Antonina Canal en 1999 y, contra todo pronóstico, pues la danza árabe era aún un arte exótico, fundó su academia. “Quise traer la sabiduría de los Himalayas y del Sahara a los Andes”. / Foto: María Conchita Cortés. | Foto: Maria Conchita Cortes

Perfil

Antonina Canal, pionera de la danza árabe en Colombia, celebra 30 años de carrera

Antonina Canal celebra este año tres décadas dedicadas a la danza árabe, la sanación espiritual y la búsqueda del empoderamiento femenino en Colombia. SEMANA habló con ella.

17 de junio de 2023

Mucho antes de convertirse en pionera de la danza árabe en Colombia, Antonina Canal se había enamorado perdidamente de las artes plásticas y las letras. A nadie en su casa le extrañó, lo llevaba en la sangre: su abuelo, Gonzalo Canal Ramírez, fue autor de 39 libros, además de periodista, abogado y escritor, y tuvo una de las primeras imprentas en Colombia. Su padre, Gonzalo Canal, era un amante de la cultura.

Con ese legado a cuestas, Antonina llegó a Nueva York para estudiar ambas cosas: artes y literatura rusa. Tenía solo 20 años. Luego, como “una buscadora espiritual”, viajó a India para aprender de yoga, en una época en la que no estaba de moda y pocos entendían para qué servía aquello de meditar y reencontrarse con uno mismo.

“Hay gente que ama u odia a la India. Yo soy de las que la ama. Allá aprendí a no juzgar, es un lugar de contrastes, donde está la máxima riqueza y la máxima pobreza. Aprendes a ver más allá de lo superficial. Estuve un año, levantándome a las tres de la mañana y haciendo ayunos, conociendo de danzas mientras se cuentan historias. Eso me dejó un enamoramiento profundo por esa cultura”.

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Pasó a Egipto y también recorrió Turquía y Marruecos, países que le enseñaron “la sabiduría de la danza”. Fue allá, al otro lado del mundo, dice Antonina desde su academia Prem Shakti en Bogotá, “donde se despertó mi amor por la danza y donde me formé como terapeuta en varias disciplinas del ser”.

Es un martes de junio y acaba de dictar una de sus populares clases. A ella acuden desde niñas hasta abuelas. Anónimas y famosas. Mujeres de “todas las edades, razas, profesiones y caminos de vida”, cuenta esta sanadora holística, conferencista, bailarina, coach de vida y madre, que por estos días celebra 30 años de carrera.

Luego de su peregrinar por Oriente Medio, Antonina se estableció en Colombia. Era 1999 y, contra todo pronóstico, pues la danza árabe era aún un arte exótico, fundó su academia. “Quise traer la sabiduría de los Himalayas y del Sahara a los Andes”.

Entonces, se dio a la tarea de alfabetizar al país sobre esta danza, de la que ha sido cinco veces campeona mundial. “Mucha gente piensa que es solo un baile sensual, pero tiene una esencia terapéutica y espiritual fuerte; en el antiguo Egipto era un camino de iluminación. Y la danza árabe implica también un camino de chakras, esos centros energéticos que todos tenemos”.

Es eso lo que les enseña a los centenares de mujeres que cada año pasan por su academia: el baile, más que una expresión artística, es un estado de ánimo, una forma de empoderamiento femenino, de amor propio, de sanación, de liberación de estrés. “La danza es el camino más corto a la felicidad”, cuenta.

A los centenares de mujeres que cada año pasan por su academia: el baile, más que una expresión artística, es un estado de ánimo, una forma de empoderamiento femenino, de amor propio, de sanación, de liberación de estrés. “La danza es el camino más corto a la felicidad”, cuenta. | Foto: Maria Conchita Cortes

Junto con el baile ha implementado el sistema Prem Shakti, creado por la propia Antonina: un trabajo interno que no implica solo mover las caderas; también, alineación de chakras y sesiones de relajación. Y se complementa con un programa de formación académica en danza y conciencia, avalado por la Secretaría de Educación distrital.

Palabras para sanar

Con los años se hizo también una escritora consagrada, como el abuelo Gonzalo, pero de crecimiento y desarrollo humano: “Las palabras también pueden sanar. Me encanta una frase que dice: no hablemos si lo que vamos a decir no es más bello que el silencio”.

Ha publicado cuatro libros con Penguin Random House: El despertar de la diosa, una guía para empoderamiento femenino; Sí puedo y es fácil, sobre cómo vencer pensamientos limitantes; El tarot de las hadas y Tengo tiempo y dinero para todo, a fin de sanar la relación con el tiempo y el dinero.

El más reciente, Power, perrenque y wepajé (PPW), lo lanzó en la pasada Feria del Libro de Bogotá de la mano de la editorial Sin Fronteras, con la que ya había publicado La vida es una danza, Sano y delicioso, escrito a cuatro manos con su madre, Mónica Dávila, experta en fitness y health coach, y Agenda mujer amor propio.

Muchos de esos temas también los aborda en su pódcast, en el que Antonina habla, por ejemplo, de la dieta del perdón y la gratitud como pasos para alcanzar el amor propio. “Perdonar a todos: padres, parejas, exparejas, hijos. Y agradecer, lo que uno es, lo que ha logrado. A quienes te apoyaron y a quienes te hicieron daño, porque de todos aprendimos. Cuando logramos eso, aprendemos a poner límites, a comunicarnos, a conocer nuestros derechos”, asegura.

Ella misma dice ser su primera alumna. “El trabajo del perdón es todos los días. Pongo en práctica un sistema de perdonar 21 veces, 21 días. No es solo decir te perdono, sino hacer el ejercicio juicioso. Entender que no hay víctimas ni victimarios. Cuando dejamos de ser víctimas, nos empoderamos y les enseñamos a los hombres que merecemos respeto, porque nosotras fuimos las primeras en respetarnos”.

De hecho, Antonina fue víctima de violencia de género en su relación con el actor Marcelo Dos Santos. “A todas las mujeres nos ha pasado. A mí me pasó una única vez. Y lo importante es que nunca se repita más”, dice.

Con la misma sabiduría asumió la muerte de su esposo, víctima de un cáncer, cuando su hijo, Aswan, tenía solo 9 meses. “Todos nos vamos a enfrentar a la muerte de nuestros seres queridos. A mí me correspondió lactando, con un bebé de brazos. Fue un momento de profunda transformación y la inspiración de mi segundo libro, que ya lleva 12 ediciones. Allí enseño cómo convertir el dolor en danza. Siempre les digo a mis alumnas: si están tristes, bailen; si están felices, también. Cuando el cuerpo danza, el corazón brilla”.

En su caso, solo se permitió un año de luto. “Nunca vestí de negro. Al contrario, bailé más, usé colores. Celebré la vida, le rendí un homenaje profundo a mi esposo, un ser maravilloso. Eso me dejó el cuero curtido para acompañar a otras personas en procesos de duelo. Ahora tengo una pareja, y viví mi propio renacer”.

Para Antonina es necesario dejar atrás el pensamiento binario: luz, oscuridad; bueno, malo. “Todo se trata de valorar las experiencias de la vida para evolucionar”.