El octavo conde de Carnarvon, George Herbert, y su esposa, lady Fiona, son hoy los dueños del castillo de Highclere, de 300 habitaciones. | Foto: afp

ESTILO DE VIDA

La historia real detrás del famoso castillo de la serie Downton Abbey

La historia real de ese aristocrático lugar es más emocionante que la de la famosa serie convertida ahora en largometraje. En efecto, un antepasado del dueño actual descubrió la tumba de Tutankamón.

5 de octubre de 2019

El castillo de Highclere, ubicado en Hampshire, Inglaterra, se ha popularizado gracias a Downton Abbey. Allá vivieron lord Grantham y su aristocrática familia durante seis temporadas de la serie, y ahora regresa con una película éxito de taquilla en el mundo. Pero muchos no saben que esa residencia de 300 habitaciones, construida en el siglo XIX por Charles Berry, el mismo que diseñó el Parlamento del Reino Unido, esconde tras sus muros historias mucho más apasionantes que las de los Crawley, la familia ficticia de la saga.

Ante los días calurosos y aburridos en El Cairo, lord Carnarvon comenzó a desarrollar un interés por la egiptología, que había tomado fuerza en esa época.

La propiedad, que data de 1679, ha pasado de generación en generación a los herederos del conde de Carnarvon. De ellos siete, el más interesante, sin duda, fue el quinto, George Edward Stanhope Molyneux Herbert, quien la habitó con su esposa, Almina, la hija ilegítima del magnate de la banca Alfred de Rothschild, entre finales del siglo XIX y principios del XX. 

Tras su matrimonio en 1895, al que Almina aportó una jugosa dote, la vida de la pareja transcurrió como la de los personajes de la historia de Julian Fellowes: entre eventos sociales, sesiones de cacería, cabalgatas por la extensa propiedad y el tradicional té a las cinco de la tarde. Pero todo cambió cuando George Edward sufrió en Alemania un accidente de automovilismo, uno de sus deportes favoritos. Aunque logró salir vivo, las secuelas lo dejaron débil y propenso a los virus; y como el clima de Inglaterra no ayudaba a su condición, decidió, a partir de 1903, pasar los inviernos en Egipto, entonces bajo protectorado de facto del Imperio británico.

Ante los días calurosos y aburridos en El Cairo, lord Carnarvon comenzó a desarrollar un interés por la egiptología, que había tomado fuerza en esa época. Su pasión por el antiguo Egipto lo llevó a mover sus influencias para lograr una concesión dentro del área de excavaciones. El imperio le asignó un terreno cerca a Sheik Abd el Qurna, que carecía de interés arqueológico, aunque mantendría al inexperto conde ocupado en su pasatiempo. Lord Carnarvon se mudó al lujoso hotel Winter Palace en Luxor para supervisar la expedición; después de seis semanas de trabajo solo logró sacar del terreno un ataúd de madera en forma de gato.

Su entusiasmo no cedió, y, por el contrario, le enseñó que necesitaba la ayuda de alguien más experto. Entre las recomendaciones que recibió estaba el nombre de Howard Carter, un académico inglés y reconocido egiptólogo que cayó como anillo al dedo. Carnarvon tenía el dinero necesario, y Carter, el conocimiento para lograr descubrimientos más interesantes.


Foto: Gracias al quinto lord Carnarvon (izquierda), el arqueólogo Howard Carter contó con el dinero y la influencia política para lograr su hazaña.

La sociedad dio frutos desde el comienzo. En la primera temporada extrajeron objetos de valor que los entusiasmaron. Con un grupo de 50 hombres, descubrieron tumbas privadas del Imperio Medio y del principio del Nuevo. Para febrero de 1915, el pasatiempo para el conde había producido descubrimientos de relativa importancia, en especial los templos perdidos de la reina Hatshepsut y de Ramsés IV.

En efecto, seis temporadas y 25.000 libras esterlinas después, Carter había logrado su sueño: encontrar la tumba del joven emperador, que apenas reinó durante diez años debido a su prematura y misteriosa muerte.

Pero el dúo iba por el premio gordo: la tumba de Tutankamón, que para Carter debía estar en el Valle de los Reyes, la necrópolis de los faraones del Imperio Nuevo. Para fortuna de ambos, Theodore Davis, un abogado experto en antigüedades, devolvió por esos días la concesión de ese lugar, pues la consideraba agotada. Al estallar la Gran Guerra, las cosas se complicaron en Egipto, pero aun así Carter y su mecenas tomaron la concesión abandonada.

A pesar del arduo trabajo solo encontraron piedra, lo que acabó con la paciencia del conde que ya empezaba a preocuparse con los costos de mantener una expedición sin el resultado previsto.

El aristócrata regresó a Highclere en 1921, desanimado y convencido de que, como decía Davis, el lugar ya no tenía interés arqueológico. Cuando Carter supo que su patrocinador había claudicado, fue a visitarlo al castillo para pedirle una última oportunidad. Para convencerlo le dijo que él mismo, de su propio bolsillo, patrocinaría la expedición y que repartiría el resultado entre los dos, pues el conde era el dueño de la concesión. Conmovido, lord Carnarvon aceptó e incluso financió esa nueva misión.

