Sobre su novela 'Cómo perderlo todo'
Demasiado expuestos: un encuentro con Ricardo Silva Romero
No es común que los escritores hablen de redes sociales en sus libros. Silva lo hace en su más reciente novela, 'Cómo perderlo todo', que acaba de ser galardonada con el V Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, para hablar de amor; de cómo las relaciones humanas pasan hoy por esas nuevas formas de comunicarnos, de escondernos, de mostrarnos.
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En la vida de un escritor a veces un tema, un personaje o una historia laten en él durante algún tiempo. A veces posterga el proyecto por falta de convicción; otras veces, el escritor se enfrenta a una apuesta que requiere precisamente de ese tiempo, para que la idea madure, para recoger la información necesaria. Pero pasa también, como le sucedió a Ricardo Silva Romero con su nueva novela, Cómo perderlo todo (Alfaguara), que una revelación llega de repente. En este caso la chispa que suscitó el destello fue la mirada acuciosa de Carolina López, editora y esposa de Silva, que advirtió un sutil cambio de tono en uno de los capítulos de la novela Historia oficial del amor. Fue como si a ella se le revelara otra perspectiva desde la que él había estado mirando el amor. Carolina le planteó entonces la posibilidad de escribir sobre la vida en pareja de otra manera. Silva Romero comprendió que tenía dentro de sí varias historias por contar, y que también lo seducía la idea de celebrar él mismo su propia relación, agradeciéndole a quien corresponda por la suerte de estar juntos, como dice en los créditos del libro.
“Desde hace un tiempo siento que he perdido la devoción por los cuentos, entonces supe de inmediato que debía tratarse de una novela; una cuya estructura articulara la historia de varias parejas a quienes el amor les mostró todo tipo de reveses”, dice Silva Romero. Un acierto, porque pasa que el amor no solo nos enamora, sino que también nos azara la existencia; y aquí se empecina en trastabillar, en amenazar a cada tanto con llevarnos de narices contra el piso. Así nos lo anuncia el narrador desde las primeras líneas: “Es milagroso e inverosímil que tan pocos matrimonios acaben en asesinato. Tal vez sea así para probar que el castigo no es la muerte. Quizás el amor sea esa sensatez de último minuto, aquel indulto, o sea tal vez esa buena estrella”.
En esta novela, los protagonistas se alternan el protagonismo en medio de un año en que las constelaciones definieron tantas cosas. La voz que narra lo dice así: “Dicen los astrólogos confiables que desde el domingo 1 de enero hasta el domingo 31 de diciembre del pasado 2016, que fue, según se ha probado, el peor año bisiesto que se encuentre en las bitácoras del universo, una conjura de planetas forzó a millones de parejas de acá abajo a la desesperación y a la agonía. Repiten que semejante complot astral ni siquiera nos empujó a matarnos de una buena vez como pares de monstruos enjaulados, que habría sido lo práctico y lo humano, sino que nos animó a susurrarnos ‘voy a amargarle este día’”.
