En 2016, Colombia aparecía como el cuarto productor de aceite de palma en el mundo y el primero en el continente, según cifras de Fedepalma. | Foto: Emy Osorio

María la baja, Bolívar

No solo cultivamos palma: el lema de los pequeños productores en María La Baja

Hoy en día, el aceite vegetal de palma está presente en casi todo lo que usamos o consumimos. ¿Por qué la expansión del cultivo de palma de aceite en los Montes de María no solo debería preocuparles a los campesinos?

19 de febrero de 2018

Con el paso de los años, el paisaje de la vía que conduce al municipio de María La Baja desde el sector de la Cruz del Viso –en el vecino municipio de Mahates– ha cambiado. La vegetación de la zona ha sido reemplazada por extensos cultivos de palma de aceite que parecen aumentar a medida que pasan los días.

De acuerdo con el Ministerio de Agricultura de Colombia, en 2014, Bolívar era el sexto* departamento del país con mayor producción de palma, y María La Baja ocupaba el lugar número 15 a nivel nacional. Este municipio del sur de Bolívar superaba incluso a Agustín Codazzi, Cesar, uno de los principales y primeros núcleos palmeros de la zona norte colombiana.

El aumento de los cultivos de palma también catapultó al país a los primeros lugares del escalafón mundial de productores. En 2016, dos años después, Colombia aparecía como el cuarto productor de aceite de palma en el mundo y el primero en el continente, según cifras de Fedepalma, la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite.

 

 

 

 

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La palma de aceite es la oleaginosa más productiva del planeta: una hectárea sembrada produce entre seis y diez veces más aceite que las demás. Su aceite se usa en productos refinados (aceites de cocina, galletas, golosinas, cereales, entre otros) y productos secundarios (pasta dental, jabones, maquillaje, detergentes, etc.). Hoy en día, el aceite vegetal de palma está presente en casi todo lo que usamos o consumimos.

 

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 Fotos: Hhach / Pixabay


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Pero el aumento de los cultivos de palma de aceite pone en riesgo el futuro de la tierra fértil del distrito de riego más grande de la subregión de los Montes de María (formado por las presas de Matuya y de Arroyo Grande), la seguridad alimentaria del departamento de Bolívar y los recursos ambientales de toda una población.

Campesinos, agricultores y parceleros de la región –que desde hace más de 15 años les dicen no a los cultivos de palma de aceite– dan pistas para entender el pasado, el presente y el futuro de la que alguna vez fue la despensa agrícola de Bolívar.


 PASADO:  ¿POR QUÉ LLEGÓ LA PALMA DE ACEITE? 

La palma llegó a María La Baja en un momento coyuntural: la planta entró a la región durante la crisis arrocera tras la apertura económica del país de final del siglo XX. El municipio fue uno de los mayores productores de arroz en el Caribe colombiano hasta mediados de los 90, pero la apertura económica, las políticas crediticias de la época y los altos costos de producción dejaron a los campesinos endeudados.

Así, el proyecto de la palma gestado por Oleoflores S.A. parecía la mejor alternativa.

 

Así se ve el paisaje de los cultivos de palma en María La Baja. | Foto: Emy Osorio

Oleoflores es una sociedad anónima dirigida por Carlos Murgas Guerrero, el llamado “zar de la palma” por las 44 mil hectáreas de palma que tiene sembradas su grupo empresarial. Murgas fue Ministro de Agricultura durante el gobierno de Andrés Pastrana y es cercano a los también expresidentes César Gaviria, Álvaro Uribe, y al presidente Juan Manuel Santos.

 


De acuerdo con Edilberto Salgado, ingeniero agrónomo y ex funcionario de la Unidad Municipal de Asistencia Agropecuaria (UMATA) de María La Baja, el Gobierno Nacional tuvo responsabilidad en la llegada de este proyecto porque “nunca le garantizó una estabilidad en el mercado a los productores de arroz”. En ese contexto, las utilidades de los campesinos eran negativas y cada año las deudas aumentaban.

