MAMA GALLINA

Las madres japonesas son esclavas de la educación de sus hijos.

24 de agosto de 1987

Si hace algunos años Japón se asociaba al desastre de la bomba atómica, hoy esa asociación ha cambiado diametralmente de signo. Es el país de un milagro económico nunca antes registrado, el país ya no sólo de las geishas, sino de los billonarios, la eficiencia, la productividad y de toda clase de superlativos.
Precisamente en ese país de superlativos, detrás de cada niño con calificaciones muy altas, se esconde una mamá que hace esfuerzos sobrehumanos para que su hijo logre la excelencia que le exige, cada día más, el sistema educativo más competitivo del mundo.
Un caso ilustra el tema. Hirosama Itoh, un pequeño de apenas dos años, se prepara para dar uno de los más importantes pasos de su vida: el examen para ingresar al primer grado. Ya ha aprendido a marchar alrededor del salón de clase al ritmo de un piano, siguiendo una cinta verde pegada al piso y eludiendo las cintas roja, azul y amarilla que conducen en diferentes direcciones. Con los otros compañeros de clase, Hirosama debe desarrollar la mayor cantidad de habilidades y destrezas posibles, si aspira a ingresar a uno de los más prestigiosos colegios privados de Tokio.
En otra parte, Naoko Masuo, 13 años, regresa del colegio y se dispone a realizar sus tareas. Está en séptimo grado. "Lo logré", dice sonriendo. Durante tres años, Naoko ha estado sometida a un intensisimo horario de trabajo: del colegio a la casa a estudiar un rato, para luego salir corriendo al juku, o escuela de intensificación, tres horas diarias, tres días a la semana. Su meta era pasar de la escuela pública, donde ha estudiado los primeros siete años, a un buen colegio privado. Y lo ha logrado después de pasar un difícil examen de admisión.
Hirosama y Naoko, como miles de niños japoneses, están en el camino del éxito, cada uno tratando de pasar las pruebas para entrar a buenos colegios y obtener buenos empleos que marcarán el final de una carrera bien corrida. Para llegar a la meta, esos niños han contado con la guía, la asesoría, el estimulo y el entrenamiento de sus madres, que han tenido la mira puesta en el objetivo desde que nacen sus hijos.

TRAS BAMBALINAS
No cabe duda de que, detrás de cada alumno japonés con altísimas calificaciones (figuran entre los estudiantes de más alto rendimiento en el mundo), hay una madre que soporta y apoya, agresiva y competitiva, completamente comprometida con la educación de su prole. Estudia para ayudar a sus hijos con las tareas, pero también los satura con clases extras, paga tutores y trabaja medio tiempo para poder pagar el juku. Está tan aceptado este rol en el Japón, que se ha acuñado el término mamájuku o madre educativa. Sin embargo, se muestran modestas frente a su papel: "Hacemas lo mejor que podemos", dicen tímidamente. Pero esé "mejor" es un montón. Porque para las madres japonesas la maternidad es una profesión que exige mucho y que tiene en la educación de los hijos su responsabilidad número uno.
La implacable competitividad que se apoderó del Japón de las posguerra ha hecho de la maternidad un trabajo más duro que nunca. Y mientras hay críticos que rechazan la idea de la mamá-gallina eternamente empujando, hay otros que sostienen que una buena proporción del reconocimiento que merece el Japón por el milagro económico logrado, debe rendírsele a sus pies. Mucho del sentido del compromiso personal de una madre está ligado a los logros educativos de sus hijos y ella dedica gran parte de sus esfuerzos a ayudarlos. Además, hay una considerable presión social sobre la madre, porque la comunidad hace reposar gran parte del éxito de una mujer en lo bien que se desempeñen sus hijos en el colegio.
Por eso no resulta exótico saber que las madres japonesas son las últimas en acostarse y las primeras en levantarse. No se van a la cama hasta que el último de sus hijos haya terminado las tareas. Son las primeras en levantarse no sólo para preparar el desayuno de la familia, sino para empacar la lonchera de sus hijos. Una lonchera que no es como las típicas gringas, llenas de papas fritas, besitos o chitos, chocolates y galletas, sino toda una obra de arte que incluye pollo frito, huevos duros, arroz, raíces de loto, hojas de menta, tomates, zanahorias, ensalada de frutas y chuletas. Nada de sánduches o junk food en las loncheras de los japonesitos. Todo nutritivamente balanceado y artísticamente empacado.
Pero las madres japonesas, como pudiera pensarse, no se la pasan en la cocina. Nunca se pierden una reunión de padres de familia, conocen bien a todos los profesores, escogen cuidadosamente el colegio y el juku para sus hijos, pasan horas acompañándolos en sus múltiples actividades y clases. Inclusive algunas veces son ellas mismas las que instan a sus hijos a ir al juku aunque eso implique más gastos y horas extras de trabajo escolar.
Estos vínculos entre madre e hijo son sólo una pequeña parte de la fuerte relación social que une a los miembros de una familia y les crea relaciones de interdependencia. Alimentar esta relación es el principal papel de la madre japonesa. A ella sí que le cabe la frase de ser el pilar de la familia y de la sociedad.
En el Japón es muy raro que a un niño se le deje solo o en compañía de extraños como las baby-sitters, duerme con los padres, es orientado con afectuosa permisividad, y aprende a través de sutiles claves sobre lo que se espera y no se espera de él. Para muchos es difícil entender tan estrecha relación entre madre e hijo. Inclusive resulta sorprendente saber que hay muchas madres japonesas que duermen en un cuarto con sus hijos y no con sus esposos.
La relación de dependencia y obligación fomentada en los niños por la madre, se extiende a toda la familia, al colegio, la compañía y el país, y es la esencia de la sociedad japonesa. Esta actitud es, precisamente, la que da a las madres juku tan elevado valor social, y la que las hace sentirse tan orgullosas de su papel, aunque no lo admitan. Su meta es clara: éxito en los exámenes de admisión de sus hijos, buen colegio, buena universidad y buen trabajo. Para las niñas la meta tiene un giro: buenos colegios llevan a buenos esposos.
El infierno de los exámenes no termina con la universidad. Las compañías y las dependencias oficiales utilizan tests altamente competitivos para aplicar a posibles empleados, lo cual aumenta aún más la presión. La competencia en todos los niveles ha generado el boom del juku, que se ha convertido en una industria que genera cinco mil millones de dólares al año, pues proliferan cada día más los cursos de actualización, los tutores y las clases especializadas. En los últimos 10 años se han duplicado los niños que asisten al juku: actualmente más del 16% de los niños de primaria y 45% de los de bachillerato.
Asistir a juku puede costar cerca de 50 mil pesos mensuales. Existen cerca de 36 mil jukus en el Japón que compiten unos con otros y fácilmente en Tokio se hacen cerca de 20 mil pruebas cada domingo. Algunos de los más famosos colegios de intensificación tienen sus propias pruebas de admisión, y el sistema se ha extendido e impuesto tanto que resulta poco probable que un estudiante con sólo lo que aprende en la escuela pública, pueda aprobar un examen para pasar al bachillerato o a la universidad. Los exámenes de admisión son muy dificiles. Por eso en las tardes, y los sábados y domingos, las estaciones del metro se llenan de miles de estudiantes que asisten a los juku, ubicados a lo largo y ancho de las ciudades niponas. Todo un sistema paralelo de educación.
Algunas veces, inclusive, los niños son incorporados al sistema cuando escasamente empiezan a dar sus primeros pasos o cuando aún usan pañales. "El futuro de un niño comienza en la concepción", dice una madre japonesa, para ilustrar la situación.

