Ciencia
¿Por qué algunas personas siguen creyendo que las vacunas no funcionan?
A pesar de que la ciencia ha comprobado su efectividad, los movimientos antivacunas siguen creciendo en el mundo. SEMANA conversó con Angus Thomson, un biólogo molecular que lleva décadas investigando sobre el tema.
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En los últimos años los movimientos antivacunas en el mundo han crecido tanto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) los incluyó como una de las principales amenazas para la población mundial en 2019. Las cifras de la misma institución demuestran que enfermedades próximas a la erradicación, como el sarampión, han crecido hasta el 30 por ciento en países en los que apenas había casos.
Las razones por las que las personas eligen no vacunarse son complejas. Pero según Angus Thomson, un biólogo molecular que lleva décadas investigando el tema, están lejos de tener sustento científico. La razón principal es la falta de confianza y en la mayoría de casos esta crece a partir de desinformación malintencionada.
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Una de las principales preocupaciones sobre el tema es que estos grupos reviertan el progreso realizado en la lucha contra las enfermedades prevenibles. Actualmente, las vacunas previenen entre 2 y 3 millones de muertes por año, y podrían evitar hasta 1,5 millones más si se mejorara la cobertura mundial.Hace poco Thomson visitó Colombia para evaluar qué efecto tiene la comunidad médica al momento de mantener los niveles de vacunación. En esta entrevista con SEMANA, explica por qué es fundamental que tanto la sociedad y los gobiernos restablezcan la confianza en las vacunas.
SEMANA: ¿Cuáles son las razones por las que las personas deciden vacunarse o no?
Angus Thomson: Esta decisión no está mediada por una perspectiva científica, sino comportamental. La ciencia ya ha hecho lo que tiene que hacer con relación a las vacunas. Su desarrollo, investigación y pruebas. Yo soy biólogo molecular y estudio los virus que usamos en las vacunas. Y si algo he podido comprobar es que los virus son mucho más fáciles de entender que los humanos (risas). Para responder qué lleva a las personas a no vacunarse hemos tenido que entender la influencia interna de las personas: sus emociones, sentimientos y creencias. Encontramos que hay factores comunes y otros específicos en cada país. Estos están enfocados en los sentimientos de confianza, riesgo y los profundos valores de crianza de un individuo o sociedad.
SEMANA: ¿Cómo funciona esa confianza?
A.T.: Las personas tienen confianza en las vacunas en sí, en quien las produce, en quien provee el servicio, en el doctor, la enfermera. Esa confianza está construida en varias etapas. Pero en los estudios nos hemos dado cuenta que los actores fundamentales son el médico general o la familia. Si ellos brindan información confiable y clara, hay una gran probabilidad de que las personas lo hagan. Pero si están en entornos donde las personas reciben poca información o en contra, es muy posible que las rechacen.
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Foto: Angus Thomson / SEMANA.
SEMANA: ¿En qué países se realizó el estudio y cuáles fueron los hallazgos más relevantes?
A.T.: El estudio fue hecho en 20 países, incluyendo a México y Colombia. Investigamos sobre los índices de vacunación en adultos, porque los niños usualmente no toman las decisiones respecto a esto. Un hallazgo interesante es que la gran mayoría no toma un decisión informada respecto a la vacunación. Simplemente lo hacen o no lo hacen. Vacunarse ya hace parte de una normativa social. Por ejemplo, países como México y Colombia tienen niveles muy altos de vacunación comparados con países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia, donde vivo. La gente no piensa mucho si vacunarse o no es bueno, lo hacen porque es lo que hay que hacer.
SEMANA: Si en la mayoría de países es casi una norma vacunarse ¿por qué han crecido tanto los movimientos antivacunas?