Silva Romero quiso que su novela fuera contemporánea, es decir, sobre las relaciones de ahora, alteradas por el dinamismo de estos tiempos, y que parecen responder a otros códigos más volátiles, más etéreos, demasiado expuestos. Le pregunté cómo veía las relaciones más clásicas, como las de nuestros padres y abuelos, en contraposición con las de ahora, porque de algún modo de la novela se desprende la idea de que tal vez las relaciones que han durado tanto no son un triunfo del amor, sino una apología vital a la postergación de la derrota. “Creo que hoy, con las redes sociales, con FaceTime, con todo, sigue habiendo relaciones muy fuertes, muy importantes. Es por eso que creo que las cosas tienen sentido, forma. La gente se encuentra por algo y para algo. Es evidente que los tiempos han cambiado, ahora las parejas pueden encontrarse por las redes, pero también separarse por culpa de ellas. Las relaciones de antes, en efecto, tenían menos obstáculos para pensar que eran definitivas, pero, como creo en destinos y esos líos, también creo que las de ahora son más definitivas, más importantes de lo que puede intuirse y que simplemente hay más tentaciones y más trampas para no darse cuenta de que uno da con las personas que lo confrontan, que lo empujan. Por supuesto que son más difíciles la lealtad y la fidelidad y la amistad porque hay más posibilidades de cometer traiciones y más teorías para justificarlas, pero creo que sigue habiendo parejas firmes y solteros eternos y románticos frustrados como antes. Yo, sin embargo, hablo desde la perspectiva de un viejo. No digo que sea viejo, porque me da pena con los viejos decirlo. Pero sí que solo una persona como yo, que llegó a internet hace veinte años, pero que fue educado cuando no había 500 canales de televisión ni redes sociales, se pone a pensar estas cosas. Hay gente que nació y creció y llegó a adulta entre redes. Y así han sido sus relaciones: por WhatsApp, por mail, por Facebook. Y supongo que el concepto de ‘sentar cabeza’ será muy diferente para ellos, pero, porque conozco a muchas personas de esas generaciones, tengo la sensación de que también se pasan la vida tratando de establecer encuentros cercanos del tercer tipo con sus amigos, con sus parejas, con sus familiares. Eso sigue siendo igual. Y quizás lo nuevo —el nuevo obstáculo— sea esto de tener acceso a la tras escena del otro y esta tendencia a suponer que la honestidad brutal es el único camino”.
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Escribir de las redes
Las referencias tecnológicas que menciona Silva Romero, que reverberan en las páginas de su novela como una olla de agua hirviendo, me hicieron pensar en que muchos autores aún sienten temor de abordar la tecnología dentro de sus obras literarias, como si esto las banalizara o enturbiara la prosa. En este libro, Silva Romero decidió hablar de eso de frente, tal vez ante el convencimiento de que no tiene sentido eludir lo que es ahora parte sustancial de nuestra cotidianidad.
Pero estar familiarizado con un fenómeno no es necesariamente lo mismo que escribir al respecto y convertirlo en una novela, en una historia de carácter literario. Aún así, Silva Romero afirma con mucha convicción lo siguiente: “No soy nativo digital, pero eso fue justamente lo que más me sirvió para la novela, para entender a un personaje que no soporta que las palabras pierdan su peso y la justicia se haga allí como venganza y los amigos dejen de ser amigos porque son infames en público, pero nobles en privado. Así que pasar de ser usuario de las redes a escribir de las redes fue para mí lo mismo que pasar de vivir algo a escribir sobre ello. Habré leído y escrito ensayos y columnas sobre la megalomanía y las trampas de las redes, pero es que llevo muchos años metido allí, como todos nosotros. Para mí, como para todos, las redes son ya una buena parte de la vida y de la realidad, y estoy escribiendo de ello desde la experiencia y desde la observación. He escrito algunas novelas que pasan en estos tiempos: Parece que va a llover, Comedia romántica y Cómo perderlo todo. Y la verdad es que la decisión de que la tecnología esté presente –la decisión de que se hable de mails, chats, computadores, celulares– no ha sido ni siquiera una decisión, porque no he tenido dudas al respecto. No sabía que a ciertos escritores les daba temor abordar el tema. Creo, claro, que la gracia es que cada quien haga lo que le parezca mejor con sus historias. Pero la verdad es que mi manera de escribir desde el principio ha estado llena de cifras: fechas, teléfonos, direcciones. Y, en el caso de las novelas que suceden en estos tiempos, llena de tecnologías. A mi modo de ver, nada se enturbia sino que se aclara. Mejor dicho: le veo la belleza. Y no me hubiera dado cuenta de que puede ser leído como una banalidad si no me lo preguntas”.
