En 1982, ‘Blade Runner’, de Ridley Scott, hizo una gran reflexión sobre quién es más humano: el hombre o la máquina.

ESPECIAL DE TECNOLOGÍA

Imitando a la ciencia ficción

Algunas de las cosas tecnológicas que la ficción ha recreado ya son realidad y las que aún no, pronto lo serán.

Juan Pablo Quintero
26 de octubre de 2013

Si nos remitimos a la literatura de ciencia ficción de hace más de 30 años o a las películas futuristas de las décadas de 1980 y 1990, vivir en 2013 podría resultar decepcionante. No existe la tecnología para experimentar recuerdos ajenos como en la película Días extraños ambientada en el año 2000 y tampoco colapsó el mundo de las telecomunicaciones. 

Pasó 2001 y no hubo viajes interestelares como lo vaticinaron Arthur C. Clark y Stanley Kubrick y, a estas alturas, es poco probable que los carros vuelen en 2019 como lo ilustró Ridley Scott en Blade Runner. Y a fin de cuentas tampoco existen los robots que limpien la casa, ni convivimos entre cíborgs y las máquinas no se han alzado, todavía, en contra de la humanidad. 

La tecnología no avanza al ritmo que queremos pero sí por la vía que queremos; y algún día tendremos todo esto que buscamos, con todas sus consecuencias. A veces pareciera que la tecnología siguiera una lógica interna. 

Nos parece que la naturaleza del Walkman fue evolucionar y convertirse en Discman, y después en Ipod; que los formatos ópticos de almacenamiento de datos, como el Blu Ray Disc, evolucionaron necesariamente de los formatos analógicos de cinta magnética; y que la consola Atari de 4 bits, que para su tiempo ya era metonimia de videojuego, fue el origen evidente de las plataformas con unidades de procesamiento gráfico de 1,84 teraflops de esta generación. Pero no es así. 

Si bien existen limitaciones técnicas y mercantiles, las investigaciones en ciencia y tecnología se rigen, en buena medida, por parámetros culturales e imaginarios sobre el futuro, que tienen una influencia particular pues crean arquetipos. Actualmente podemos comunicarnos con la posibilidad de ver a nuestro interlocutor en tiempo real, dondequiera que se encuentre. 

No es una tecnología tan omnipresente como en Los Supersónicos, pero existe porque así lo imaginamos. Lo mismo pasa con los relojes que miden la tensión, las cocinas inteligentes, las impresoras de prototipos volumétricos, las luces que se prenden con aplausos, la clonación de seres vivos y la televisión en tercera dimensión; con suerte viviremos para ver proyecciones holográficas publicitarias de empanadas. Pero el impacto ha sido más sutil de lo que se tiende a sugerir: no nos levantamos de repente un día –por ejemplo cuando llegó internet a Colombia en 1995– y ya estábamos en el futuro. 

Las nuevas tecnologías se han acoplado progresiva y articuladamente a la vida cotidiana. Casi se podría pensar en ellas como prótesis de las personas. McLuhan ya había definido los medios de comunicación como extensiones de nuestro sistema nervioso. Basta con pensar en los celulares. Se convirtieron en el tiempo, la ubicación, los gustos, la identidad y hasta el acceso al mundo y el contacto con la realidad. Es fácil darse cuenta cómo la gente asiste a los conciertos o visita los museos a través del celular. Perderlo es como perder las gafas para ver: da miedo. 

Desde cerca de 1980, la corriente ciberpunk se ha encargado de ilustrar esta relación del hombre con la tecnología. Describe futuros próximos en los que es difícil distinguir quién es humano y quién no, en donde se ponen a prueba las relaciones sociales y los valores morales a través de la tecnología y en donde el lenguaje se reinventa a cada paso extrapolando la realidad. 

Fue de hecho el autor ciberpunk William Gibson quien popularizó el término ciberespacio usado como metáfora de internet. Desde esta perspectiva podemos entender cómo las nuevas tecnologías han cambiado nuestra forma de pensar la vida y la muerte, cómo han reconfigurado las categorías tradicionales de persona y cómo han puesto en tela de juicio lo que entendemos por humanidad.

Muchas de las decisiones más importantes en la vida se toman a partir de información entregada por máquinas ya que afectan nuestras concepciones más trascendentales. Una tomografía axial computarizada nos describe nuestro estado físico independientemente de lo que sintamos.

Asociamos inmediatamente el sonido rítmico del electrocardiograma con la vida y el ruido estéril y continuo de una línea, con la muerte. Desde otra perspectiva, la representación gráfica de la actividad cerebral nos dice si alguien está vivo o no, independientemente de lo que veamos. 

Más allá de lo palpable, una representación digital en tercera dimensión puede ayudar a una madre a saber cuándo hay un ser en su vientre. Cuándo comienza y cuándo termina la vida humana son preguntas que no siempre se han resuelto de la misma forma y los desarrollos tecnológicos, en lugar de ayudarnos a resolver estas cuestiones, cada vez las hacen más difíciles, con todos los cuestionamientos éticos, políticos y culturales que se derivan. 

El auge de los programas de realidad virtual durante la primera década del siglo XXI alimentó la discusión. Respaldados por una consolidada industria del entretenimiento, los mundos virtuales, como los videojuegos multijugador masivos en línea, revivieron ideas viejas sobre las categorías para definir a las personas. 

En estos espacios virtuales la identidad no se define a partir del cuerpo, del espacio geográfico, de la edad, la raza o el género. Acá se es quien se quiera ser y la interacción con otros depende de intereses comunes específicos. Se puede incluso ser muchas personas. Pero, ¿cómo saber que se está interactuando con un humano?

En 1950 Alan Turing propuso que si no se podía distinguir entre un ser un humano y una máquina, la máquina pensaba. Los desarrollos en inteligencia artificial también se han incorporado sutilmente en la vida. Los traductores en línea son cada vez más acertados en identificar regionalismos; la interfaz con los videojuegos de rol o de tipo sandbox cada vez parece más real y Siri lo regaña a uno por grosero. Probablemente en un futuro no muy lejano nos estaremos preguntando, como en Blade Runner, cuál es el estatus político de un programa de computador. 

Siendo más de la una de la mañana le pido a Siri, inconscientemente, que me levante mañana a las seis. Siri parece caer en cuenta del posible error y me pregunta si por “mañana” me refiero a “ahora en unas horas” o estoy hablando literalmente. Sé que no lo entiende, pero se comporta como si lo entendiera. ¿Es una persona?