William González, parcelero en el corregimiento Matuya, en María La Baja, y miembro de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia (ANUC), asegura que las malas políticas crediticias forzaron a que los campesinos se unieran al proyecto, que llegó al municipio cuando muchos agricultores estaban endeudados con el Banco Agrario.

Pero Carlos Murgas asegura que la palma no llegó a María La Baja por la crisis arrocera, teniendo en cuenta que el sector agropecuario tiene una crisis histórica no solo en el municipio sino en todo el país. Para Murgas, el éxito de Oleoflores en la región durante la época se debe a que se decidió “implementar una nueva política de estado para crecer con palma de aceite en la región” y por ello hoy “no solo siembran palma sino que son socios de la planta de transformación”.

 

Edilberto Salgado muestra los cultivos de maracuyá en su finca, en María La Baja. | Foto: Emy Osorio.


Uno de los campesinos que sembró mayor extensión de palma, y que pidió la reserva de su identidad, explicó que un viaje a Agustín Codazzi -donde Oleoflores S.A. inició la siembra de palma-, fue determinante para que él y sus compañeros se interesaran en el proyecto, así como para que invitaran a otros. Durante este viaje, conocieron de cerca el proyecto, la organización estratégica detrás de él y el impacto que dejaba en la región en términos de desarrollo económico.

La segunda razón por la que el proyecto fue bien recibido en el municipio y sus alrededores tiene que ver con la seguridad en las tierras. María La Baja enfrentaba problemas de robos de productos agrícolas y pecuarios. “La gente agobiada por la situación prefirió sembrar palma. Eso no se lo roba nadie y tampoco se lo comen los animales”, explica Salgado.

Finalmente, la presión social también cumplió un papel determinante para que el cultivo de la palma llegara a la zona para quedarse. “En un tiempo existieron mucho los consejitos tipo ‘ya el arrocito no va, la vaquita se la roban, mejor siembra palma (...) te acosaban y te pintaban maravillas” explica William González. Y agrega que hoy ese tipo de presión ha disminuido.

 

 William González es uno de los campesinos de uno de los corregimientos de María La Baja que asegura que cuando la palma llegó al municipio, muchos compañeros estaban endeudados con el Banco Agrario. | Foto: Emy Osorio.


Manuel Teherán, docente y propietario de unas tierras en la cabecera municipal, explica que recibía comentarios, invitaciones y que incluso en una ocasión encontró máquinas en su finca, aun cuando había expresado no estar interesado en participar del proyecto.

Tomás Sánchez, campesino de Matuya, también se sintió presionado: “Ni a mí ni a mis hijos nos gustó. Luego uno de ellos se emocionó y quiso que nos metiéramos, pero dije que no. La palma no me gusta y cuando a uno no le gusta su cultivo termina dándole la espalda”.

Los cuatro les dijeron “no” al cultivo de palma.


 PRESENTE:  ¿POR QUÉ TANTA PALMA Y POR QUÉ ES UN PROBLEMA? 

Lo primero que algunos sostienen es que no se puede satanizar la palma de aceite. Salgado, por ejemplo, indica que el proyecto de la palma no es malo del todo porque le dio nuevamente la dinámica económica al municipio, mayor poder adquisitivo al campesino y las tierras se valorizaron”. Precisamente, este es uno de los argumentos de Carlos Murgas, quien asegura que:

 

“La palma le inyecta al municipio mensualmente 6 mil millones de pesos por pago de fruta lo que dinamiza la economía local”.


Pero González asegura que su problema no es la palma sino la forma en la que administran el proyecto: “Yo no tengo problema con el cultivo sino con ellos [Oleoflores] porque son los únicos compradores y ponen el precio al que el campesino debe venderlo”.

El primer problema, entonces, es que sea un monocultivo. Hay un solo producto y un solo comprador: “Ellos deciden el precio y usted debe aceptar, no hay libre competencia. Hace unas semanas llegaron unos compradores de corozo, se las montaron y se tuvieron que ir”, explica Salgado.