A.T.: Para mí no hay grandes movimientos antivacunas sino pequeños grupos en contra. Cuando se habla de movimientos hacemos referencia a una gran organización en contra de algo en específico y aquí no ha sucedido todavía. Pero su visibilidad reciente tiene que ver con que han entendido que la comunicación debe ir enfocada a la emoción. Los movimientos antivacunas no apelan al lado racional de las personas, sino al sentimental y emotivo. Muestran sus ideas a través de historias personales. Por ejemplo, la de un padre cuyo bebé se enfermó después de una vacuna y está completamente seguro de que la vacuna es la responsable. Este tipo de historias se vuelven poderosas porque tocan las fibras sensibles de todos. La comunidad científica ha empezado a batallar con estas historias a partir de hechos, sin embargo, es una guerra bastante desigual porque apelan al lado sentimental y eso está fuera de nuestro raciocinio.
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SEMANA: ¿Cómo entender que las personas están dispuestas a enfermarse o incluso a morir simplemente porque alguien envía un mensaje o una historia emotiva?
A.T.: Aunque parezca absurdo está demostrado que una persona que cree en una teoría conspirativa, lo más probable es que crea en otra, en otra y en otra. Y estas historias sobre las vacunas siempre las venden como una conspiración del gobierno o el sector salud. Otro argumento que influye es el mensaje de “natural versus artificial” en el que muestran a las vacunas como llenas de toxinas, antinaturales, y por lo tanto, no es sano permitir que algo artificial entre al cuerpo. Finalmente, está la elección individual. Muchos padres toman la decisión de no vacunar a los hijos como un grito de individualismo en contra de lo que ya está establecido. Al final, la motivación general tiene que ver con una visión antigubernamental. Se quiere expresar un descontento por el gobierno.
SEMANA: ¿Qué papel cree que han jugado las redes sociales en esto?
A.T.: Algunos dicen que las redes sociales han propiciado el crecimiento de los antivacunas. Y aunque puede ser, porque hoy hay muchos más medios, creo que tiene más que ver con que estas personas aprovechan el momento justo en que un grupo pierde la confianza en sus instituciones. Hay dos o tres ejemplos en el que los problemas con las vacunas han estado precedidos por una pérdida de confianza en las autoridades. Una es la crisis de la triple viral en el Reino Unido cuando un doctor (que ya perdió su licencia) la vinculó con el autismo. Aunque no es cierto, hoy la gente lo sigue creyendo. Pero todo empezó con el mal manejo que le dio el Gobierno a la crisis de la encefalopatía espongiforme bovina (EEB), comúnmente conocida como enfermedad de las vacas locas. Casos similares han sucedido con la vacuna del polio en Nigeria y la de la fiebre amarilla en Brasil.
SEMANA: Pero ¿cuál es la motivación de estas personas?
A.T.: Las razones son tres: políticas, financieras y sociales. En el caso del Reino Unido, la investigación de un periodista demostró que la persona que lideraba el movimiento esencialmente estaba recibiendo dinero por parte de personas que tenían otra vacuna. Sobre el al factor social, muchas veces se hace para desestabilizar las democracias. Un estudio que salió hace unos meses analizó cientos de trinos relacionados con las vacunas e identificó que una gran proporción venían de bots o trolls. Casualmente de las mismas compañías rusas que han manipulado las elecciones en Reino Unido. Creo que en general gastamos mucho tiempo hablando del contenido de la desinformación, pero poco nos preguntamos de dónde viene y por qué ha sido creada y eso es importante.
SEMANA: En un escenario pesimista, ¿cuál sería el gran peligro de los movimientos antivacunas?
A.T.: La gente debe entender que las vacunas protegen a los individuos pero también a las comunidades. Cuando alguien se vacuna también protege a poblaciones vulnerables como niños, ancianos o personas inmunodeprimidas o con cáncer que no se pueden vacunar. Su eficacia en realidad depende de cuántas personas están vacunadas. En el caso del sarampión que es muy contagioso, necesitamos que al menos 95 por ciento de las personas estén vacunadas o de lo contrario siempre va existir un gran riesgo. La vacuna del polio, por ejemplo, ha sido un éxito increíble. Si no fuera por esta vacuna, cada año habrían al menos 6 millones de personas sin caminar, bailar o jugar fútbol. El riesgo de que vuelvan a convertirse en epidemias fatales es real y es importante hacer énfasis en algo: los programas de vacunación son vulnerables. Si no se está revisando cada tanto el nivel de confianza de la gente en las vacunas, todo se viene al piso. Las enfermedades como el polio, la difteria, el sarampión, siempre han existido y van a existir. El éxito de su poca incidencia depende totalmente del esfuerzo de los gobiernos y las personas por hacerles un control con las vacunas.
