OPINIÓN ONLINE
La tecnología no es sinónimo de innovación educativa
Esta semana se realiza en Bogotá el XV Congreso Nacional de Educación: innovar para enseñar y aprender; oportunidad perfecta para reflexionar sobre los procesos de innovación educativa.
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Al hablar de innovación educativa, muchas instituciones se enorgullecen de innovar porque han implementado herramientas tecnológicas en el aula. Pero no han entendido que tener una tableta en clase no hace más innovador al sistema. ¡Queridos maestros: poner lecturas en pdf en la nube y crear aulas virtuales para subir las diapositivas no son sinónimo de innovación! De nada sirve tener acceso a lecturas y juegos a través de una pantalla cuando el contenido que se imparte no está preparando al estudiante para enfrentarse a un mundo altamente cambiante y lleno de incertidumbre. Si de verdad queremos innovar en el aula de clase, es imperativo que se cambie la forma de enseñar; y aquí no me refiero a cambiar la tiza por un tablero inteligente, sino a transformar la pedagogía con el fin de conectar verdaderamente con el estudiante.
El mundo hoy demanda altamente la creatividad, pero las escuelas se siguen enfocando en procesos que aceleran su declive. Uno de las principales amenazas que tenemos en este sentido son las pruebas estandarizadas, pues la presión de alcanzar buenos niveles que sustenten el prestigio de las instituciones y las naciones hace que exista menos tiempo para formar y más énfasis en la memoria; le estamos enseñando a los estudiantes a encontrar la respuesta correcta en un test, pero no hacemos énfasis en el desarrollo de habilidades para vivir y generar cambios sostenibles en el mundo. Lo peor de todo es que luego nos quejamos por tener jóvenes que adolecen de sentido común y que no saben cómo enfrentarse a un mundo cargado de incertidumbre, pues esas respuestas no se encuentran en los cursos de preparación de dichas pruebas.
Hoy, más que nunca, es imperativo que formemos a los estudiantes en habilidades empresariales para la innovación, pero desafortunadamente estas habilidades se han dejado al azar, esperando a que llegue la inspiración divina. Las mentes innovadoras del futuro requieren desarrollar la curiosidad, que permite hacer buenas preguntas y explotar la capacidad de aprender más allá de lo obvio; la colaboración, que comienza con escuchar y aceptar diversos puntos de vista y estar en capacidad de aprender de ellos; el pensamiento asociativo e integrador, que posibilita conectar conocimientos de diferentes disciplinas; y una actitud orientada a la acción y ejecución, pues la inspiración no sirve de nada si no se lleva a la realidad. Pero ¡ojo! Estas habilidades no son exclusivas de las clases de arte, sino que deben promoverse desde todo tipo de contenido. El problema es que si bien la creatividad es un hábito, muchas escuelas lo ven como un mal hábito, pues tienen miedo de enfrentarse a preguntas que pueden no estar en capacidad de responder.
Pero el cambio no debe darse simplemente a nivel de contenido, sino también de pedagogía. Si lo que deseamos es formar estudiantes que puedan resolver problemas más allá de lo obvio, tenemos que dejar de verlos como recipientes pasivos de información, e involucrarlos con la construcción de su propio conocimiento. Las investigaciones del aprendizaje experiencial han demostrado que retenemos un 90% de la información cuando ponemos en práctica el conocimiento y cuando hablamos de él. Por tanto, no es suficiente con hacer un taller en el que se aplique lo aprendido, sino que también debemos promover que los estudiantes se cuestionen y reflexionen sobre sus acciones y sobre el impacto que lo aprendido puede tener tanto en su vida personal como en su desempeño profesional.
Queridos docentes, si lo que quieren es innovar, es hora de que rompan sus propios paradigmas y comiencen a explorar nuevas formas de enseñar.