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Abdú César Eljaiek Eljaiek retrató la intimidad y la magia silenciosa de la mujer con el primer desnudo en Colombia —el de Dora Franco— e inmortalizó en retratos a personajes como Manuel Zapata Olivella, Enrique Grau, Rodolfo Llinás, Camilo Torres, Fernando Botero, Álvaro Mutis, León De Greiff, Lucho Bermúdez y a Alejandro Obregón, entre muchos otros. Foto: León Darío Peláez.

ENTREVISTA

Abdú Eljaiek, el poeta de la imagen que se formó en la calle

Por el lente del fotógrafo nacido en Calamar, Bolívar, ha pasado buena parte de la historia reciente de Colombia. Hablamos largamente con él sobre el oficio y sobre lo que hay detrás de sus imágenes, que incluyen el primer desnudo artístico del país y uno de los retratos más emblemáticos del poeta León de Greiff.

Diego Alejandro Olivares Jiménez
22 de octubre de 2019

“Ojalá pudieran vivir de la fragancia de la tierra, ser como las plantas, que son alimentadas por la luz”, Khalil Gibran.

Aquellos que terminan frente las fotografías de Abdú César Eljaiek (1933) se acercan tarde o temprano a ellas y ponen una mano detrás de alguna de sus orejas. Quieren escuchar la respiración, el latido o susurro de las cosas vivas. De esas luces y sombras, ventanas que se asoman a mundos perdidos y recobrados, parece venir toda la música del tiempo pasado.

Así son las imágenes de Eljaiek, nacido en Calamar, Magdalena, que ha sido el notario de una gran parte de la historia de los últimos sesenta años de Colombia. Durante años registró el país rural e inmortalizó la inmensidad de nuestras selvas, la esencia de nuestros mares y el paisaje expandido de La Guajira. Fotógrafo de las casonas de Villa de Leyva y La Candelaria en Bogotá, plasmó el frío aún perenne en sus zaguanes y patios, así como el misterio de los cafés nostálgicos del centro capitalino o la mirada real y piadosa de los desposeídos, y la jactancia de una parte de la clase política. 

Después de vivir algunos años en Bogotá, su familia se trasladó al Líbano y regresó a Colombia en la década de los cincuenta, un tiempo después del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Cuando murió su abuela, su padre quiso regresar a su país de origen. Eljaiek aún recuerda que a los tres meses su padre comenzó a desesperarse y por eso se vieron obligados a volver. Su padre sentenciaba de manera constante que amaba a su país, pero que había un problema y por eso debía regresar desde la ciudad de Baalbek, en donde permanecieron por un largo tiempo y en donde descubrieron las ruinas construidas por Septimio Severo.

Ya en Colombia, y durante el grueso de su carrera, Eljaiek capturó la miseria de la condición humana y a los poetas colombianos que esculpieron la anatomía de nuestros instantes nacionales con la palabra en las horas más oscuras y trágicas de la historia. Retrató la intimidad y la magia silenciosa de la mujer con el primer desnudo en Colombia el de Dora Franco e inmortalizó en retratos a personajes como Manuel Zapata Olivella, Enrique Grau, Rodolfo Llinás, Camilo Torres, Fernando Botero, Álvaro Mutis, León De Greiff, Lucho Bermúdez y a Alejandro Obregón, entre muchos otros.

Abdú César Eljaiek camina con la experiencia que le han otorgado sus 86 años de vida. También con la cadencia y la tranquilidad de quien sabe que su existencia la ha llevado con la armonía que lo habita cuando obtura su cámara fotográfica y con el asombro de quien ve el mundo por primera vez.

Hablamos largamente con él sobre el oficio y sobre los vestigios de historia que aún viven detrás de sus imágenes.

Oficio: fotógrafo

¿Cómo inicia su carrera en el mundo visual?

Yo me inicié en el mundo del cine, luego entré a televisión y no tenía idea de qué era una cámara de televisión, pero sí de fotografía, porque tenía cámaras de cajón o alguna que otra de fuelle. Recuerdo que entré a trabajar en la Televisora Nacional de Colombia en el año 56. Así de vieja es la cosa y así de viejos estamos. Recuerdo que me conseguí esa oportunidad; me ganaba tan solo un sueldo mínimo de doscientos pesos. Tengo presente que gané por dos meses esa cifra y al tercer mes comencé a ganar trescientos cincuenta pesos.

¿Con cuál fotografía considera que se inició profesionalmente?

Recuerdo que hice una fotografía bastante llamativa de la escultura de la Rebeca, que está ubicada en el centro de Bogotá.  Tenía un amigo que era el que revelaba las fotografías en la revista Semana en 1954 e hizo que publicaran mi fotografía. Con esa foto siento que fueron mis inicios en la fotografía.

¿Con qué tipo de trabajos tiene más conexión, como paisajista o retratista?

