PERROS CALIENTES

Ante la indignación occidental, los coreanos siguen comiéndose al mejor amigo del nombre.

25 de julio de 1988

Casi todas las fuentes de proteínas de la alimentación humana vienen en forma de animal. Por eso, a muchas personas extremadamente sensibles no les gusta pensar que tras el exquisito bistec de su almuerzo se esconde el recuerdo de una vaca de mirada indiferente. Esas personas se escandalizarían hasta el extremo si supieran que en Corea del Sur persiste la costumbre de comerse los perros, no precisamente por necesidad- se trata de uno de los países más ricos de Asia- sino porque a los canes se les considera una delicadeza digna de reyes.
A pesar de que se trata de una costumbre milenaria, la práctica de comerse a los perritos está oficialmente proscrita en Corea del Sur. Pero como en todos los casos en que se prohibe un elemento consustancial de una cultura, el tráfico y consumo de carne canina florece en forma indiscriminada en todo el país. La Sociedad Mundial para la Protección de los Animales está empeñada en una campaña mundial de presión sobre las autoridades coreanas para que se ponga coto a esa práctica, pero las posibilidades de éxito son limitadas. La principal razón para esas perspectivas es que las consideraciones de índole cultural que mueven al organismo no son fácilmente digeribles por los coreanos, que en ejercicio de su sagrado derecho se comen a los perros al igual que, por ejemplo en Nariño, se devoran con fruición los curíes.
Un folleto distribuido mundialmente por la Asociación revela cómo la costumbre trasciende las barreras socioculturales de los coreanos. La razón es tan sencilla como la que explica que en Santander se coman las hormigas: su sólida raigambre cultural está mezclada con las creencias populares según las cuales la carne de perro tiene toda una serie de cualidades incomparables.
Esa mitología incluye perlas como que la carne de can (Gae-go-gi) tiene algunas propiedades medicinales. Una de ellas es que evita contraer cualquier enfermedad inducida por el calor, pues nunca se ha visto a un perro sudar. Por eso, la temporada alta para el consumo de perro es el verano, particularmente desde la última semana de junio hasta la primera de agosto. Pero además, como los perros suelen respirar vigorosamente con cualquier ejercicio, los coreanos creen que comerse al mejor amigo del hombre los protege contra las afecciones respiratorias. Por esa razón, es común que se prescriba comer perro a los tuberculosos. Según la Asociación, los perros pequeños son preferidos por su sabor y por sus mejores efectos medicinales.
Como en todo, el consumo de perro tiene sus refinamientos. Los "tradicionalistas" afirman que los perros deben ser sacrificados al momento de prepararse, deben ser cocinados en el agua más pura que sea posible y comidos sin mayor condimentación para no perder su "exquisito" sabor. Y algunos prefieren los perros callejeros frente a los criados especialmente para el consumo, en la creencia de que los canes vagabundos, que se han defendido solos en la vida, son los más beneficiosos.
Pero lo que más escandaliza la sensibilidad occidental son las circunstancias que rodean el consumo de carne perruna en Corea del Sur. Los restaurantes que se especializan en esos platos -Boshingtang Houses- varian en su tamaño desde simples comederos hasta establecimientos de alto vuelo. La mayoría sirve sopa de perro -boshingtang- y carne de perro deshilachada -gae-jjim- acompañada con las guarniciones tradicionales de la cocina coreana como arroz, pescado seco, espinaca y salsa de soya. Los condimentos son presentados, a los comensales para que los apliquen al gusto, sobre la idea de que no es muy aconsejable usarlos generosamente. Una comida de esa naturaleza tiene un valor de aproximadamente US$ 11,lo que en Corea es razonablemente caro.
Si la presentación en el plato no difiere mucho de cualquier otro manjar, el trayecto entre las granjas perreras y el lugar de venta, ya sea un restaurante o el mercado abierto, hace poner los pelos de punta a más de un occidental. Los perros son transportados en cuanto vehículo está disponible, arrumados unos sobre otros en montones de hasta cinco filas. Cuando llega la hora del sacrificio, que muchas veces es precedida por la escogencia hecha por el propio comensal, insensible al batir de cola de su víctima, los canes reciben simplemente un mazazo en la frente que termina con su vida de perros. Eso sucede cuando generalmente los cachorritos no han pasado de los 7 u 8 meses.
Los horrorizados ojos occidentales repudian que el mejor amigo del hombre sea convertido en sopa, y adelantan campañas para que esa costumbre milenaria pueda ser erradicada. Entre tanto, en Colombia muchos se consuelan ante la certeza de que "perro no come perro ".