Especiales Semana

Sonia Osorio

Rescató las danzas colombianas e internacionalizó las coreografías basadas en nuestras tradiciones.

Sandra Janer*
3 de diciembre de 2005

El día que al fin la pusimos en el suelo, en vez de caminar salió bailando”, solía comentar la abuela de Sonia Osorio como para que no quedaran dudas de que desde pequeña su nieta tenía el destino trazado. El arte corría por sus venas: su padre, Luis Enrique Osorio, fue uno de los precursores del teatro en Colombia, y su madre, Lucía de Saint Malo, tocaba el piano con gran destreza. Y aunque nació en Bogotá, pasó los primeros años de su infancia en Barranquilla en medio de su musical familia materna donde muchas veces su cuna fueron los brazos de una nana que la arrullaba mientras bailaba, y donde el tenue murmullo de las olas y los pregones de las vendedoras de “alegría con coco y anís” y de “bollo de mazorca” llenaron su vida de la magia del Caribe, que luego serviría de inspiración. Sonia siguió al pie de la letra aquel designio. A los dos años y medio hizo su debut y no pararía hasta convertirse en la primera coreógrafa que, como directora del Ballet Nacional de Colombia, que ya tiene 45 años, logró que las danzas típicas del país le dieran la vuelta al mundo y llegaran a lugares tan distantes como Rusia, Italia, Jordania, Israel y China, país donde, entre 25 grupos, obtuvo el más reciente de sus múltiples reconocimientos en el festival de danzas más importante de la región. Lo ha conseguido porque para ella el folclor no se detiene en el tiempo; es una tradición viva a la que ha contribuido con su creatividad de manera que en sus presentaciones las raíces ancestrales se fusionan con las técnicas modernas del ballet y el espectáculo, con vestuarios y escenografías deslumbrantes. Y es que toda la vida ha roto esquemas. Recuerda que de niña se aburría mucho en las misas de su colegio y no dejaba de moverse de un lado a otro, por lo que recibió muchos regaños. Por ello optó por quedarse estática, cerrar sus ojos e imaginar que el altar era un gran escenario, y las velas, reflectores que iluminaban las coreografías que inventaba. Años más tarde, éstas se harían realidad con el grupo de danzas que formó con las presas de la cárcel El Buen Pastor y con sus inolvidables presentaciones para el Carnaval de Barranquilla. Desde entonces le empezaron a llover invitaciones internacionales, pero como sus bailarines eran en su mayoría estudiantes o trabajadores, no siempre estaban disponibles, por lo que se le ocurrió crear el Ballet de Sonia Osorio para formar profesionales, muchos de los que hoy recuerdan con agradecimiento su estricta disciplina y furiosos gritos como “parecen muertos”, con los que los motivaba a dar lo mejor de sí. “Ese grupo pudo aceptar todos los compromisos en el exterior donde triunfábamos ampliamente, hasta que en 1972 el presidente Misael Pastrana le dio el nombre del país que tanto amo: Colombia”. Nombre que ha dejado en alto frente a espectadores de las más diversas nacionalidades, que gracias a su espectáculo han tenido la oportunidad de recorrer todos los rincones del país, desde La Guajira con la Chichamaya, hasta la Amazonia con la ceremonia de la Pelazón, pasando por el currulao, la cumbia, el bullerengue y el mapalé, entre otros ritmos autóctonos. A sus 81 años, Sonia conserva la costumbre de cerrar los ojos para crear. Y cada vez que lo hace, bailarines danzando al ritmo de las gaitas y las tamboras salen de su imaginación y cobran vida en un escenario en cualquier lugar del mundo.*Periodista de SEMANA

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