'Bolívar y Rodríguez' (de la serie 'Neo Prócer', 2018). Jesús Briceño. Fotografía digital.

Análisis

La diáspora como oportunidad: sobre la inmigración venezolana en Colombia

Lo más probable es que el éxodo venezolano no sea transitorio en ninguna de sus formas. Por eso, la manera como Colombia se acerque a ello determinará si se agravan los problemas nacionales y la situación de los inmigrantes, o si se logran soluciones que abran caminos.

Socorro Ramírez*
22 de octubre de 2018

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La destrucción de Venezuela es tal que el país, antes receptor beneficiado de la inmigración que huía de dictaduras y guerras, o atraída por la bonanza petrolera, se transformó en expulsor de más del 10 % de su población. Desde la Universidad Central de Venezuela, el Observatorio y la Voz de la Diáspora muestra, sin embargo, lo difícil que es cuantificar el éxodo: calcula que, hasta 2015, era de 1,6 millones, y a octubre de 2018, entre 3,9 y cuatro millones. La ONU habla de 2,3 millones en los dos últimos años. Consultores 21 mostró que, a finales de 2017, la huida ya alcanzaba cuatro millones.

Esa diáspora, que es una dolorosa evidencia de los efectos de un régimen cada vez más autoritario y corrupto que destruyó la economía y la institucionalidad venezolanas, ha sucedido en varias oleadas. En 2002, la confiscación de empresas y haciendas empujó a los empresarios venezolanos a emigrar. Luego vino el despido en la petrolera estatal PDVSA. En 2006, se incrementó la salida de profesionales; en 2010, de licenciados y técnicos. Con Maduro se ha masificado la salida forzosa de jóvenes y de fuerza laboral. Y dado que desde 2014 la mayor parte de aerolíneas han cerrado operaciones en Venezuela, se han encarecido los pasajes y el éxodo se enruta hacia los vecinos a pie o en bus.

Mientras tanto, el gobierno no acepta ayuda humanitaria y sus voceros le atribuyen cosas absurdas a la diáspora: que son desertores y traidores, que es una moda o un montaje mediático, que llevan dólares en los bolsillos y forman parte de una campaña contra el gobierno. Un vocero chavista dijo en la cumbre iberoamericana: “Quien no esté de acuerdo, que se largue”. Otro añadió que es un robo de cerebros impulsado por el imperio.

Maduro negó el éxodo ante la ONU, aunque pidió 500 millones de dólares a organismos internacionales para repatriar venezolanos. Su gobierno hace imposible el acceso de la población a cédulas, pasaportes o apostillamiento de documentos, incrementa su alto costo y hay que pagarlos en dólares o en petros, la criptomoneda oficial. Dentro de Venezuela, el porvenir y la esperanza quedaron reducidos a lo que se pueda conseguir con el “carnet de la patria”, mecanismo oficial de control.

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El mayor vecino, primer destino

De las crisis venezolanas, el país más afectado es Colombia, cuya frontera es la más extensa y llena de poblaciones comunes, interacciones sociales, ecosistemas compartidos y economías entrecruzadas. Solo existen cinco pasos limítrofes formales, pero hay centenares de trochas informales por desiertos, zonas conurbadas, ríos o selvas, controladas por la corrupción y los grupos armados.

La tragedia de la diáspora comienza precisamente en esa frontera, que en algunos sitios es un campo minado, en especial en Norte de Santander, por donde entra la mayor parte de venezolanos a Colombia. La Fundación Ideas para la Paz muestra cómo de La Guajira al Guainía hay al menos cinco grupos armados ilegales enfrentados en disputas sangrientas que les cobran a los migrantes, los reclutan como informantes y para el narcotráfico, el sicariato, el contrabando o la explotación sexual. Luego viene “la marcha de la infamia”, como la revista Semana llamó al padecimiento de quienes deben caminar desde Cúcuta hasta Bucaramanga: 195 kilómetros sin refugio alguno y a través del páramo. Vienen a pie por falta de recursos y porque la normatividad colombiana exige a los extranjeros pasaporte sellado para poder viajar en bus.

