La letra con ciencia entra

Millones de niños inteligentes en el mundo no pueden leer a causa de la dislexia pero recientes estudios muestran que hay esperanzas.

27 de diciembre de 1999

Jason era un niño curioso y brillante que podía construir con su Lego elaboradas máquinas y recordar los códigos y la carga explosiva de aviones bombarderos. Pero cuando leía era un completo fracaso. Al iniciar la primaria lo

asignaron a una clase especial con niños retardados. Dos años más tarde aún no podía descifrar una frase escrita. Su madre estaba tan desanimada que decidió darse por vencida. Hasta que supo de Virginia Wise Berninger, una sicóloga de la Universidad de Washington que ha estudiado el fenómeno de la dislexia, un desorden que hace extremadamente difícil el aprendizaje de la lectura. Berninger examinó a Jason y lo invitó a su programa para niños disléxicos. Allí juegan, hacen experimentos, estudian biodiversidad y aprenden a leer palabras relacionadas con la ciencia que están estudiando. Berninger les explicó que sus cerebros no son defectuosos, sólo diferentes. Jason registró una gran mejoría durante el programa de verano de 1997 y ha mantenido su nivel. Nunca será un gran lector. Aún titubea ante nuevas palabras en un texto pero es un estudiante de honor en su clase de sexto grado y continúa asombrando a su madre con su creatividad.

Jason es uno de los afortunados. Sólo hasta hace poco la dislexia y otros problemas de lectura eran un misterio para la mayoría de educadores y padres. Como resultado, muchos niños pasaban por la escuela sin llegar a dominar una página impresa. A algunos los trataban como deficientes mentales y muchos se quedaron analfabetas sin poder desarrollar su potencial. Pero en los últimos años, dice la investigadora Sally Shaywitz, “ha habido una revolución en lo que hemos aprendido acerca de dislexia”. Los científicos como Shaywitz y Berninger están usando una variedad de técnicas de imagen para mirar cómo trabaja el cerebro. Sus experimentos han mostrado que los desórdenes de lectura son más el resultado de una falla en el cableado del cerebro y no pereza, estupidez o un ambiente familiar pobre. Tampoco hay evidencia convincente de que la dislexia sea hereditaria. Ahora se la considerada un problema crónico para algunos niños y no una ‘fase’. Los expertos también han descartado otro viejo estereotipo, y es que casi todos los disléxicos son niños. Los estudios indican que muchas niñas la padecen y no están recibiendo ayuda.

Al mismo tiempo los investigadores en educación han descubierto estrategias de enseñanza innovadoras y nuevos exámenes para detectar el problema antes de que sea demasiado tarde. Simultáneamente los educadores están tratando de enviar el mensaje a los padres para que estén alerta a las primeras señales de problemas potenciales.



La alegría de leer

Saber leer y escribir es una meta social relativamente nueva. Hace 100 años no se necesitaba ser buen lector para ganarse la vida. Pero en la era de la información nadie puede sobrevivir sin hacerlo bien y sin entender material escrito cada vez más complejo. Un 20 por ciento de la población tiene dificultades pero no todos ellos son disléxicos.

Este grupo tiene las mismas capacidades de otros niños. Y como sólo tiene dificultades con el lenguaje escrito, no con el habla, por muchos años los expertos pensaron que la dislexia era una enfermedad visual y le endosaron el problema a los oftalmólogos, quienes manejaron el asunto con letras más grandes. Eso no fue de ayuda porque los afectados pueden tener una visión tan buena como la de cualquiera. Hoy se sabe que el verdadero problema de ellos es su dificultad para separar las palabras en fonemas. Por ejemplo, en la palabra ‘gato’ hay cuatro fonemas: ‘g’, ‘a’, ‘t’ y ‘o’. La mayoría de las personas hace esta diferenciación pero los disléxicos sólo escuchan ‘gato’, un solo sonido. Como resultado, ellos no pueden hacer sonar cada letra, que es el primer paso en la lectura. Se traban en el comienzo porque no pueden hacer la conexión entre el símbolo y el sonido.

Mediante técnicas de imagen los investigadores tienen ahora una idea más clara de porqué sucede esto. Los escáneres han mostrado que cuando estos niños tratan de descifrar las palabras algunas áreas en la parte posterior del cerebro están poco activadas mientras que otras en el frente están trabajando más de la cuenta. Berninger y su colega Tod Richards realizaron un estudio en el cual escanearon cerebros de seis niños disléxicos y siete no disléxicos con tres oficios diferentes: determinar dos tonos musicales distintos, distinguir palabras reales habladas entre sonidos sin sentido y escoger sílabas que rimaran. La única diferencia que se encontró fue en la tarea del ritmo. Los disléxicos tuvieron un puntaje significativamente bajo y los escáner mostraron que la región del frente de sus cerebros estaba trabajando más. Esto sugiere que los disléxicos tienen que hacer un esfuerzo mucho más grande para analizar los patrones del sonido.

