LAS FIESTAS DE SAN PACHO, EN QUIBDÓ
Los disfraces de Miamco
Miguel Ángel Mosquera Conto es el más hábil elaborador de disfraces y muñecos para las fiestas patronales de su ciudad. Heredó el oficio de su padre, pero él no podrá heredárselo a nadie. Un perfil.
Este artículo forma parte de la edición 157 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.
I
“A mí ya los años se me enredan”, dice Miamco con el rostro iluminado por una luz amarilla. Estamos en el antejardín de su casa, separados por una reja de una calle céntrica de Quibdó. “No le puedo decir fechas, pero le cuento cómo fue”. El sol que ha dado látigo toda la semana le da paso a una lluvia tenue. Empieza octubre y las Fiestas de San Pacho llegan a sus últimas horas.
Miamco –acrónimo de Miguel Ángel Mosquera Conto– es reconocido como el más hábil elaborador de disfraces para esta celebración. Los más jóvenes lo ven como un maestro, y la gente que se dedica a la confección de trajes y atuendos de comparsa asegura que en el Chocó nadie más tiene su mano. Él apenas admite: “Algo le aprendí a mi papá”.
Miamco vocaliza con paciencia y habla con musicalidad, como si la última sílaba de cada frase fuera el acorde de una tonada a veces alta y seca; a veces baja y estirada. Camina con el paso agotado de unas rodillas que sostienen ochenta años de vida, mientras sus manos de dedos gruesos y palmas embravecidas a martillo se anudan en el regazo. Una barba de tersura blanca le cubre el rostro y las orejas.
Las Fiestas de San Pacho ocurren cada año entre el 3 de septiembre y el 5 de octubre, y en 2012, la Unesco las reconoció como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Aunque tienen origen cristiano, hoy son una juntura sincrética de noches de fiesta enloquecida, misas mañaneras, desfiles estridentes bajo la canícula, sermones católicos y aires de folclor –contradanzas, bundes, mazurkas, porros y polkas–. En los bares no deja de sonar salsa, vallenato, reggaetón y champeta.
Su nombre institucional es Fiestas Patronales de San Francisco de Asís, y aunque su carácter es popular e incluyente, el desarrollo central de la juerga siempre está a cargo de los doce barrios fundacionales de Quibdó, también llamados “barrios franciscanos”: Tomás Pérez, Kennedy, Las Margaritas, Esmeralda, Cristo Rey, El Silencio, César Conto, Roma, Pandeyuca, Yesquita, Yesca Grande, Alameda Reyes.
Entre desfiles alicorados con chirimía y procesiones de biblia, el día en que se muestran los disfraces puede ser el momento más político de todo San Pacho, porque es la oportunidad de cuestionar comportamientos y usos populares que los raizales mismos consideran reprochables. Cada barrio planea su participación en torno a su disfraz, y trata que ese disfraz corresponda con el mensaje que los organizadores de las fiestas proponen cada año. En 2018 quisieron hacer homenaje a la “mujer chocoana”, y en 2017 exhortar al cuidado del medioambiente.
Se le llama disfraz a un ensamble de personajes y escenario que va sobre una carroza jalada por una camioneta o un furgón. Los personajes son representados por muñecos capaces de moverse y simular ciertas acciones, como si fuese una obra de teatro. “Si se trata de un personaje que se va a subir a un caballo –explica Miamco–, el movimiento debe ser el del muñeco subiendo una pierna, así no se suba del todo”. Un equipo de personas que va oculto dentro de la carroza dirige a cada muñeco con poleas y palancas, lo que emparenta a este ensamble con el teatro de marionetas. “El movimiento debe ser expresivo para que contribuya con la idea. El movimiento es un vehículo del mensaje”.
II
Miamco nació en 1939 en San Rafael de Neguá, corregimiento de Quibdó. Llegó a Quibdó con sus padres cuando tenía tres años. Su mamá se dedicaba a los quehaceres domésticos y su papá, a la escultura en madera, sobre todo de imágenes sacras. Se llamaba Miguel Ángel Mosquera Lozano y le decían “el Santero” por su habilidad para tallar cristos, santos y vírgenes. Había aprendido este oficio de su padre, Lorenzo Mosquera Meneses.
Desde muy niño, Miamco se le pegaba a su papá en el taller. Lo veía trabajar, le preguntaba cosas que no entendía y les iba cogiendo confianza a las herramientas. La primera que llegó a usar con sutileza fue la gubia, para desbastar los relieves de la escultura. Luego tomó los pinceles y empezó a experimentar con el color, las degradaciones y las sombras. “Yo tenía un pulso suave y a mi papá le gustaba el tono que yo lograba darles a las imágenes”.
A los diez años ya se enfundaba en un traje de colores que él mismo adornaba para colarse en los desfiles sanpacheros. Casi siempre encontraba lugar en la cola de la comparsa del barrio Pandeyuca, hasta que un día faltó alguien que debía situarse en la primera línea, que es la más vistosa porque va recibiendo al público durante el recorrido. Los líderes del barrio vieron que Miguelito, como le decían de niño, lucía el mejor atuendo. “Pásese pa’ delante”, le dijeron. Desde entonces no era raro que encabezara la comparsa de Pandeyuca.