Entre más se profundiza las crisis, más se paraliza la institucionalidad binacional para la vecindad, y los gobiernos centrales solo se comunican por micrófono.

De drama a oportunidad

Sin haber sido un receptor significativo de inmigrantes –y más bien habiendo expulsado población en busca de oportunidades o de huida por el conflicto armado–, Colombia es ahora el principal destino del masivo éxodo desde Venezuela. Los colombianos retornan con familia binacional y, entre los venezolanos que llegan, los hay de tres tipos: los que entran a aprovisionarse de bienes y servicios de salud, medicinas, alimentos, educación, repuestos, etc. (El alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, se declaró conmovido porque vio en Cúcuta lo que no había visto en ninguna parte: que miles de personas pasan la frontera a tomar aunque sea una sola comida por día, y luego regresan a su país.) Los de un segundo tipo, que constituye la mayoría de inmigrantes, se quedan en Colombia, incluido el liderazgo opositor en el exilio. Y el tercer tipo es el de quienes siguen hacia otros países suramericanos.

El gobierno de Iván Duque avizora tres escenarios para los próximos tres años: si la situación se mantiene, Colombia albergaría 2.166.000 venezolanos; si mejora algo, serían 1.850.000; si se empeora, el número subiría a cuatro millones. Tales cifras retan la capacidad de respuesta nacional.

Sin embargo, lo más probable es que ninguna de las modalidades del éxodo sea transitoria. Por eso, la manera como Colombia se acerque a todas ellas determinará si se agravan los problemas nacionales y la situación de los inmigrantes, o si se logran soluciones que abran oportunidades.

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Para enfrentar problemas humanitarios urgentes y una inserción positiva es crucial diseñar estrategias de corto, mediano y largo plazo que atiendan los desafíos y posibilidades que abren los inmigrantes. Hasta ahora, en Colombia ha primado la apertura para acoger a los venezolanos o a los colombianos que retornan, pero los apoyos humanitarios no alcanzan para sobrevivir; menos aún son suficientes para su inclusión real, con derechos y habilidades. Hay una relación directa entre la superación de la mera sobrevivencia y la capacidad de asumir emprendimientos que generen ingresos legales y productivos, entre la no discriminación y la positiva integración multicultural que beneficie tanto a los inmigrantes como al país que los acoge.

El Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia (RAMV) y el Permiso Especial de Permanencia (PEP) les permite a los migrantes permanecer aquí, estudiar y emplearse. Es urgente promover entonces oportunidades de trabajo, vivienda y servicios, difundir esa información y facilitar trámites que dificultan la inserción en el mercado laboral formal e incitan a una vinculación irregular que atrapa a muchos en la delincuencia.

Lo que muestran, de hecho, las distintas olas del éxodo es que los venezolanos ya han dejado su impronta en Colombia en iniciativas empresariales y comerciales, o en espacios como las universidades. Desde ahí se expresa parte del liderazgo opositor en el exilio. Si los hijos de los inmigrantes venezolanos no quedan como apátridas en Colombia, en unos años serán población económicamente activa de relevo, pero eso depende de que se ayude a sus padres a superar la irregularidad, a entrar al mercado laboral formal, y a los niños al sistema educativo.

También es clave estimular la hospitalidad y evitar brotes de xenofobia que se producen cuando las soluciones no aparecen. Algunos sectores colombianos insinúan actitudes hostiles con los migrantes más pobres, que intentan sobrevivir en espacios públicos y compiten por ayudas, empleo escaso o rebusque informal de ingresos. Al mismo tiempo, se multiplican las iniciativas ciudadanas que mejoran la hospitalidad y convivencia con los inmigrantes. Esta es una ganancia cultural para Colombia.

*Doctorada en Ciencia Política. Ha sido, entre otras cosas, embajadora en misión en la Asamblea General de las Naciones Unidas, miembro de la Misión de Política Exterior de Colombia y profesora en numerosas universidades.

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