EL RETORNO DE LAS BRUJAS

Una nueva tendencia del feminismo ha llegado a Colombia.

6 de agosto de 1984

El mismo día en que sobre las frías montañas de La Uribe la Comisión de Paz y los comandantes de las FARC firmaban su rechazo a la violencia de las armas, el entonces ministro de Salud, Jaime Arias Ramírez, inauguraba en un tibio hotel del pueblito de Tenza (Boyacá), un congreso de mujeres, donde setenta feministas provenientes de once países de las tres Américas, declararon su rechazo a la violencia de los médicos tradicionales, "esos comerciantes a quienes les gusta que la mujer desempeñe un papel que incluya mucha enfermedad".
Lo que durante una semana discutieron las asistentes a este Primer Encuentro Regional sobre la Salud de la Mujer, pasó prácticamente desapercibido para la prensa, a pesar de que este aquelarre -a las feministas les gusta reivindicar el papel de estas reuniones de brujas medievales- marcó, sin duda, la oficialización de una nueva etapa en el proceso de la liberación femenina en Colombia y tal vez en Latinoamérica. A ellas, sin embargo, este silencio no les extrañó porque conocían sus causas: "aquí no hay muertos, no quemaremos los símbolos de la femineidad, no correremos a los hombres, no contaremos con la presencia iluminada de ningún sabio de renombre", advirtió desde el primer día una de las organizadoras.

LA ENFERMEDAD TIENE CARA DE MUJER
¿En qué consiste esta nueva etapa del feminismo en Colombia? Hasta ahora las mujeres se han preocupado fundamentalmente por defender sus derechos, su igualdad laboral frente al hombre, el equilibrio de su participación política. Ahora han descubierto que además de la política, de la economía y de la ley, el terreno de la salud es un campo donde se debe dar la batalla del momento. Han redescubierto su cuerpo y su mente como frágiles objetos vulnerados por la sociedad burguesa-patriarcal.
Comenzaron por darse cuenta de que las enfermedades también tienen sexo y que a las mujeres les han impuesto condiciones biológicas, ideológicas y sociales para enfermarse diferencialmente con respecto al hombre. En Estados Unidos el 75% de las drogas antidepresivas son utilizadas por las mujeres. Un reciente congreso médico en París afirmó que las mujeres sufren de depresión dos veces más que los hombres.
En los países subdesarrollados, las mujeres, por razones reproductivas y por ser las que se encargan casi absolutamente de la crianza, son las mayores usuarias de la institución médica. Pero esta institución funciona a espaldas de la realidad de las mujeres. Los servicios de salud estatales, por ejemplo, que son los de más fácil acceso para la gran mayoría de las mujeres, tienen un horario de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, desconociendo que el 40% de la fuerza laboral colombiana está compuesto por mujeres y que el 25% de las mujeres son jefes de hogar, circunstancias éstas que les dificulta ponerle un remedio a tiempo a sus enfermedades y a las de sus hijos.
Pero el problema no es sólo de cobertura. Es de la clase de relación de poder que se establece entre el médico y la paciente, entre el que sufre y el que no sufre. Las mujeres alegan que muchas de sus frustraciones y angustias han sido generadas por médicos condescendientes, paternalistas, sentenciosos y nada informativos. Y piensan, además, que su enfermedad, esa enfermedad que tiene cara de mujer, es "el producto de como vivimos, del trabajo que hacemos, del sitio donde vivimos, de las relaciones de amor o de odio que establecemos con los demás, de la imagen que tengamos de nosotras mismas".

LAS "MEDICAS" DE BOSTON
El reenfoque del feminismo hacia la salud comenzó, como movimiento formal, en 1969 en Boston, cuando un grupo de mujeres entre los 28 y los 44 años se reunió para discutir sobre sus cuerpos a propósito del descontento de todas ellas frente a sus médicos. Curiosamente ninguna de ellas era médica, pero la necesidad las hizo asesorarse de algunos de ellos, ilustrarse en revistas y textos y, sobre todo, compartir sus experiencias personales. "Y de repente caímos en la cuenta de lo mucho que sabíamos sobre nuestro cuerpo", explicaron más tarde algunas de ellas.
En un principio al grupo se le llamó "el grupo médico". Las reuniones informales se convirtieron en cursos y estos cursos fueron circulando en versiones de mimeógrafo, hasta que se estructuró un libro, "Nuestros cuerpos, nuestras vidas", auténtico best seller del feminismo mundial, hoy traducido a 20 idiomas, incluido el Braille, y considerado por la crítica como una obra que ha transformado la relación de las mujeres con la profesión médica.
Las "médicas" reunieron en su libro, y en otros similares publicados más adelante, toda una nueva filosofía sobre la mujer, un método de trabajo entre ellas y una visión del mundo de los hombres totalmente novedoso. "Reunirnos entre mujeres fue excitante", reconocieron. Partiendo del examen de su cuerpo, se remontaron a los eternos temas del feminismo, pero con una óptica más sensata, más "corpórea". "Ni el matrimonio ni la maternidad ni el trabajo típicamente femenino nos han satisfecho totalmente", afirmaron y agreraron: "No queremos volvernos hombres. Estamos orgullosas de ser mujeres. Lo que queremos es reclamar las cualidades humanas que la cultura define como masculina para integrarlas con las que define como femeninas, para que todos podamos ser gente más completa".