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SEMANA: En Colombia se ha especulado si las recientes olas de migración de venezolanos podrían afectar en la propagación de enfermedades. ¿Qué tan real es este riesgo?
A.T.: Es una pregunta interesante porque el caso de Venezuela no tiene nada que ver con un problema de confianza. Lo que sucede es que la mayoría de los migrantes que entran al país no están vacunados y además ingresan por regiones remotas y apartadas donde hay poco acceso a la vacunación. Eso hace que haya un mayor riesgo. Pero mi consejo es llevar programas de vacunación a esas zonas y poner en marcha planes de comunicación directos con las personas. La información debe ser demasiada, clara y llegar a todos los niveles. O sino puede ocurrir lo mismo que en Brasil, con el aumento de la fiebre amarilla.
SEMANA: ¿Qué pasó allí?
A.T.: Cuando el virus llegó a las grandes ciudades, el plan del gobierno era vacunar a 23 millones de personas. Incluso los líderes de las favelas estaban a favor de la vacunación pero empezó un caso particular de desinformación. A través de redes de confianza, como WhatsApp, se empezó a decir que no eran seguras, que contenían mercurio. Además, comenzaron a circular videos muy profesionales donde "expertos" incitaban a la gente a no vacunarse. A esto se sumó que el ministro de salud salió a decir que era esencial diluir el contenido de las vacunas para garantizar el número de cubrimiento. Las personas pensaron que era débil, que estaba diluida y que no los iba a proteger. Es importante este ejemplo porque en Brasil la gente sabía en qué consistía la enfermedad, han visto los efectos, saben los rápido que se expande, y sin embargo, no les importó. El impacto de la desinformación fue completamente negativo. La gente aún hoy no se está vacunando. A febrero o marzo de 2018, sólo 5 millones de los 23 que esperaban se han vacunado. Esto sirve como lección para Colombia y otros países sobre cómo la respuesta gubernamental tiene que ser efectiva en todos los medios, sobre todo en los de confianza.
SEMANA: ¿Las vacunas son 100 por ciento efectivas?
A.T.: No. Nada es 100 por ciento efectivo. Los virus y bacterias de los que nos protegen las vacunas llevan más de cientos de miles de años en la Tierra así que no pueden ser solo eliminados. Pero sí tienen diferentes niveles de eficacia. Por ejemplo, las vacunas del sarampión o la fiebre amarilla, tienen una efectividad altísima. Hay otras, como las de la influenza, que tienen que actualizarse cada tanto porque el virus va evolucionando según el ambiente. La respuesta correcta es: mientras más personas estén vacunadas más efectiva va a ser porque limita el rango de efectividad del virus o la bacteria. Ahora, las vacunas tienen otros beneficios: una persona vacunada contra la influenza puede desarrollarla pero no de manera tan seria. Al mismo tiempo reduce otros riesgos como ataques al corazón pues está demostrado que aquellos que sufren de influenza tienen más riesgos de sufrirlo. Las vacunas son como un cinturón de seguridad: no tienen una eficacia del 100 por ciento, pero están allí para protegernos.
SEMANA: ¿Cuál es el gran desafío en el campo de la vacunación o la vacuna más esperada a futuro?
A.T.: Es una pregunta difícil porque ya se han desarrollado vacunas para las enfermedades más fáciles de tratar y las que quedan son las más complejas. Para mí, más que el desarrollo de vacunas nuevas, el desafío será cómo usar más efectivamente las que ya existen. Por ejemplo la vacuna del papiloma humano (VPH), ha tenido resultados significativos en países como Australia, pero aún hay muchos que lo rechazan. También hay expectativa con relación a la vacuna de la tuberculosis, una mejor vacuna contra la malaria y contra el dengue. Son vacunas que hoy presentan dificultades en su efectividad. La ciencia también está desarrollando las vacunas de ARN. Son más fáciles de producir, más estables, pero queda camino por delante.