 


Las tierras con palma africana en María La Baja aumentaron entre 2006 y 2015 de 3.400 hectáreas a 11.022, de acuerdo con balances en las cifras del Ministerio de Agricultura del informe El panorama del  sector agropecuario en el municipio de Maria La baja, Bolívar.
 

 Foto: Emy Osorio


De igual forma, tanto William González como Tomás Sánchez difieren de procesos como la entrega de escrituras a los dueños del proyecto (como garantía) y los créditos interminables. Aseguran que, aunque el campesino pague su crédito, aparecen nuevas deudas por concepto de abono extra en la tierra, limpieza del cultivo o uso de maquinaria especial.

Leonardo Jiménez, investigador de la organización sin ánimo de lucro Cedetrabajo, capítulo Cartagena, asegura que si bien ha escuchado esto no ha podido constatarlo porque cada vez que piden el formato de los contratos a la empresa Oleoflores niegan el pedido argumentando que son una empresa privada.

El segundo problema es la seguridad alimentaria. Salgado asegura que en el municipio hay campesinos que “no tienen ni donde sembrar una mata de plátano”. Sánchez habla con ironía sobre algunos vecinos palmicultores: “yo los veo pidiéndome un gajo de plátano para comer. Es que usted no va a la tienda a comprar un gajo de corozo”. Por eso, afirma que es necesario que se les brinde educación financiera a los cultivadores de palma. “La palma tiene una etapa productiva, pero cuando va cayendo todo es distinto”, asegura.

 

Árboles de plátano sembrado en la finca de Salgado. | Foto: Emy Osorio


Ante ese escenario, ellos se preocupan por garantizar la comida de sus familias –y de rebuscarse en ocasiones– a través de cultivos de plátano, arroz y diversas frutas, así como de ganado y pescado de agua dulce.

Otra de las situaciones que denuncian los campesinos tiene que ver con el medio ambiente.  Denuncian que por el monocultivo las plagas atacan con mayor incidencia y que especies de fauna acuática y silvestre han disminuido, de acuerdo con residentes de estas zonas, por el exceso de químicos utilizados.

 

 FUTURO:  ¿Y DESPUÉS DE LA PALMA QUÉ? 

“Esa es una pregunta que me hago mucho”, comenta Edilberto Salgado. “Me atrevo a decir la mayoría de las tierras productivas de Marialabaja tienen palma”, afirma.

El investigador Leonardo Jiménez asegura que la preocupación de todos estos campesinos es válida en la medida que el monocultivo de la palma está usando las mejores tierras del departamento: las de María La Baja.

Por su parte, Carlos Murgas indica que los cultivos de Palma en María La Baja tienen 23 años de vida productiva por delante y en vista de la demanda del producto Oleoflores considera que tiene “una larga vida en la región” por lo que es clave seguir “aportándole a la región en temas de salud, educación y conciencia ambiental”.

Sobre las presiones, asevera que son falsas: “los campesinos voluntariamente acuden a la promotora (…) No hay una sola persona que pueda decir que fue presionada para entrar en el proyecto”, argumentó. Aunque no respondió las preguntas acerca de los créditos y las condiciones de vinculación.

 

Foto: Emy Osorio


Por ello los cuatro se muestran satisfechos de haberle dicho no al monocultivo. Sánchez asegura con jocosidad que prefiere lo poco que tiene en su tierra antes que grandes extensiones de palma: “yo tengo unos animales en mi tierrita, de ahí como,me visto, salto y bebo… estoy bien”.

Edilberto, Manuel, Tomás y William no son los únicos. Todavía hay marialabajenses que le dicen no a estos cultivos por distintas razones, aunque sienten que a veces no pueden pelear contra los daños que el monocultivo hace en su territorio porque no los escuchan. “Ellos (en referencia a Oleoflores) son intocables. No se puede hacer nada. Toca callar”, concluye González.