Todo este boom y la excesiva competitividad que implica, han empezado a encontrar sus críticos que cuestionan la elevada presión que genera el sistema. Se habla de la niñez perdida, de niños que nunca tienen la oportunidad de jugar, de estudiantes que "tragan hechos" para pasar los exámenes, y de la producción de alumnos que memorizan las respuestas, pero que no pueden crear ideas. Se menciona la crueldad de niños que sienten satisfacción cuando sus compañeros de clase se rajan, del aumento de la delincuencia y de la elevada incidencia del juego en los colegios. Muchas madres figuran entre los más severos críticos del sistema. No en vano soportan mucha parte del peso y son testigos de los efectos de la prisión sobre sus hijos. Recientemente esas madres encontraron un aliado en el primer ministro Yasuhiro Nakasone, cuyo gobierno ha estado buscando la forma de "despresurizar" el sistema educativo. Sin embargo, muchos dudan de que sus esfuerzos tengan algún efecto en una sociedad dedicada al trabajo duro y a la competencia, y donde la educación extracurricular, además, se há convertido en próspero negocio.
Pero, en términos generales, la competencia ha sido muy rentable. En matemáticas y ciencia, los niños japoneses superan a los del resto del mundo. Empiezan a hacer largas divisiones antes que los norteamericanos, estudian más años una lengua extranjera, aprenden química más pronto y están llenos de datos acerca de historia, geografía, fórmulas científicas y otros aspectos de la información. Pero los logros no paran ahí. Un sorprendente 94% de la juventud nipona hace bachillerato. Cerca del 90% se gradúa y terminan bien calificados para ingresar en el mercado del trabajo Pero en el nivel universitario, las cosas cambian de signo: solamente el 29% de los japoneses que terminan bachillerato van a la universidad (en Estados Unidos el porcentaje es del 58%). Es en el nivel más alto donde la educación en el Japón se considera inferior a la de Estados Unidos. Tanto es así, que los cuatro años de universidad se consideran como "cuatro años de vacaciones", eso si muy bien ganadas.
Entre los japoneses que comienzan a combatir el sistema esta el creciente número de personas que ha vivido en el exterior. Muy simple, quieren que sus hijos tengan más tiempo para jugar, quieren que aprendan más y memoricen menos, que sean más creativos y más independientes. Los críticos sostienen que las familias pequeñas, las casas pequeñas y las comodidades modernas han conducido a que se mantenga a los niños indefinidamente como bebés y a que las madres se estanquen en una edad en qué las mujeres podrían tener más libertad. Una japonesa que ha vivido durante años en Nueva York afirma que se opone a la madrejuku y al sistema de educación japonés y sostiene que "no creo que a las mujeres les guste ese papel. Es la competencia la que las empuja a eso". De regreso al Japón, tiene a sus dos hijos adolescentes estudiando en un colegio y no asisten a juku. A ambos hasta ahora les va bien. Muchas madres aprecian el valor que eso significa. La pregunta que se hacen es: "¿ Qué pasa si falla?".