La columnista Sandra Borda.

CONTRA LA INTUICIÓN

Una paz elusiva: sobre el asesinato de líderes sociales

Nuestra columnista Sandra Borda escribe sobre los asesinato de líderes sociales que, entre otras, dejan ver que Colombia todavía tiene un largo camino que recorrer aun después de firmados los acuerdos de paz.

Sandra Borda
24 de julio de 2018

Este artículo forma parte de la edición 154 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

Cuando el gobierno anunció el pacto nacional de rechazo al asesinato de líderes sociales quedó absolutamente claro que la consecución de la paz en este país tiene un largo camino por recorrer después de firmados los acuerdos. Una cosa es que haya sido posible concluir una negociación que permitió el desarme del grupo guerrillero más importante de este país, y otra muy distinta que como sociedad estemos listos para tramitar nuestras diferencias sin recurrir a la violencia o al exterminio del otro. Estamos apenas al inicio del proceso, y lo que sucede con los líderes sociales es una muestra elocuente de lo lejos que estamos de lograr construir un país diverso política e ideológicamente, pero pacífico.

Lo que más llama la atención es justamente que haya sido necesario convocar a este gran pacto nacional. En cualquier otra parte del mundo uno podría dar por sentado que ese acuerdo en contra de que nos matemos los unos a los otros existe y no hay necesidad de construirlo. Acaso, ¿quién en su sano juicio puede estar de acuerdo con que asesinen a líderes sociales que desde sus propias esquinas solo buscan profundizar nuestra democracia y activar a sus comunidades para demandar sus derechos?

Y bueno, en el intento por contestar esa pregunta es donde todo se enreda. Porque efectivamente es allí donde los argumentos para legitimar y justificar el uso de la violencia se gestan y preocupan. Quisiera uno pensar que los autores de dichos argumentos son ciudadanos enajenados a quienes nadie representa, reductos reaccionarios de esos que quedan en todas las sociedades, pero a los que se ha logrado empujar a las márgenes junto con sus instintos violentos. Pero no, resulta que en Colombia hasta una parte de su clase política gobernante se las puede arreglar para argumentar en favor del uso de la violencia y del asesinato de estos líderes políticos. Y otra parte también puede arreglárselas para mantener un silencio cómplice que envalentona a los violentos.

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Por fortuna no son muchos y están lejísimos de ser la mayoría. Se trata tan solo de algunos políticos aislados, la gran mayoría miembros del Centro Democrático, pero que no se han caracterizado por ser visibles y reconocidos por su labor en el Congreso. Tal vez por eso lo hacen, porque no tienen una forma de figurar distinta a la de escribir tuits descabellados en los que todavía pretenden hacernos creer que hay “buenos muertos”, gente que se merece morir cuando alguien con el poder de exterminarlos decida que así debe suceder. Se trata de unos reductos que están lejos de sumar una mayoría en la derecha colombiana pero que, sumados a los mismos miembros de esa derecha que callan con complicidad, y dado el hecho de que han ganado las últimas elecciones, pueden estar enviando el mensaje de que asesinar es otra vez una práctica tolerada en este país.

Por eso sería fundamental que la mayoría de políticos en el Centro Democrático y su liderazgo, en cabeza del senador Uribe y del nuevo presidente Iván Duque, hicieran parte activa de este gran pacto nacional en favor de la vida de nuestros líderes sociales. Porque en ese partido son más los que guardan un respeto sagrado por la vida humana. Ellos, esa mayoría, le haría un gran favor al país invitando a sus políticos a no sugerir que los líderes sociales son guerrilleros, poniendo sus vidas en peligro adicional. Le harían un gran favor al país invitando a la gente a marchar para presionar por una mayor protección de esos líderes y no sugiriendo que esas marchas se hacen en contra del nuevo gobierno. Le harían un gran favor al país solicitando que se deje de culpar de estos asesinatos a problemas estructurales como la guerra contra las drogas, invitando a un inmovilismo que no nos sirve de nada en esta coyuntura. Le harían un gran favor al país abandonando el silencio.

Porque para estar últimamente tan preocupados con lo “políticamente correcto”, extraña que aún no nos parezca políticamente incorrecto la justificación pública de la muerte violenta de alguien. Asombra que, siendo normalmente tan amigos del blanco y el negro, a este tema estemos tan dispuestos a introducirle grises y matices. Y mientras contemos con un sector social y político que asume este tipo de posiciones como algo normal, no vamos a estar en condiciones de rebelarnos y luchar contra el asesinato sistemático de los otros. La lucha por la formación de un consenso en favor del respeto de la vida de los líderes sociales es larga y difícil, pero necesaria. Por fortuna, somos más.

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