Shaywitz y su esposo, Bennet, están usando imágenes de resonancia magnética para seguir el recorrido de la sangre en el cerebro. Las áreas que reciben mayor flujo están más activas. El año pasado estos expertos reportaron a la Academia Nacional de Ciencia que habían visto un patrón similar de mayor actividad en la parte frontal del cerebro, un área que gobierna la producción de lenguaje. “Lo que creemos es que los disléxicos están tratando de encontrar otras vías para llegar al sonido de la palabra”, dice Shaywitz.



Duro aprendizaje

Gracias a la investigación en dislexia los científicos ahora tienen más conocimiento de cómo procesan el lenguaje escrito los humanos. Uno de los hallazgos es que aprender a leer no es un proceso natural como aprender a hablar. “La lengua es una habilidad biológica compleja”, dice Reid Lyon, jefe de Nichd, centro de la Universidad de Yale para el estudio de aprendizaje y atención. “Casi todos los humanos la adquieren en la misma manera. Primero balbucean, después usan palabras solas y luego van uniendo de dos en dos”. Los científicos estiman que la habilidad para usar el lenguaje data de al menos 100.000 años mientras que el lenguaje escrito tiene sólo 5.000. Debido a que el escrito es tan nuevo, aprenderlo no está en nuestros genes y es algo que debe ser enseñado.

¿Cuál método de lectura funciona mejor? La respuesta es mucho más complicada de lo que parece y entre los que proponen el método del lenguaje total y el de la fonética hay una guerra desde hace una década. En lo que todos están de acuerdo es en que la intervención temprana es esencial. Los investigadores sospechan que hay una ventana entre las edades de 5 a 7 años cuando las habilidades de lectura son fácilmente aprendidas. “Si están en riesgo podemos darles 30 minutos de intervención al día en el kínder”, dice Lyon. “Cuando los niños tengan 8 ó 9 les tomará al menos dos horas al día de educación especializada”. La clave es encontrar a tiempo a aquellos que corren riesgo. Un nuevo método de detección desarrollado por Barbara Foorman y sus colegas en la Universidad de Texas-Houston Medical School consiste en pedirles a los niños de kínder que den sonidos específicos de letras y de conjuntos de letras. A los niños que tienen problemas los llevan a exámenes más específicos.

En el futuro será posible detectar los problemas aún más temprano. Dos investigadores de la Universidad de Louisville, Victoria y Dennis Molfese, estudiaron las ondas cerebrales de niños pequeños y luego las compararon con las habilidades de lectura de ellos mismos cuando cumplieron 8 años. Encontraron que los niños que más tarde tuvieron problemas de lectura respondieron más lentamente a una serie de sílabas grabadas, quizás porque no estaban procesando sonidos eficientemente.

Algunos de los investigadores piensan que esta demora en la presentación del problema se correlaciona con otro predictor clave, que es la falta de una habilidad para pronunciar rápidamente los nombres de letras y números familiares. “Lo que está midiendo, dice Joseph Torgesen, un sicólogo de la Universidad de Florida, es cuán rápido un niño puede hacer una conexión entre un símbolo visual y su equivalente hablado”. Esa habilidad es esencial en la lectura. Marianne Wolf, directora del Centro de Investigación para Lectura y Lenguaje de Tufts University, cree que la diferenciación del sonido y la velocidad de nombrar palabras pueden ser causas separadas de dislexia.



Las nuevas

cartillas

Un programa que ha sido efectivo es el de Secuencia Fonética de Lindamood, o Lips, por su sigla en inglés. Este programa hace a los estudiantes identificar cómo se sienten los sonidos mientras se pronuncian. A las consonantes se les dan nombres de acuerdo con el movimiento de la boca. Con este sistema ellos pueden no distinguir los sonidos constitutivos en una palabra pero sí sentir sus bocas haciendo diferentes movimientos.

Al seleccionar un programa para los niños Shaywitz advierte a los padres y profesores que observen a aquellos que enfatizan en romper las palabras en sonidos, lo que los investigadores llaman conciencia de fonemas. “Los niños disléxicos necesitan ayuda intensa y específica en esta área” dice. El segundo ingrediente clave es aprender las letras que van con esos sonidos, un proceso que, para Lyon, “no es negociable... tiene que aprenderse”. El elemento final es la práctica constante, con historias interesantes que desarrollen fluidez, vocabulario y comprensión. Estos elementos son buenos en cualquier programa de lectura, la diferencia para los disléxicos está en la intensidad.

Los investigadores están usando esta información para revolucionar la manera como la lectura se aplica en los estudiantes. El mayor obstáculo es que muchos profesores no tienen el entrenamiento en estas técnicas. Por eso parte del peso seguirá recayendo en los padres. Hay mucho por hacer antes de que lleguen al colegio. Y cuando los niños empiezan preescolar los padres deben estar alerta. Susan Hall, presidenta de la International Dyslexia Association y coautora de Straight talk about reading empezó en este camino hace cinco años cuando su hijo Brandon estaba en primer grado. Ella notó que no podía leer como los demás. En la clínica Lindamood, en California, hizo un notorio desarrollo. Pero la clave fue haberle dado lo que más necesitan muchos niños disléxicos: apoyo emocional. “Es muy difícil pero hemos logrado hacer el proceso un poco más fácil”, dice Hall.