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Cubanos de paso en Turbo, Antioquia, rumbo a Estados Unidos. Foto: Pablo Andrés Monsalve.

Antioquia

Turbo, la tierra de los desposeídos

Los cubanos que pasan por el Urabá antioqueño rumbo a Estados Unidos se lamentan por la eliminación de la ley ‘pies secos, pies mojados’, que les garantizaba una visa apenas pisaran suelo norteamericano.

Daniel Rivera Marín
17 de enero de 2017

Quién lo creyera, pero a los cubanos —tan acostumbrados al calor abrasador de su isla— el clima del trópico colombiano los tira a la cama, los muele a palos de dolores, les sube la fiebre tanto que algunos deliran. Y sólo estamos hablando de los males del cuerpo, porque no sólo está el clima: también hay policías, agentes de aduana, coyotes feroces, traficantes de carne humana, guerrilleros, paramilitares. ¿Qué decir entonces de los otros inmigrantes —asiáticos, africanos, haitianos—, hombres sin tierra, hijos de la nación de los desposeídos, que encuentran en este país, además de todo, el exilio del lenguaje?

Con los cubanos sucede igual que con la vida de Truman Burbank, el protagonista de la película The Truman Show: están inhabilitados para la vida por fuera de su sistema cerrado. Cuando pisan suelo extranjero, suelo extraño, se encuentran con un mundo raro y leonino. Sus ahorros se esfuman cuando conocen al que les promete llegar a Estados Unidos, y así empiezan un periplo improbable en el que atraviesan Brasil, Perú, Venezuela, Colombia y Panamá hasta llegar a la frontera mexicana. Y cualquiera los extravía: son niños inocentes al que cualquiera puede engañar, para ellos el norte puede ser el sur, no conocen la moneda, no conocen la tramoya de los negocios de la calle en el mundo capitalista.

El año pasado Colombia conoció algo del tema: 1.300 cubanos estaban varados en Turbo y las autoridades los amenazaron con deportarlos y devolverlos a la isla, pero los cubanos dijeron que estaban dispuestos a hacerse matar antes que regresar. Todos contaban historias de abuso policial: hombres que en la carretera, mientras atravesaban el país, les quitaban los ahorros que tenían; mujeres manoseadas por agentes que decían buscar armas peligrosas, aprovechándose de que los inmigrantes no saben que un hombre no puede requisar a una mujer.

Los cubanos terminaron en una bodega, al lado de un lago de aguas estancadas que levantaba su olor toda la tarde, haciendo el calor mucho más insoportable. El dueño de la bodega —un comerciante sin rostros que ningún periodista vio y que terminó investigado por supuesto tráfico de inmigrantes— hizo varias campañas con otros colegas, por lo que los cubanos nunca pasaron hambre mientras esperaban que Panamá les abriera la frontera.


Una pareja cubana en Turbo, Antioquia, a mediados del año pasado. Foto: Pablos Andrés Monsalve.

Debido al asedio de las autoridades, que cada día pasaban por la bodega para decirles que pronto llegarían los agentes de migración para empacarlos en un avión directo al último país que habían pisado —lo que finalmente sucedió pese a las lágrimas, a los ruegos, a las explicaciones de simplemente estar de paso—, muchos se aventuraron a pasar de la mano de coyotes por el Darién. Muchos lograron pisar Panamá, otros pocos murieron en el camino, en una ruta a la que han llamado “el paso de la muerte”.

Por esos días los cubanos conocieron a Juan Gómez, estudiante de periodismo de la Universidad de Antioquia de 54 años, quien se convirtió en su benefactor, en su informante. Juan entraba a la bodega como un cubano más. “¿Oye, Juan, hermanazo, qué has sabido de la gente Migración?”, le preguntaban. Y mientras explicaba, Juan cargaba a un bebé rubio, de siete meses, que se llama Dereth Samuel Álvarez, segundo hijo de Kelis Álvarez Torres, una negra bella, que había vivido en Ecuador por casi un año y donde pasó trabajos duros, xenofobia, hoy ya en Estados Unidos.  

Días atrás Dereth se había desmadejado en la colchoneta en la que dormía con su madre, su abuela y su hermano mayor, y Kelis corrió para que en medio del pantano le entrara aire, entonces miró a su hijo y rió con desgano; tanta gente agolpada lo estaba ahogando. En esos duros meses, Juan se encargó de buscar ayuda en todas partes y de vez en cuando llegaba con colchonetas, agua o una buena noticia que con el pasar de las horas se desvanecía.

Varios meses después me he enterado de que Juan —de quien sé que es fiel como un lazarillo— sigue al pie de los cubanos, esos mismos que fueron deportados a Ecuador —el último país donde estuvieron— y que se han vuelto a aventurar por el Darién. Y Juan ha anunciado desde esa tierra extranjera del Urabá antioqueño que con la eliminación por parte del presidente Barack Obama de la ley “pies secos, pies mojados”, que les permitía una visa al momento de pisar suelo gringo, hay cientos de cubanos tristes en Turbo, tristes y encerrados en este trópico donde hay gripas que los tiran a la cama, los muelen a palos de dolores, les sube la fiebre tanto, que algunos deliran. Y donde también hay policías, agentes de aduana, coyotes feroces, traficantes de carne humana, guerrilleros, paramilitares.