Con esta novela, por otra parte, asistimos a la recreación de unos personajes que no advirtieron en qué momento se les instaló el hastío; peor aún, que no vislumbraron las transformaciones a las que los sometía la vida, constatando de repente, en aquel año en que los astros se pusieron caprichosos, que el tiempo los había deformado, que un hombre o una mujer mayor, o por lo menos diferente, había tomado posesión de ellos, comprobando que ahora el espejo les devolvía la imagen de alguien abatido y cansado que vivía o compartía espacios con alguien a quien un amor enconado también le había hecho lo suyo. Los astros se movían empujando a las parejas a la súbita desdicha, a despertar un día mirando con recelo. Es fácil pensar que a lo mejor alguna voz interna procuró advertirles del cambio que se había estado cocinado a fuego lento.
“De pronto todo se ve del color que es y se ve cuarteado e irreversible, y hay negruras y pliegues y aquí va a ocurrir lo irremediable”, dice el narrador sobre uno de los personajes, quien se prepara para atender las bodas de oro de sus padres. Pero en días de Facebook, Twitter e Instagram, aquel susurro se opaca, como le sucede al eminente profesor de Filosofía Horacio Pizarro, personaje que actúa como detonante de toda la novela. Los susurros del refrigerador o los ruidos de la noche que lo perturbaban ya no lo hacen porque está concentrado en la defensa de su honra, en entender en qué momento se le vino encima un linchamiento social por haber dejado ir un ligero comentario en Facebook que a su amiga Gabriela Terán le resultó abiertamente machista.
Se abre así una dimensión de la novela que husmea en ámbitos poco explorados en la literatura. El incidente de Pizarro nos pone de manifiesto esa frontera, que alguna vez estuvo bien delimitada –después fue un poco más difusa, y ahora ni siquiera alcanza los niveles de la sutileza– entre lo real y lo virtual, entre esos que somos en nuestro entorno real y lo que somos en las redes. Al profesor Horacio Pizarro, preocupado por sus asuntos familiares u honduras filosóficas de índoles más nobles, le devino el linchamiento justamente por desconocer que ya no existe esa frontera. Escribió: “Las mujeres que tienen hijos son de lejos las más inteligentes”, y luego sobrevino la avalancha, la de él y la de la novela, porque a partir de ahí se desata una suerte de reacción en cadena, y varios personajes aparecen para mostrarnos todo tipo de aflicciones.
Silva Romero cree que el profesor Pizarro es víctima del linchamiento porque no entiende el mundo de las redes. “Cree que aún está hablándole a la gente que lo conoce, que le da el beneficio de la duda. Y no entiende que hoy más que nunca hay policías secretas en búsqueda de palabras que sean delitos. En efecto, él no ve diferencia entre lo virtual y lo real porque pertenece a otro modo de pensar o a una generación que no se esconde en lo virtual, sino que lo ve como una plataforma para ser la persona que se es. Y creo que cada vez es menos convincente eso de que uno puede tener un personaje virtual y no responder por él en la realidad. Hubo un momento, hace unos años, en que la gente podía decir ‘Yo soy un hijo de puta en las redes, pero una buena persona en la vida real’. La gente incluso jugaba a hacer ficción con su propia vida. Pero hoy es claro que las redes son la vida real, que uno es la persona que es afuera y adentro de las redes, y que tiene que responder por lo que dice ahí, por lo que es ahí”.
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Felicidad por selfie
Otra cosa que le impresiona a Silva Romero es cómo las personas, que por definición son misteriosas y se esconden detrás de máscaras, pueden convertirse en actores de esos a los que ya nadie les cree porque han promocionado más de la cuenta su intimidad: “Nos atraen las personas que queremos pero no podemos descifrar, y hoy hay muchos que borran las líneas entre lo público y lo privado con mucha facilidad. Por supuesto, en las redes puede seguir siendo la persona que es, contando lo que quiere y guardándose la intimidad que quiera guardarse, pero muchos viven la intimidad allí: en Instagram, en Twitter. Y tengo la sensación de que se sacrifica el misterio por algo que quizás tenga otro público, otro espectador”.
