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Sueños a 3.000 metros de altura

Sandra Liliana Sánchez, una líder comunitaria de 15 años, es un ejemplo vivo a seguir en Ciudad Bolívar de Bogotá.

31 de julio de 2000

Vive en El Paraíso. No es el mismo del que fueron expulsados Adán y Eva ni el que describió John Milton en su poema monumental. El Paraíso de Sandra Liliana Sánchez es un barrio popular, enclavado en las laderas de las montañas del suroriente de Bogotá, en la parte alta de ese territorio distante y estigmatizado conocido como Ciudad Bolívar, donde viven, y en muchos casos sobreviven, más de 500.000 personas. Allí, 3.000 metros más cerca de las estrellas, con una vista panorámica envidiable sobre la capital, Sandra trabaja sin remuneración para lograr que las condiciones de su barrio cambien y le hagan honor al nombre que éste lleva. El destino de esta joven estudiante de noveno grado del colegio Guillermo Cano está ligado al barrio El Paraíso, a donde llegó a vivir con sus padres y sus dos hermanos menores hace siete años, en un rancho levantado a medias por su padre sobre el suelo de tierra. La falta de dinero frustró los deseos de construir un hogar mejor.

Sandra ingresó a la escuela Paraíso Mirador, se destacó como estudiante entre 1.200 alumnos de dos jornadas y fue nombrada personera estudiantil. El cargo le abrió las puertas a una dimensión extraña de la realidad para una niña que bien podría estar jugando con muñecas: aprendió a hacer derechos de petición y a presentar tutelas, entre otras cosas. Ahí comenzó a forjarse como líder. La primera misión en la que se involucró fue mejorar las condiciones de su escuela. Tocó puertas, pidió audiencias y entrevistas. Poco a poco consiguió tableros, material didáctico, mallas para los muros que impidieran que los balones se salieran a la carretera, tanque de agua potable y computadores. Cuando terminó primaria su interés por asuntos que pueden resultar poco atractivos para otros niños y niñas aumentó. Camilo Caleño, un dirigente comunal del barrio Mirador, recuerda que Sandra quería asistir a las juntas de acción comunal. Mostraba entusiasmo por saber qué se hacía ahí, de qué se hablaba. Ella sólo tomaba nota. Luego, dice Caleño, “se fue formando más y tenía en mente ayudar a mucha gente, ayudar a los niños y a los abuelos”. Con este objetivo Sandra fundó hace dos años Resurgir, una organización que vela por 75 abuelos desamparados del sector. Todos los viernes, en un espacio de cuatro metros por tres metros de su casa que le cedieron sus papás, les da almuerzo a los 45 más necesitados. En un comienzo sus padres se resintieron por esta violación de su privacidad pero ya se acostumbraron a la romería diaria de visitantes: si no son abuelos que vienen por una taza de agua de panela, son los estudiantes del barrio que llegan a consultar la biblioteca de Sandra para hacer sus tareas. Ninguno se va con las manos vacías, ella lo poco que tiene lo comparte con generosidad. Por eso su padre no duda en considerarla “el ángel de Ciudad Bolívar. Ella se apersonó de quienes necesitaban una ayuda”.

Sandra no se siente especial ni mejor que nadie por lo que hace. No ha perdido la perspectiva de las cosas. Sólo hace lo que le gusta mientras sigue soñando con estudiar derecho en Europa, especializarse en ciencia política, construir una sede cultural para sus abuelos y sus niños y encontrar un patrocinio para retribuirle a sus padres y hermanos los sacrificios que han hecho para que ella haga su aporte a la transformación del barrio El Paraíso.