La verdad me defino más como un retratista de la mirada real, como la de los campesinos. No retrato la miseria, porque hacerlo va en contra de lo que he realizado toda mi vida.

¿Cuáles fueron las influencias desde la fotografía que más lo marcaron?

Leo Matiz, quien a su vez estaba impregnado del trabajo de Luis Benito Ramos, fue de los fotógrafos que más me han nutrido como una persona que trabaja con la imagen. Fuera de Colombia tengo como referente a Henri Cartier-Bresson y a Ansel Adams, cuyos trabajos me emocionaban. Yo lo imitaba, pero tenía una limitación técnica, porque mi cámara fotográfica era de 35 milímetros.

Popayán. Abdú Eljaiek.

¿Qué tanto aprendió usted de Leo Matiz?

Él tenía un trabajo fotográfico muy fuerte vinculado al campesinado tanto de México como de Colombia, y eso era precisamente lo que más me gustaba. Se dice que fue tan revolucionario en su manera de hacer las cosas que hasta cambió la manera como se hacían las fotografías de las personas en la ruralidad mexicana. 

¿Cuál es la diferencia entre el trabajo de Leo Matiz y el suyo, especialmente en las fotografías de los pescadores?

La diferencia entre la fotografía de la atarraya de Leo Matiz y la mía es que él la hizo no siendo tan profesional y yo sí. La de él es una fantasía. El propio Leo Matiz me mostró la foto publicada que había realizado para un periódico de Japón. Era una cosa bien sorprendente, recuerdo que fue una página completa. La mía, en cambio, fue tomada cuando hacía un trabajo en Parques Nacionales. Me fijé en que había un tipo echando la atarraya y él estaba hacia atrás y la tomé a contraluz: cuando tiró la atarraya le tomé solo una foto y esa fue la definitiva. Tenía todo cuadrado y con un lente que me permitía trabajar muy bien.

¿Cuáles son los fotógrafos colombianos de su época a los que más admira?

A Nereo López y a Hernán Díaz. Nereo logra combinar la magia de la reportería con la fotografía y Díaz es quizá el mejor retratista que ha dado este país.

Ráquira. Campesino con perros. 1969. Abdú Eljaiek.

Revisando su trabajo, es nula la presencia de hechos trágicos habiendo tantos en Colombia. ¿Por qué?

(Toma aire y se frota las manos) Creo que las tragedias no son para ser fotografiadas, pese a que en eso está todo el mundo. Hay muy buenos fotógrafos que se han especializado y que son buenos haciendo ese tipo de registros, pero a mí no me agrada.

Además de ser fotógrafo, usted dictó clases en la Universidad de los Andes. ¿Cómo fue ese periodo de profesor?

Yo entré a esa universidad para reemplazar a una persona que fue discípula mía. Ella se llamaba Magdalena Agüero, una excelente fotógrafa y muy buena diseñadora de joyas. Entonces de la Universidad de los Andes me llamaron y me dijeron que si la podía reemplazar por un semestre y así lo hice. 

Me produjo mucha risa tener que llenar un formulario de ingreso, porque cuando me preguntaban por el pregrado, maestría o doctorado no pude dejar información alguna en esos requisitos, porque yo soy formado en la calle. Entonces, me enteré de que el rector sugirió que yo siguiera dictando clases. Así duré más de diez años. 

Guapi. Abdú Eljaiek.

Dora Franco, la foto para la posteridad

¿Con cuál fotografía quiere que lo recuerden?

Quisiera que no lo hicieran con la fotografía del desnudo de Dora Franco. Eso fue un golpe publicitario muy fuerte que yo no había buscado. Yo estaba buscando generar un material fotográfico distinto. Jamás quise hacer pornografía, sino mostrarnos a los seres humanos completos, como somos.

Retratos de Dora Franco. Abdú Eljaiek.

¿Cómo se desarrolló ese desnudo, que es, sin duda, uno de sus trabajos más recordados?

Yo era muy amigo de Eduardo Mendoza Varela, que era director de Lecturas Dominicales de El Tiempo. A él le fascinaban mis fotos y me las publicaba con frecuencia, algo que generó cierto resquemor con los fotógrafos de ese medio. Una vez fui a tomarme un café con él en su casa en La Candelaria. En un momento me dijo que si quería revisar una caja que acababa de comprar. Cuando comencé a revisarla me fijé en que eran desnudos de los años veinte del siglo pasado. Me llamó la atención que las modelos eran muy reales, gordas y vestidas de manera cursi y llamativa. Ahí él me dijo que por qué no hacíamos unos desnudos; yo le pregunté a él que a quién le gustaría ver desnuda y él me devolvió la idea para que yo buscara la modelo (risas).

¿Cómo logró ubicar y convencerla para que fuera la modelo?