Hizo su primer disfraz a los doce años, un rinoceronte cazado por un hombre semejante a Tarzán. El animal era un muñeco y el cazador, un vecino del barrio que se vistió como el héroe de la historieta: pantaloneta de cuero felino, lazo y cuchillo de monte. El prestigio del niño Miguel fue creciendo. Lo llamaban de otros barrios, y con los años pudo empezar a cobrar por su trabajo.
En aquel entonces, la organización de las fiestas premiaba al mejor disfraz. Miamco resultó ganador varias veces. Más adelante, los jurados elevaron la dificultad de calificación examinando cuatro elementos del ensamble. El canon de proporciones: que el muñeco conserve una escala regular en el tamaño de sus extremidades y cabeza; la expresión: que el gesto del rostro del muñeco sea coherente con la acción que está desarrollando; los movimientos naturales: que el muñeco se mueva lo menos robóticamente posible; y que el escenario destaque y realce a los personajes.
Hoy Miamco recuerda varios ensambles premiados que le granjearon la admiración de la gente. Uno fue “El Brujo”, la representación de un artista chocoano llamado Alfonso Córdoba Mosquera, al que le decían precisamente así, muerto hacía un tiempo. Por eso los vecinos del barrio Yescagrande quisieron homenajearlo. “La gente lloraba al verlo por lo parecido que me quedó al personaje real”. Mientras la carroza recorría el centro de la ciudad, el muñeco iba imitando los movimientos del baile y del canto del artista.
Otro fue “El vocero de mi pueblo”, un personaje que iba saludando en cada barrio apenas entraba la carroza. “Los movimientos eran tan naturales que muchos aseguraban que ahí adentro iba una persona. Y a mí me tocaba levantarle los pantalones para que la gente viera ese poco de fierros adentro”.
III
El método de Miamco empieza redondeando la idea en un boceto a mano alzada de formas muy gruesas y generales. Le sigue el diseño del ensamble que también es un boceto, pero que ya revela los detalles. Luego viene el dibujo a color y en perspectiva, lo que permite calcular el volumen siguiendo un modelo a escala. Continúa la proyección de movimiento, que es el paso en que Miamco identifica qué tipo de herramienta debe usar: poleas, winches, vielas, rodamientos. “Si es un movimiento de traslación, hay que usar rodamientos –dice–. Pero si es para darles vida a los ojos, es mejor usar tensores pendulares. Los winches no sirven para eso porque emplean más fuerza y pueden reventar la pieza”. Sigue armar el cuerpo del muñeco y un sondeo de la escenografía, que él mismo pinta. Después cose la ropa del disfraz, siempre cuidando la expresión final del personaje. “Todo lo que lleva el disfraz está programado. Aquí no vale decir: ‘Íbamos a hacer tal cosa y nos salió esto’. Eso no tiene presentación porque ya no se está cumpliendo con el compromiso”.
Por último, Miamco ensaya durante días los movimientos del ensamble: que el muñeco gire como él quiere, que la escenografía se mueva como él lo planeó, que todo el engranaje esté aceitado y ajustado. “Si en el diseño uno logra que el movimiento del muñeco sea suave, se disminuye el peso de las piezas, se baja la cantidad de fuerza y se hace más fácil el ajuste”.
Aunque todos reconocen que Miamco es el maestro, ya no es frecuente ver disfraces suyos en los desfiles sanpacheros. Dice que ahora los muchachos que le siguen en el oficio están trabajando a precios que él no podría aceptar. “Yo trabajo más caro. A mí me exigen más, quieren que el muñeco haga esto, haga lo otro. Como hay esa confianza en mí, yo cobro fuerte”. El ensamble que desarrolló para las fiestas de 2016 costó poco menos de nueve millones de pesos y le tomó tres meses de trabajo en compañía de dos asistentes entendidos. Era “La alegoría de la muerte”, una parca de guadaña y batola que decía “A todos me los llevo” mientras iba blandiendo guadañazos al aire.
Su situación económica no es la mejor. No aguanta hambre, pero cada vez es más escaso el trabajo. Cuando lo contratan, pinta vallas y avisos publicitarios, restaura piezas de arte sacro y de arte en general. Hubo épocas en que se desempeñó como topógrafo de la Gobernación del Chocó y de la Alcaldía de Quibdó. Con relativa frecuencia da clases en la universidad.
Su conocimiento artístico solo fue posible por herencia familiar y hoy Miamco tiene tres hijos universitarios que llevan vidas alejadas de este oficio. A veces, cuando han estado cerca de él, le dan una mano echando pintura de brocha gorda o alistando materiales. Su esposa, entre tanto, se ocupa de los asuntos del hogar y de hablar bien de él: “Es el mejor –dice–, en Quibdó todo el mundo lo sabe”.
“¿Le queda alguna inconformidad por el hecho de que ninguno de sus hijos haya querido continuar con su arte?”.
“No”, me dice en un tono despreocupado. “Hay que aceptar que los hijos eligen, y los míos eligieron otra cosa”.
Le puede interesar: ¿Cómo resiste al olvido la población del Pacífico?