Sueños cumplidos

Carter sabía que enfrentaba su última oportunidad. En noviembre 4 de 1922, con el entusiasmo por el piso, comenzó a excavar un nuevo lugar muy cerca. En ese sitio descubrió 12 escalones que llevaban a un corredor, con una puerta al final que exhibía sellos en forma ovalada. Esa misma tarde, Carter, emocionado por el prometedor hallazgo, ordenó cerrar la excavación y enviarle un telegrama al aristócrata. Este, al escuchar la buena noticia, organizó viaje a Egipto con su hija, lady Evelyn.

Casi 20 días después, Carter y su equipo reanudaron las obras en presencia del conde. Destaparon de nuevo la escalera y limpiaron el corredor que descendía a la puerta. En este punto, Carter pensó que ya alguien había profanado en la antigüedad el lugar debido a unas marcas en el bloque de piedra que sellaba la entrada. Pero al abrir un hueco para mirar hacia adentro se dio cuenta de su error. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, “lentamente emergieron de la niebla animales extraños, estatuas y oro, por todos lados el destello del oro”, relató Carter.

En efecto, seis temporadas y 25.000 libras esterlinas después, Carter había logrado su sueño: encontrar la tumba del joven emperador, que apenas reinó durante diez años debido a su prematura y misteriosa muerte. Lord Carnarvon también alcanzó el suyo, pasar a la historia no como un aristócrata más, sino como uno de los gestores de un descubrimiento histórico que le dio la vuelta al mundo en su momento.


Foto: En el castillo hay un museo con réplicas de los objetos que Howard Carter encontró gracias al quinto lord Carnarvon. La tumba de Tutankamón está en el Valle de los Reyes, Egipto. 

Nunca antes había aparecido intacta la tumba de un faraón, lo que les permitió a los expertos conocer con más detalle la civilización egipcia. Pero lord Carnarvon no pudo gozar mucho de esa hazaña. El 28 de febrero, en Aswan, un mosquito infectado con malaria lo picó en una mejilla. Si bien a los dos días estaba en pie, pronto tuvo una recaída y contrajo neumonía. En abril 5, a los 57 años, lord Carnarvon falleció de septicemia en un hospital de El Cairo. El hecho de que en ese mismo instante, y a kilómetros de distancia, su perro también murió disparó el mito de la maldición de Tutankamón. Según esta, todos aquellos que ingresaran a la tumba serían severamente castigados.

A Carter le tomaría casi un año clasificar los más de 5.000 objetos recolectados en sus expediciones.

A Carter le tomaría casi un año clasificar los más de 5.000 objetos recolectados en sus expediciones. Como la viuda Carnarvon no estaba tan interesada en estas antigüedades, ofreció el botín al Museo Británico, tal y como señalaba el testamento de su difunto esposo. El director del museo, sin embargo, no logró tener el dinero listo en el momento acordado, ante lo cual la mujer lo vendió al Museo Metropolitano de Nueva York por 145.000 dólares. En 1924, la familia de lord Carnarvon perdió una demanda que declaró al Estado egipcio dueño de todos los objetos encontrados por él y Carter.

En 2007, el historiador Thomas Hoving denunció en su libro Tutankamón, la historia jamás contada que Howard Carter y su mecenas se quedaron con muchas piezas importantes. En efecto, en 1988 un mayordomo de la familia encontró un tesoro de por lo menos 300 objetos en el castillo, escondidos entre muros falsos y habitaciones selladas. Según Henry Herbert, entonces lord Carnarvon, nieto del egiptólogo, su padre los habría escondido luego de hacerle jurar a toda la familia no volver a hablar de Egipto para alejar la supuesta maldición de Tutankamón.

El Museo Metropolitano entregó voluntariamente al Museo de El Cairo en 2010, por lo menos, 19 piezas de su colección de Egipto. Entres estas había objetos provenientes del ajuar de Tutankamón hallado por Carter.

La realidad hoy

El octavo conde de Carnarvon y su esposa, lady Fiona, son desde 2001 los dueños de Highclere, que consta de 5.000 acres de jardines, cinco veces el Parque Central de Nueva York. La pareja, como muchos otros aristócratas británicos, carece de recursos para sostener su enorme mansión y el estilo de vida de 60 sirvientes que podía costear su antepasado. Por eso abrieron sus puertas al público para celebrar bodas, hacer visitas guiadas y servir de escenografía de películas y series.

Así buscan preservar esta joya arquitectónica del abandono. Con lo recaudado han podido recuperar los techos y algunos de los cuartos del fastuoso lugar, y hasta erigir un minimuseo en el sótano con la historia de su tatarabuelo, en el que exhiben réplicas de objetos egipcios que dan fe de esa gran aventura.