Magdalena Villa, la terapista de Pizarro, busca menguar sus dolencias musculares producto de sus congojas. El narrador la define muy bien cuando dice: “Magdalena Villa, treinta y seis años, capricornio, era una mujer optimista que odiaba perder el tiempo en la idea de la derrota: había aprendido muy pronto, en esos primeros semestres de universidad, a elegir la comedia por encima de la tragedia, la fe por encima de la incertidumbre”. Ella pertenece a otra generación, a una que suele exponerse demasiado, preguntándose que a lo mejor la vida de los demás es mucho más interesante simplemente por la felicidad “nivel selfies” que parece encumbrarse en tantos muros de Facebook. Entonces nos descubrimos presas de la obsesión de la validación, de cómo nos observan los demás. “Las redes auspician la megalomanía, devolviéndonos caprichos que habían quedado en la infancia. También se han convertido en tribunales de justicia que no necesitan pruebas, que pueden ser un canal muy peligroso para el pensamiento de manada, que pueden empobrecer las personalidades de quienes no pueden ser sin prevalecer y convertir en ángeles exterminadores y en protagonistas de novela a personas que de otro modo habrían podido seguir siendo gente dada a la generosidad. Quiero decir que las redes pueden exacerbarles a algunos el narcisismo y la megalomanía, y que entonces no son fáciles las relaciones con ellos. Hay quienes se quedan atrapados en una selfie. Hay quienes creen que están construyendo un personaje a partir de la persona que han sido, y no se dan cuenta de que ahora son la persona que son en las redes. Y relacionarse con ellos se vuelve someterse a ellos”, dice Silva Romero.
Al personaje de Magdalena también la doblegan las redes sociales: un like saca a la luz un viejo amor que en otros tiempos habría quedado sepultado bajo tierra. Ese gesto virtual le escupe el pasado de vuelta y la lleva a ser infiel. Un solo like los conecta de nuevo.
Cada quien lleva sus aflicciones a cuestas con el mayor decoro posible, parece anunciar a viva voz esta novela. La vida siempre ha transcurrido llevando a rastras todos sus lados chuecos, pero ahora los exhibimos en una gran vitrina en la que aún nos movemos con relativa soltura, pues de alguna manera no hemos sabido asimilar esta nueva noción del cautiverio. Resulta paradójico que antes, cuando no teníamos la posibilidad de alzar la voz ante los problemas nacionales que nos aquejaban, como no fuera en la sala de nuestras casas o en la mesa del bar en la que discutíamos con los amigos, nuestros raciocinios sociales o políticos tal vez fuesen más atinados. Ahora la tecnología ha dispuesto una tribuna que viraliza lo que le viene en gana. Nuestras propias opiniones, percepciones y posturas morales se ven empujadas por la fuerza arrolladora de la manada. De ahí que esta novela recree y destile también el abrumo de lo que sucedió en Colombia con el plebiscito, con personajes que hacen lo que pueden para enderezar sus pasos en un camino que de un momento a otro se tornó escarpado y pedregoso.
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Estamos inmersos en una época que ha logrado transformarnos, aglutinándonos alrededor de un único cerebro del que, a lo mejor, no somos más que neuronas, hipótesis que aventura una de las alumnas del ilustre Pizarro. En tiempos en que la fetidez de la política se nos cuela por puertas y ventanas en olas de indignación que nos llegan por la computadora o el teléfono móvil, a lo mejor no es esta una idea descabellada; amerita que pensadores dispongan su mirada acuciosa para comprender los nuevos códigos. El profesor Horacio Pizarro, obsesionado con la filosofía del lenguaje, a su modo logra revelarnos algo de este curioso misterio. Silva Romero también hizo lo suyo dándole vida a este personaje desde su propia tribuna, que no es otra que aplicarse con devoción y compromiso al oficio de escribir.
*Escritor. Su libro de cuentos Hay días en que estamos idos (2017) hoy es uno de los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez que entrega el ministerio de Cultura.