Hasta ese momento en el país nadie había realizado un desnudo o no que se conociera con tanta fuerza. Dora estaba buscando a alguien que le hiciera las fotos de unos collares que estaba vendiendo la hermana y ella era la modelo. Cuando estaba hablando con Dora me acordé de las fotografías que Eduardo Mendoza me había dejado conocer y le dije a ella si conocía a una modelo que me sirviera para desnudos. “Usted que conoce a tantas modelos, recomiéndeme a una”, le dije. 

Ella me dijo que conocía una muy bonita, que era gran amiga de ella. Entonces le pedí que me la presentara y ella me dijo: “Claro, yo. Yo soy la modelo”. Me comentó que debían hacerse con la mayor rapidez las fotos, porque le habían aprobado la visa y tenía un viaje de urgencia a Estados Unidos.

¿Después de tantos años ha vuelto a ver esas las fotos?

Sí, las he vuelto a ver, pero las tiene mi hijo Esteban y siento que todavía son buenas. Hay fotos que uno hace y al cabo de un tiempo no quiere saber nada de ellas, mientras que hay unas, como las de Dora Franco o la de las campesinas de Villa de Leyva, que se vuelven a ver y se siente una satisfacción como la que sentí con la foto del gavilán: algo que uno ve todos los días y te sigue gustando.

Retratos de Dora Franco. Abdú Eljaiek.

¿Usó luz artificial, como pensaba la gente por el efecto del claroscuro?

Las fotografías de los desnudos de Dora Franco fueron sin luz artificial. Yo no tenía dinero para comprar un par de luces. Utilizaba el conocimiento que tenía, forzaba las películas, prácticamente en todos mis estudios fotográficos no usé flash. La gran mayoría de mi trabajo está relacionado con la luz ambiente. Así hice las de León de Greiff y de igual forma con las de Dora Franco. 

¿Cómo fue la reacción del público en ese momento ante esos desnudos, pioneros en Colombia?

Recuerdo muy bien que esas imágenes fueron expuestas en el Centro Colombo Americano en 1968 y luego en el Club Escorpión, que quedaba en la carrera Séptima con calle 94. Muchas personas criticaron a Dora en ese momento, le gritaban en la calle. A la salida del Centro Colombo incluso la abuchearon y le tiraron tomates.

De retratos y personajes: De Greiff, Negret, Obregón, García Márquez

Fernando Botero. Abdú Eljaiek.

De todos los personajes célebres a los que retrató en su vida, ¿cuál fue el más difícil de fotografiar?

Fueron muchos, pero para mí, quizá por el sentimiento que tenía atravesado, fue al maestro Édgar Negret. Aun así, las fotografías quedaron muy bellas. Tuve una relación muy mala con él, porque no nos entendíamos mucho. Había algo en el temperamento de los dos que nos hacía chocar. Creo que fue un tema personal, porque su trabajo como artista me gustó mucho y me sigue fascinando.

¿Cómo logra convencer a León de Greiff para retratarlo? 

A mí me solicitaron tomar unas fotografías para hacer un reportaje para la revista Papel Periódico Ilustrado. Él estaba refugiado en su biblioteca y el periodista y otras personas que estaban ahí se habían ido. Yo me quedé en silencio viéndolo y le pregunté por un libro en específico. Él entró a su biblioteca, buscó el texto en esa locura de desbarajustes de libros que tenía y, cuando logró encontrarlo, en esa condición de luz que era muy baja, se la tomé. Me tocó forzar demasiado la película para lograrla. Con León de Greiff hablábamos de las cosas normales de la vida. Para él no eran importantes solo los temas de poesía, también le encantaba referirse a las cosas sencillas de la vida. Eso lo relajaba muchísimo.

León de Greiff. Abdú Eljaiek.

¿Por qué solo salió a la luz veinticinco años después?

Porque cuando las entregué al medio me hicieron sentir incómodo, me dijeron que esa fotografía era muy oscura. Me recalcaban que tenía que haber más luz. Y es verdad, los editores estaban influenciados por la manera en que se estaban haciendo las fotografías en otros países en ese momento. Pero luego me di cuenta de que yo estaba creando mi propia manera o forma por la condición técnica. El haberme comenzado a salir de lo común desde lo visual, de lo tradicional, me acarreó muchos problemas para publicar. Esa fotografía logró ver la luz en público cuando una revista que traía personajes del mundo de la literatura de Latinoamérica me pidió un par de ese autor. Yo les dije que si querían alguna imagen de él era esa y que si no, que no me publicaran nada.  

Usted también fue amigo del maestro Alejandro Obregón. ¿Cómo se tejió esa relación?

Nos conocimos porque yo estaba realizando un trabajo para un noticiero de televisión. Ahí conocí a Fernando Botero, a Alejandro Obregón, a Eduardo Ramírez Villamizar y a Enrique Grau. Mi relación con él se solidificó porque hablábamos de todo menos de fotografía y de pintura. Hablábamos de las cosas sencillas y sorprendentes de la vida.

