁNGEL PÉREZ MARTÍNEZ
¿Qué nos pasa? Estamos regresando al pasado
La historia de la humanidad, por lo menos en occidente, mostró con contundencia que las mejoras en la educación trajeron consigo grandes avances para la sociedad.
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Sociedades más educadas permitieron el desarrollo de la democracia, el respeto por los derechos humanos —basado en la legitimidad sociopolítica de la defensa por los mismos, así como la capacidad de crítica y la empatía hacia los más pobres—y la garantía de que el acceso al poder se basara en que los políticos y los partidos ofrecieran y desarrollaran programas de gobierno que conllevaran seguridad, bienestar social, justicia y equidad.
En los últimos años, a estas bondades de la educación se vinculó adicionalmente el cuidado de la Tierra y la evidencia de que el crecimiento económico de largo plazo está asociado a que la población acceda a un sistema educativo de calidad. No es como muchos proponen: desarrollo económico primero y luego educación de calidad; es todo lo contrario.
El desarrollo de la educación y las consecuentes discusiones de bienestar, equidad y libertad en la vida de los seres humanos han costado luchas y sufrimiento a la humanidad, pero sin duda alguna han sido una vía de progreso. Sin embargo, algo muy grave está ocurriendo, nos estamos devolviendo y el sistema educativo no cambia.
Las campañas políticas que han tenido éxito en su acceso al poder lo hacen a partir de ofrecer exactamente lo contrario. Lo más grave, promueven abiertamente a los ciudadanos programas que van en contravía de la protección de la vida humana y del medio ambiente. Sin sonrojarse, exponen propuestas en donde el cuidado de la tierra, el agua, la salud y la dignidad humana son lo de menos.
La humanidad hoy tiene más educación, pero quizás menos educación de calidad, entendida la calidad como el proceso de formación de buenos seres humanos con capacidades de participar e integrarse con éxito en todos los ámbitos del desarrollo. Cómo explicar que sectores poderosos de la sociedad están reivindicando mensajes como que los ricos tienen derecho a ser más ricos, porque así ellos generan más empleo. O que los altos impuestos para los más ricos deben desestimularse pues afectan el crecimiento económico y los dueños del capital nos pueden abandonar.
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¿Acaso no es evidente pensar que pasa lo contrario? Pocos ricos y muchos pobres hacen una sociedad invivible, entre otras cosas porque se destruye el tejido social y las instituciones pierden legitimidad. El sistema capitalista, el mercado y la competencia son incapaces por sí solos de regular a la sociedad, se requieren Estados creíbles y gobiernos éticos, donde prime el interés ciudadano y no el de los poderosos. Por favor, los países nórdicos son un buen ejemplo.
No tengamos dudas: a los ricos, a los pobres y todos nos convendría una sociedad más equitativa, más ética y más democrática, donde todos tengamos acceso a los derechos humanos básicos, empezando por el respeto a la vida y la educación de calidad.
Estamos llegando a niveles tales que la honradez y el esfuerzo para progresar se vuelven incomodos, el origen o cómo se logra el éxito económico es irrelevante, se vale todo, hasta el uso del poder del Estado para enriquecerse o beneficiar de manera descarada a la familia y amigos del gobernante de turno. Una visión del mundo donde las mujeres son objetos sexuales, se les utiliza y luego se les paga por su silencio. Sin olvidar cómo a los académicos, periodistas, profesores y otros líderes sociales se les ataca o se les invisibiliza, porque quienes piensan diferente resultan incómodos.
Duele reconocer que esta visión del mundo tiene apoyo de una gran mayoría de los ciudadanos; para lograr esto se utiliza el sistema democrático a través de mensajes planeados con el propósito de engañar a los más pobres y a otros sectores de la población, mensajes para odiar y dividir, no para unir. Para ello se valida la guerra, el uso del poder militar y el temor; la necesidad de una mayor autoridad y control para quienes se salgan del modelo (familia, tradición y propiedad); se exaltan las bondades de la plata fácil, de los gobierno sin ética, en donde las ambiciones e intereses personales y los negocios mueven la toma de decisiones.
El Profesor Alejo Vargas, de la Universidad Nacional, sostiene que “autores reconocidos como Norberto Bobbio definen la democracia en su dimensión política "como un método, un procedimiento condensado en una Constitución como norma de vida para una nación" y plantea que la democracia moderna, en lo político, como sistema que permite el compromiso y acuerdo entre las partes se construye sobre tres elementos: a) un pacto de no agresión entre los partidos; b) todos los partidos deciden dar origen a un Estado donde los conflictos se puedan resolver pacíficamente; c) la constitución de un poder común”.
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La democracia también es equidad, libertad y educación con pensamiento crítico, pero sobre todo respeto a las reglas preestablecidas a través del Estado de Derecho. Al respecto, me pregunto: ¿qué hacen los sistemas educativos? ¿Acaso no estarán ayudando a fortalecer este tipo de visiones del mundo? Recomiendo leer a Martha Nussbaum, quien al recibir el doctorado honoris causa en la Universidad de Antioquia, en un profundo análisis sobre la crisis de la democracia sostuvo que: “Cambios radicales se están produciendo en lo que las sociedades democráticas enseñan a los jóvenes, y estos cambios no han sido bien pensados. Ansiosas de lucro nacional, las naciones y sus sistemas de educación, están descartando descuidadamente habilidades que son necesarias para mantener vivas las democracias.”