VIRAJE DE 180°
La chispa encendida por las "médicas" de Boston se regó por las vastas praderas del feminismo mundial y hasta los cimientos mismos de la medicina, de la siquiatría, de la historia y de la mitología fueron conmovidos. La escuela sicoanalítica inglesa, fundada íntegramente por mujeres, le dio un viraje de 180 grados a los conceptos freudianos de "complejo de castración" y de "envidia fálica" de la niña. Postularon la existencia de un sentimiento mucho más primitivo en la humanidad, el de "la envidia del bebé al pecho materno que lo alimenta", con lo cual el objeto superior por excelencia para la siquis no sería ya masculino sino femenino.
El punto tal vez más fulgurante de esta nueva visión fue el rescate de las brujas del medioevo, definidas ahora como "mujeres desclasadas, magas del conocimiento sobre la salud, el cuerpo y la sexualidad, conocimientos que socializaban en los estigmatizados aquelarres". Esta relectura de un proceso histórico que llevó a la hoguera a cinco millones de mujeres sabias, curanderas, comadronas, hechiceras, "quemadas por el oscurantismo inquisidor en el genocidio más secretamente guardado de la historia" se convirtió en el origen lejano de la critica a la estructura de poder de la medicina contemporánea: "Ellas (las brujas), trabajaban para la masa de indigentes y vagabundos del medioevo, en tanto que la naciente medicina occidental se desarrollaba en las cortes y salones de reyes y señores feudales".
Las nuevas feministas de la salud han adoptado como símbolo, precisamente, la imagen de una bruja. Y en Tenza consiguieron a una artesana que fabricó para todas ellas unas brujitas hechas de crin de caballo, rojas, con nariz larga, con escoba y con gorro de Halloween.

LAS "MEDICAS" DE COLOMBIA
El enfoque del femenismo hacia la salud hizo su aparición hace cerca de dos años en Bogotá, con la fundación de la "Casa de la Mujer", una entidad con similares hoy en Cali y en Medellín, que opera como un centro de salud feminista con prácticas alternativas para curarse sin acudir a la medicina tradicional. Sus organizadoras luchan por establecer un "proceso autogestionario" en salud, por "desestructurar la relación terapeutapaciente", por "desprofesionalizar la atención de la salud". Actúan sobre abortos, autoconocimientos, toma de conciencia, manejo de flujos vaginales. Forman grupos permanentes de mujeres que trabajan en conjunto. Pero no se detienen en el cuerpo. Plantean las desestructuración mencionada, como "modelo de desestructuración de la relación hombre-mujer con su correspondiente mitología de machismo y femineidad", según palabras de una de las organizadoras del encuentro, y líder de la "Casa", Luz Helena Sánchez, ella si médica.
Las feministas colombianas de la salud han ido más allá de sus homólogas norteamericanas. Han rayado el mundo de la utopía. Rescatan el principio femenino de la ternura como salvador de la humanidad futura, por contraposición con el principio masculino de la violencia. Reivindican la filosofía y las prácticas orientales, como el masaje y la relajación. Recuperan los ejercicios del arte, del teatro, de la expresión corporal. Llaman sabiduría de observación no participante a la tradicional pasividad y sumisión de las mujeres, sacando partido positivo aun de sus propias derrotas históricas. Invitan a los hombres a reconocer que el patriarcado es tan funesto para las mujeres como para los hombres, a renunciar al falso universal que desde siempre los ha llevado a hablar a nombre de toda la humanidad. Ponen como ejemplo a grupos de hombres de Estados Unidos y de Canadá que están siguiendo la metodología de las feministas para resolver sus propios problemas. Y lo hacen, argumentando que "estamos levantando cuestiones que atañen no sólo a las mujeres, atañen a la humanidad entera, si ha de vivir la humanidad ".