¿Por qué no fotografió a Obregón cuando pintaba?

Normalmente no fotografío a las personas cuando realizan su función o alguna actividad. Es que es raro invadir la intimidad de las personas en las actividades que desarrollan. A él no le gustaba que estuviera alguien al lado cuando pintaba y a mí tampoco me gustaba pintar con mi cámara a un pintor.

¿Cómo y cuándo pierde usted el encanto de fotografiar a Gabriel García Márquez?

Yo quería fotografiarlo, porque él ya era un periodista y escritor muy reconocido en Colombia y en Latinoamérica, antes de que se ganara el Nobel de Literatura. No me fue posible ubicarlo. Entonces, cuando él llega a Colombia después de recibir el premio, ya mucha gente lo quería fotografiar y yo ya no.  Quería hacerlo antes de todo lo que fuera tan conocido. Además, nunca fui amigo de él.

Camilo Torres. Abdú Eljaiek.

Feliza Bursztyn. Abdú Eljaiek.

Sobre la fotografía

¿Qué es la fotografía para usted?

Es una expresión de vida y arte. Me desahogo con las imágenes y me siento contento realizando este trabajo, tengo una familia que he sacado adelante con este oficio una casa, he vivido de la fotografía, por eso la amo.

¿A sus 86 años sigue fotografiando?

Esa es mi vida.

¿Dónde lo hace ahora?

Ya no me pego esos paseos largos que hacía por las calles de Bogotá. Ahora fotografío todo mi jardín y ahí realizo mis fotografías a color y en blanco y negro.

Gavilán, 1968. Abdú Eljaiek.

La fotografía digital permite que se tomen cientos de fotos para escoger solo una. ¿Qué opinión tiene usted de esas nuevas técnicas?

Ahora prefiero la fotografía digital solo porque no toca enfrentarse a la tortura de un laboratorio, pues meterme ahí siempre me pareció una labor muy desgastante. Incluso mi esposa fue laboratorista y yo terminé haciéndolo, pero nunca me gustó. En el laboratorio solo hay técnica, no se crea arte, aunque la buena técnica le da mejor calidad a la fotografía. Sin embargo, en definitiva me quedo con lo digital, porque es que ahora uno puede acceder a recursos de color o de blanco y negro sin pelearse con los benditos laboratorios. El laboratorista solo realiza un trabajo mecánico, a él no le interesa la composición, ni el manejo de luz y menos los ángulos.

¿Hay algo que cuestione de la fotografía digital?

Lo más complejo es la repetición que se ha generado en muchas maneras de hacer imágenes y esa clonación de fotos. Cuando yo hacía un estudio no alcanzaba a gastarme más de 30 fotos, a veces eran menos. Con León de Greiff, las tres veces que fui a su casa, no me gasté ni dos rollos. Realmente es fotógrafo quien sabe de composición, de integración de elementos, de luz, de oscuros, de ángulos: eso es ser fotógrafo. Alguien que tome en un par de minutos unas 200 fotografías, no se puede considerar fotógrafo. Los nuevos fotógrafos no han comprendido que antes de disparar la cámara se debe pensar en el momento de la obturación. No se puede disparar, una vez más, otra vez, otra y otra; no está bien pensar que en alguna de esas me va a salir una que funcione.

Sabana de Bogotá. Abdú Eljaiek.

Tairona, 1968. Abdú Eljaiek.

¿Cuál sería esa recomendación vital que le haría a los estudiantes de fotografía o fotógrafos jóvenes de hoy?

Creo que ellos están metidos en más problemas que yo, porque hoy en día hay más fotógrafos que cuando yo comencé. Les diría que no confundan la actividad de tomar muchísimas fotos con hacer fotografía real, que no por tener una cámara se es fotógrafo. Al verdadero fotógrafo lo acompañan diversos elementos del arte, de la composición, de la historia del arte y el manejo de luz.

¿Qué opinión tiene de las selfies o autorretratos tan de moda hoy en día?

Eso de autofotografiarse ha sido de toda la vida, lo que pasa es que los celulares nos permiten hacerlo mayor cantidad de veces y con más facilidad, por eso es más común. Sin embargo, creo que es muy aburridor, porque te muestran como 500 fotografías de una misma situación. 

¿Qué sensación le produce volver a su archivo y ver, por ejemplo, fotografías de persona que ya están muertas?

Creo que las fotografías son una forma muy valiente de enfrentar la muerte. Hace poco revisé muchos de mis retratos y me fijé que más de la mitad de esas personas ya murieron, y es duro saber que fueron grandes amigos o personalidades o desconocidos, pero que ya no están y que de muchos ellos no queda más que mis fotos.

Hoja Nº8. Abdú Eljaiek.