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La provocadora

Florence Thomas lanzó la semana pasada un ensayo autobiográfico que, a partir de una historia de amor, cuenta cómo se hizo feminista.

5 de mayo de 2003

Florence Thomas no es lesbiana. No odia a los hombres y tampoco es amargada, como la imaginan aquellos que se escandalizan cada 15 días con su columna de El Tiempo. Aunque dice que esa no era su intención su Ensayo Autobiográfico, lanzado la semana pasada en la Feria del Libro, despeja cualquier duda al respecto. La primera parte es una descripción detallada de su último encuentro erótico con Martin, a quien reencontró 30 años después de haber sido su primer novio y con quien comparte cuatro días al año un "paréntesis amoroso" desde hace cinco años. Pero como para esta sicóloga francesa todo acto es político una noche está atravesada por mil cuestionamientos sobre la relación entre hombres y mujeres. El hace el amor y se duerme. Ella le pregunta qué piensa y él le sugiere que no complique las cosas. Ella ansía llegar al centro de su deseo y él quedarse en la periferia. El y ella hacen las cosas que suelen hacer ellos y ellas, pero Florence las pone en evidencia, hurga la llaga y hace las preguntas que tantas mujeres ignoraban que tenían hasta que ella las nombra. Ponerles palabras a los miedos y dilemas que tienen las mujeres y que no pueden expresar es lo que ha intentado hacer Thomas desde que arribó a Colombia hace 35 años con su primer esposo. Llegó a una Bogotá conservadora donde eran pocas las mujeres, "las madres y sus hijos invadían el espacio familiar". Ella, en cambio, venía del París embriagado de Mayo del 68, donde la feminista Simone de Beauvoir era su "madre simbólica" y la píldora anticonceptiva su nuevo dios. Thomas, que vino en parte huyendo de las frustraciones de su mamá se encontró con miles de señoras colombianas que también tenían sus sueños mutilados y ni siquiera lo sabían. Florence también necesitó un tiempo y, sobre todo, tener 34 años y haberse divorciado, con dos hijos pequeños, para asumirse completamente como feminista: para vivir plenamente sus "diferencias existenciales" respecto a los hombres y luchar por la "igualdad de oportunidades de las mujeres frente a la vida". Militó durante un corto tiempo con los trotskistas hasta que se decepcionó y conformó el Grupo Mujer y Sociedad con otras docentes, como ella, de la Universidad Nacional. Así descubrió los placeres de la 'sororidad', del mundo habitado sólo por mujeres. Con ellas diseñó un posgrado y varios cursos en género, dictó conferencias en todo el país y se articuló con el movimiento social de mujeres que empezaba a cobrar fuerza en la década de los 70. Hace cuatro años su militancia feminista encontró un altoparlante. En su columna quincenal ha escrito sobre la píldora de emergencia, ha denigrado de las posiciones de la Iglesia sobre el aborto, ha confesado que se acostaría con Miguel Bosé, ha reivindicado a las desplazadas, y ha manifestado su esperanza de que los "penes juguetones" desplacen definitivamente a los "falos avasalladores". No importa sobre lo que escriba, ella siempre exalta a las mujeres y se burla de los machos. Sus columnas son tan provocadoras que algunos hombres la insultan a veces en el supermercado por "acabar con la familia", mientras que no pocas mujeres la abrazan sin conocerla. Aunque dice que sus lectores ya han comprendido que ella es una mujer como cualquier otra. Una mujer a la que le encantan los hombres "que no traicionan nuestra revolución".