biologÍA

Oro verde

El premio Medio Ambiente de la Fundación Alejandro Ángel Escobar exalta un libro que enseña a conocer y proteger los loros de Colombia.

12 de septiembre de 2004

El sábado 15 de septiembre de 2001 Jorge Ignacio Hernández viajaba en una embarcación con un grupo de biólogos por El Corchal, un santuario de fauna y flora ubicado en San Onofre, Sucre. Ellos le habían pedido que conociera este bosque de árboles de corcho con zonas de manglares para que él ayudara a que se decretara como reserva natural. 'El Mono', lo conocía la gente, era una de las autoridades en biología en el mundo y había sido el gestor de la idea de crear los parques nacionales naturales en el país. En ese escenario, enmarcado por los árboles de corcho y mangles y mientras escuchaba los chillidos de monos aulladores, el naturalista se desplomó al sufrir un infarto fulminante.

Aunque fue una muerte ideal para alguien que como él siempre admiró, estudió y le dedicó toda su vida a la naturaleza, lo triste es que no pudo ver publicado uno de sus proyectos más ambiciosos: el libro Loros de Colombia, resultado de dos décadas de trabajo, que escribió en compañía de José Vicente Rodríguez y que la semana pasada recibió el premio Medio Ambiente y Desarrollo de la Fundación Alejandro Ángel Escobar.

Este trabajo es la más completa guía sobre loros que existe en el país y su publicación ha ayudado a ampliar el conocimiento sobre cómo viven, cuál es la distribución geográfica de cada una de las especies, su reproducción y alimentación, sus dimensiones, el grado de amenaza en que se encuentran y posibles estrategias para conservar sus poblaciones. Conocer mejor estas aves ha ayudado a diseñar políticas que eviten la extinción de algunas de ellas, como el loro orejiamarillo, una especie muy particular que abundaba en la zona andina y que solo anida en los cogollos de la palma de cera. La tala de este árbol, especialmente en Semana Santa para elaborar los ramos, redujo la población de estos animales a dos pequeños grupos en Tolima y Antioquia. Pero con una campaña para evitar la tala de este imponente árbol, liderada por la Fundación Proaves y la Fundación Conservación Internacional -de la cual Rodríguez es el director científico-, se logró salvar dos especies de un solo tiro.

La idea de hacer el libro surgió en 1982, cuando José Vicente, biólogo de la Universidad Nacional, trabajaba en el Inderena como jefe de la División de fauna, donde tuvo que vivir en carne propia el decomiso de cargamentos con animales que se encontraban en pésimas condiciones. Los loros son la especie de aves más apetecida comercialmente. A pesar de los controles y restricciones es común ver a vendedores ofreciendo en las calles a loros dopados para evitar que vuelen, otros con su plumaje teñido con tintes para pelo o hacinados en pequeñas jaulas.

A uno de estos lo recibió un día en su casa. Era un loro de una especie comúnmente llamada 'quina quina', que en circunstancias normales debería estar en el Guainía pero que por este tráfico ilegal y al haber sido una mascota ya se encontraba demasiado 'humanizado' como para regresar a su hábitat. Sin más remedio él lo adoptó, lo bautizó Copetín y dejó que anduviera suelto en su casa. "Todas las mañanas se colocaba en mi hombro y me hablaba en su lenguaje ininteligible que yo interpreté como muestras de cariño". Aunque para cualquiera es gracioso que un animal haga este tipo de monerías, para el experto era la prueba de que la naturaleza había perdido un valioso espécimen para siempre. Copetín, además de una excelente compañía, pues vivió 13 años con Rodríguez, fue una gran fuente de inspiración que lo llevó a investigar más sobre esta especie.

En el Inderena tuvo la oportunidad de trabajar al lado de 'El Mono' Hernández, a quien ya conocía desde la universidad. Con él compartía el interés por toda la fauna, sobre todo los loros. Intercambiaban conocimiento, se formulaban preguntas, se comunicaban ideas y exploraban documentos. Cada cual fue acumulando información y al cabo de 20 años de trabajo e investigación se dieron cuenta de que tenían el material suficiente para publicar una guía con los últimos conocimientos de la especie que serviría de referencia a los biólogos en sus trabajos de campo. "La participación fue conjunta y la ayuda del 'Mono', muy grande. Fue mi maestro y amigo", dice Rodríguez. 'El Mono' Hernández alcanzó a corregir algunas pruebas, pero no tuvo la suerte de ver el libro publicado pues un mes antes murió en la reserva de Sucre que hoy lleva su nombre.

Sin embargo su trabajo es imperecedero pues gracias a esta guía muchos colombianos han podido conocer la riqueza enorme del país y la gran diversidad de especies. En total son 53. Los hay azules, verdes, coloridos, desde un metro hasta 18 centímetros de longitud; con la cara desnuda o la cara emplumada, con el pico negro, rojo o amarillento, de diferentes formas y colores, y los hay en todos los rincones del país. Las más amenazadas, además del orejiamarillo, son entre otras la paraba azul, que habita en la frontera con Brasil; la guacamaya verde, del Pacífico; la cotorrita de la Sierra Nevada de Santa Marta y la casanga carirrosada, del Chocó.

Este documento no sólo ayudará a estimular a las nuevas generaciones de biólogos para realizar este tipo de investigaciones que ponen en evidencia la biodiversidad del país sino también a que los colombianos empiecen a querer, admirar y proteger a estos animales pues, como dice la frase, "uno sólo ama lo que conoce profundamente".