COMPORTAMIENTO

Final, final, no va más

Con el último pitazo, muchos hinchas se sumergen en una depresión muy particular: el síndrome posmundial. Estos son sus síntomas.

8 de julio de 2006

Cuando el juez pita el final del partido, una melancolía extrema comienza a recorrer el cuerpo. Acaba de terminar la Copa del Mundo y los festejos, las celebraciones y los fuegos artificiales no hacen más que multiplicar por mil la inevitable sensación de vacío y melancolía. El hincha del fútbol, que durante un mes ha maldecido y se ha burlado de los comentaristas y locutores de la televisión, no logra evitar una lágrima de complicidad cuando estos despiden la transmisión y dicen que "nos vemos dentro de cuatro años". ¡Cuatro años sin oír a William Vinasco decir 'Anguí' por Henry!

A partir de ese momento comienza una búsqueda frenética de resúmenes de goles, de noticias relacionadas con jugadores, técnicos, cualquier detalle que recuerde el Mundial. El álbum lleno vuelve a adquirir un valor inapreciable. Se repasan una a una las páginas, y las caras recuerdan alguna jugada.

El hincha intenta, en vano, ocultar su pena sumergiéndose en eventos como Wimbledon, el Tour de Francia, la Copa Libertadores, pero todo es inútil.

El fanático con síndrome pos-Mundial descubre que los días sin partidos son eternos, carecen de sentido. Es un malestar que puede durar una semana, un mes, a veces más, eso depende del ADN de cada hincha.

El síndrome, sin embargo, comienza a presentarse cuando el Mundial llega a su fase decisiva. Esos dos días sin partido entre octavos de final y cuartos de final son un cruel llamado: el Mundial entra en su cuenta regresiva. Muchas veces esta melancolía coincide con la eliminación de uno o más equipos a los que les hacía fuerza o con los que simpatizaba, lo que lo lleva a asumir posiciones propias de un despechado: "Este Mundial está malísimo", o: "el Mundial se acabó para mí desde que sacaron a Brasil". No obstante, por dentro arrastra el dolor de que sólo quedan por jugarse ocho, cuatro, dos partidos.

En ese momento deja de decir que hay muchos equipos y muchos partidos en los mundiales porque comienza a añorar esas dos semanas largas con tres partidos diarios. Cuando termina el campeonato, el despechado daría lo que fuera por ver la repetición de Togo-Corea del Sur, de Ucrania-Suiza, de España-Arabia Saudita.

"El fútbol le llena a uno la agenda durante un mes -dice Santiago Venegas, un hincha furibundo-. Cuando te lo quitan es como si quedaras desempleado medio tiempo, o como si terminaras con la novia".

Para el siquiatra Carlos Molina, docente e investigador de la Universidad del Rosario, no hay duda de que el final de la Copa es un duelo. Esto sucede porque el vínculo que muchos construyen con el fútbol es tan grande, que cuando el campeonato termina les cuesta trabajo desprenderse de él. No es sólo ver los partidos. Es hacer el álbum, ver los programas dedicados al tema, hacer apuestas. Todo un ritual. Los mundiales marcan las vidas de las personas al punto de que muchos se refieren a momentos especiales de sus vidas con frases como "me operaron dos meses después de Italia 90". "Por eso es una pérdida", dice Molina, "y es intensa cuando existe identificación del hincha con un equipo". Si además está participando la selección del país, la identificación es aun más fuerte. "Es como un enamoramiento masivo que se vive con mucha fuerza", afirma.

El duelo, según el experto, se resuelve en un mes. Mientras tanto, el afectado por este mal busca conversación con sus iguales para evocar el gol de Maxi Rodríguez a México, ese penal que le robaron a Inglaterra contra Portugal, qué hubiera pasado si ese tiro de Schneider contra Italia hubiera sido gol...

"Con el tiempo empieza a llenar el vacío con otras actividades", dice Molina. Y luego se olvida el tema, pero sólo por un breve lapso, pues dos años después, cuando inician las eliminatorias para el siguiente campeonato, los hinchas empiezan a prepararse con todas sus fuerzas para una nueva cita histórica con el fútbol. n