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Crítica de libros

Imaginar a los desaparecidos

'La dimensión desconocida', una novela sin ficción que toma tanto del autor como de su alter ego para visitar espacios oscuros y cerrados de la historia.

Revista Arcadia
23 de enero de 2018

El 27 de agosto de 1984 –seis años antes de que el expresidente de Chile, Patricio Aylwin, sucediera a Pinochet, y luego de nueve años de desapariciones precedidas de abominables torturas–, Andrés Antonio Valenzuela Morales, soldado primero, con carné de identidad 39.432 de la comuna de La Ligua, alias Papudo, exagente de la Dirección de Inteligencia Nacional, decidió visitar las oficinas de la revista opositora Cauce para contarle a la periodista Mónica González la manera como torturó y desapareció a cientos de opositores. La dimensión desconocida de Nona Fernández, que obtuvo recientemente el premio Sor Juana Inés de la Cruz 2017, es la historia del diálogo de la narradora con la imagen del “hombre que tortura”, como se le llama a lo largo del libro. Podemos tener nombres, locaciones y procesos macabros, pero la imaginación y la literatura es aquello que nos permite “vivir a través de”.

Cuando en 2001 Javier Cercas sentenció en Soldados de Salamina, “lo que a continuación consigno no es lo que realmente sucedió, sino lo que parece verosímil que sucediera; no ofrezco hechos probados, sino conjeturas razonables”, le abrió las puertas a la literatura como narradora de la historia a partir de la imaginación. Es difícil no pensar en esta responsabilidad que se le otorga –con pleno derecho– a la literatura al leer la novela de Nona Fernández, que no deja de ser una puesta en escena del estado emocional de toda una generación que vivió y vive (ella nació en 1971) los efectos de la dictadura, y específicamente frente a los claroscuros de la historia de las desapariciones. Si la literatura nos sirve para esclarecer las esquinas confusas y remotas de la historia, ¿no puede hacer lo mismo para contener las heridas emocionales de sus protagonistas? El libro abre con un epígrafe de la famosa serie de televisión de los ochentas, The Twilight Zone: “Más allá de lo conocido hay otra dimensión. Usted acaba de atravesar el umbral”. Este es el umbral que Fernández determina cruzar a partir de la imaginación para establecer una especie de diálogo con Valenzuela y dar con la manera en la que esas desapariciones se debieron haber llevado a cabo, no únicamente a partir de lo que él mismo dijo o insinuó en sus declaraciones, sino a partir de la propia fantasmagoría que produce vivir una dictadura en la juventud. Estamos frente a una novela sin ficción que toma tanto del autor como de su alter ego para visitar espacios oscuros y cerrados de la historia: “Abramos esta puerta con la llave de la imaginación. Tras ella encontraremos una dimensión distinta”, nos dice en alguna página. En uno de los diálogos que la narradora imagina con Valenzuela, acaso con ella misma o con la periodista que lo recibió en la revista Cauce, parece contenerse todas las posibilidades de la literatura frente a la historia y la memoria: “Usted lo ha contado mejor que yo. Su imaginación es más clara que mi memoria”.

“Ahora mismo no termino de espantarlo”, dice la narradora respecto a la imagen del torturador, “y quizá por eso lo escribo aquí como una forma de sacármelo de encima”. Con suerte, para el lector colombiano, la lectura de la novela de Fernández activará esa pregunta sobre lo que podríamos escribir en nuestro país a un año de la firma del tratado de paz; para comprender que la literatura, a veces más que la historia y el periodismo, es aquello que nos sirve para sacarnos cosas de encima, para curarnos emocional y estéticamente. Hay novelas que al leerlas nos permiten comprender desde otros ámbitos lo que ocurre en nuestro país, como Patria de Fernando Aramburu, o Roza, tumba, quema de Marta Hernández (entre otras). A partir de novelas escritas en otros países podemos comenzar a imaginar esa dimensión desconocida que cruzaron nuestros desaparecidos de las casas de pique, o falsos positivos, por mencionar apenas algunos. Todo parece indicar que ha llegado la hora de darle a la literatura la responsabilidad de recordar dónde estuvieron nuestros desaparecidos, de ayudarnos a recordar qué les hicieron.